La mente vacía no sufre, ni disfruta, sólo descansa mientras se limpia. No siente dolores ni penurias, no se deprime ni se angustia. Tampoco percibe la ansiedad de querer llegar al futuro. Entiende que es un tiempo al que nunca se llega. Se siente repleta, única, siempre aquí y ahora.
Tampoco viaja hacia la historia. El transcurrir es siempre presente. Fueran los que fueran, se limpia de recuerdos, de los nostálgicos pantallazos que ni por un instante la penetran. La memoria y la imaginación se juntan a llorar sus penas, esperando fuera a que la mente nuevamente, decida nutrirse de ellas.
La sensación de paz, la serenidad ante todo, la completa tranquilidad y el remanso, la distensión muscular... el bienestar absoluto de todo nuestro organismo y sus funciones, son el envoltorio que nos recubre, el paradero consecuente de nuestra actitud cuando nuestra mente queda aislada de compañías.
La mente vacía palpita de ecuanimidad, se fortalece, augura el sentido de la vida, la energía vital necesaria. No se atemoriza ante nada ni se acobarda.
La mente vacía descansa, yace repleta del poder que le permite estar, dominar, decidir, aquietar, responder, suavizar, entregar, disuadir, perseverar... permanecer... permanecer... relajar... respirar... amar... a-c-e-p-t-a-r.
Luego querremos dominar nuestra mente vacía siempre, para que el camino nos muestre. Confiamos, porque con ella el tiempo se detiene en burbujas de hielo que permanecen.
Todas las situaciones externas en su fastidiosa dualidad, desaparecen dentro de nuestra solitaria mente. Separada voluntariamente de lo malo y lo bueno, del agua y del fuego, tanto del llanto como de la risa, del grito como del silencio, de la oscuridad y la luz, de la guerra, de la paz, de la vida... de la muerte.
"La felicidad es el reposo sublime que no se plantea otra cosa”.
* Miembro de la Asociación Israelí de Escritores en Lengua Castellana (AIELC). * Miembro de Escritores Club (Agrupación de Escritores Independientes de Habla Hispana). * Asesor de la Academia Filosófica Hebrea "Sinaí".