Todo pianista y músico en general ha tenido en alguna ocasión la desagradable experiencia de comprobar que, tras horas y horas de estudio en casa, la mente nos traiciona al llegar al escenario, haciendo que pasajes archirepasados suenen como si los estuviésemos leyendo a primera vista.
Muchas veces nos torturan o nos autotorturamos pensando que ha sido falta de estudio, pero si realmente siempre sale cuando estamos tranquilos, el problema no se debe a la falta de preparación.
Debemos tener en cuenta que en el estudio no solo entra en juego la mente consciente, con su análisis de ideas y racionalización. Existen varios tipos de memorias esenciales en la interpretación: visual, digital y por supuesto auditiva son las principales. La primera nos ayuda a recordar lo escrito en la partitura, sabemos en qué página estaba, dónde estaba escrito y qué estaba escrito; la digital es de grandísima ayuda, gracias a ella, los dedos saben a donde tienen que ir, como en una lograda coreografía por el teclado y, por último la auditiva nos dice lo que tiene que sonar a continuación, facilitándonos enormemente la tarea.
Sabiendo esto, es importante tenerlo en cuenta en el escenario y en el estudio, pero no dotando nunca del interés esencial a ninguno de los tipos de memoria, pues muchas veces se peca también, de apoyarse excesivamente en la memoria digital y, si en un determinado punto de la ejecución, los nervios nos traicionan y no recordamos la posición siguiente, no tendremos ni idea de por dónde seguir.
Concluyamos entonces, que un estudio consciente es de gran importancia, valorando los tipos de memorias mencionados sumados a todos los análisis de la mente racional. Sin embargo, al llevar al público lo estudiado, la mente subconsciente es nuestra gran aliada.
Fijar la atención en el sonido, en las sensaciones, o en el resultado general, sin prestar atención a ninguno de los pequeños elementos que conforman la construcción de la obra interpretada, puede salvarnos la vida, haciendo además que ésta llegue al público de un modo más fresco y libre, permitiéndole así un disfrute auténtico y no una miseria compartida, como da la impresión de serlo en ocasiones, cuando olvidamos que la música es, en primer lugar, lenguaje y motor de emociones.