Por Jorge Garacotche
No recuerdo quién me prestó aquel álbum de Tanguito, que mucho tiempo después supe que, en verdad, no es un disco formal de él, sino un manotazo de la discográfica para hacerse de unos mangos y subirse al carro naciente del gran mito del rock argentino.
El 3 de junio de 1993 se estrena una película argentina: “Tango feroz, la leyenda de Tanguito”, nadie esperaba que suceda el tremendo éxito que estalló. Una tarde recorrí algunos barrios y vi largas colas frente a dos cines, a la noche en pleno centro de Buenos Aires vi el mismo cuadro y entonces pregunté: la respuesta fue: “estrenaron Tango feroz”. Sin que nadie lo planeara, pero muchos y muchas lo desearan, había explotado otra vez el rock argentino, y esa explosión vino desde un lugar inesperado, los cines, de la mano del director Marcelo Piñeyro. No me voy a meter con la película, no estoy en ese tema, pero siempre dije que banco a la película en tanto difusión de nuestro rock, de la instalación masiva de un mito poco conocido, como una leyenda local que merecía masificarse. Claro que la historia dista mucho de una biografía, probablemente si se hubiera escrito un guión fiel casi nadie hubiera ido a verla.Pero acá estamos para hablar sobre “Amor de primavera”, que sonaba en el film y se preguntaba por ella. El tema aparece en ese disco de Tanguito donde la guitarra hace un rasgueo muy inquietante y se combinan dos acordes que no pueden fallar, crean un bellísimo ambiente. La melodía es muy agradable, suena con una dulzura extraña porque llega a través de una voz algo rota. No fue algo previsto, sucedió en una sesión de Manal, cuando al mediodía pararon para almorzar, al tipo le dieron una guitarra y le pidieron que cante unos temas, eran tiempos en donde uno no grababa ni en la casa, los grabadores eran como objetos invisibles, e ir a un estudio tenía un precio inalcanzable.
José Alberto Iglesias, nacido el 16 de septiembre de 1945 en San Martín, provincia de Buenos Aires. Se crió en el barrio de Caseros, una localidad del Conurbano muy cercaba a la Capital, llena de talleres y fábricas y una cancha de fútbol. Fue el cuarto hijo de José Iglesias, un vendedor ambulante conocido en la zona, y Juana Correa, empleada doméstica. Tuvo un lapso en plena adolescencia en donde buscó una profesión, decidió abandonar el colegio secundario y se anotó en un curso de paisajismo y jardinería en el Jardín Botánico, con la idea de una rápida salida laboral. Pero algo pasó por su cabeza cuando llegaron los quince años entonces colgó sus ideas de jardinero y se puso como objetivo encarar una carrera en el mundo de la música.
Tanguito fue uno de los primeros en tomar nota de este dato pero a la vez tenía una veta de compositor nato que se muestra en varias de sus canciones, lo pienso a partir de las notas que utiliza y en cómo va yendo de un acorde a otro, hay una idea que conduce y todo se va reuniendo alrededor. Y esto se ve a todas luces en “Amor de primavera”. Incluso como la versión original está contaminada de improvisación, en el sentido que Tango la grabó sin saber que eso iba a parar a un disco, les quiero sugerir una versión extraordinaria de Invisible en donde Spinetta, tomando la concepción original, la dota de su impronta, su manera tan particular de cantar, se vale de un aire más jazzero para darle un vuelo que hubiera hecho lagrimear al propio autor.
Muchísima gente cree que esta canción es enteramente de Tanguito, pero no, la letra es de Pedro Pujó, otro pionero de esos años, nacido en 1948, que junto a su hermano Hernán y Jorge Alvarez fundaron en 1968 el sello Mandioca, el gran precursor del Rock Argentino.Esta letra creo que es de lo mejor que tenemos, ya el arranque “es un amor de primavera” se encargó de instalar semejante frase y es una de las definiciones más certeras de un tipo de romance. Me encanta “allá, a lo lejos, puedes escuchar, a un amor de primavera, que anda dando vueltas…”. Es maravilloso ver o creer que el amor anda dando vueltas, y que uno gira por ahí. Siempre me hipnotizó el inglés que dice “in love”, en amores, qué bueno contarle a alguien que uno anda en amores, es el viejo sueño.
“Abre el barril de lluvia, y toma una copa, y el hombre de cristal volverá a vibrar…”, siempre me parecieron imágenes de poesía pura, algo así como frotar un barril y tener un genio para uno, que viene envuelto en una lluvia que nos limpia de todo. Esta es unas de esas letras, en mi caso, que uno escucha y lee y trata de escribir algo parecido, le cambia las palabras, la forma, pero sueña con poder decir lo mismo.
“Y verás que todo corre hacia ahora, aquí, allá y en todas partes…”. Hace tantos años que trato de comprender lo que corre hacia ahora, empezando por mí mismo, porque si uno no corre hacia ahora se queda esperando en un andén abandonado. Siempre me pareció esa frase como una especie de advertencia, quizá por eso cierra con el título de una canción de Los Beatles “Aquí, allá y en todas partes”, como para darle un fuerte aval a la idea.
Invisible
Vuelvo a la propuesta de escuchar la versión de este tema por Invisible, porque creo que necesario percibir la canción trabajada, con todo lo que proporciona la producción, ejecutada por tres tipos que ponen todo su talento, su calidad instrumental al servicio de resaltar cada clima del tema, casi reparando palabra por palabra, con varios retoques que no están en la versión original pero que embellecen hasta las pausas. La intro marca cada acorde, luego se cuelga la guitarra con una melodía exquisita, bien Spinetta, que da la impresión que abre la puerta de algo baladístico, pero la batería de Pomo Lorenzo se lo lleva a lo jazzero con la sutileza que se le conoce, el bajo de Machi se encarga del sostén necesario para enlazar esa misma bata con el rítmico y suavísimo rasgueo de la viola. Cuando Invisible se disponía a grabar el álbum “Durazno sangrando”, en 1975, decidieron darse una vuelta por el estudio y probar, para ello eligieron el tema de Tanguito, grabación que nunca apareció en un disco de Invisible, pero sí en un compilado del sello CBS llamado “Rock competición. Me compré ese disco por esta versión. Por ese tiempo vi a Invisible unas cuantas veces en vivo, en una oportunidad fui con unos amigos hasta el Deportivo San Andrés, por San Martín, en un baile. La mayoría de la gente los ignoró, quería seguir danzando, pero los 50 que fuimos al recital tuvimos 40 minutos de felicidad absoluta. Llegamos temprano, nos paramos frente al escenario y ahí nos quedamos. La gente bailaba, se miraba, seducían, reían fuerte, se mentían en pos de un veloz romance. Nosotros seguíamos esperando y cuando aparecieron los plomos con los equipos comprobamos que era cierto. Qué enorme felicidad es ser un pibe fanático de una banda y verla en vivo, disfrutar de todo y desear desde lo más íntimo que no terminen nunca, conocer al dedillo cada una de las canciones, mirar la mano izquierda del guitarrista para pescar algún acorde, llegar a la casa de madrugada y replicarla en su guitarra Faim, de pobre, comprada en 12 cuotas, pero que para uno es la guitarra más maravillosa del universo. Escuchar cada una de sus notas y conectarse con el secreto de la música.
En un momento dijo Luis Alberto que iban a tocar una canción que habían grabado, que era de Tanguito y yo me fui disolviendo en la emoción que solo conoce el fanático. Contó que conoció a Tanguito, que amaba la canción, su letra, que el pibe de Caseros era uno de sus ídolos. Nosotros conocíamos el mito, las anécdotas, los rumores, era nuestro gran mito rockero y sabíamos que al perderlo había cierta orfandad.
Si uno mira el mapa del Conurba se da cuenta que al costado del partido de San Martín está Caseros, o sea que estábamos cerca de la fuente.
Mito, del griego “relato” o “cuento”. Son explicaciones que buscan expresar las ideas ancestrales de un pueblo acerca del mundo en el cual vive. Son como respuestas a cuestiones inexplicables, para ayudar a aclarar los misterios de la vida, teorizan acerca de cómo deben haber comenzado las cosas. Y sí, así comenzó uno de los mejores relatos que conocí en mi vida, el del Rock Argentino. Y nosotros tenemos nuestro propio Ulises, mucho más humilde, morocho, de clase baja, que cambió Atenas por Caseros sin saberlo, que solo navegaba en colectivos y trenes por el Conurbano, pero les puedo asegurar que una noche entre él y otros locos, en la puerta de La Perla del Once, diseñaron un Caballo de Troya repleto de canciones, las soltaron y le ganaron la batalla a la superficialidad.
Tanguito es un grande, nuestra Odisea lo cuenta con detalles. Jorge Garacotche