La Mesa Beatle: Pensar en nada

Publicado el 12 septiembre 2024 por Moebius
Buenos días desde La Barra Beatles, hoy nos vamos a dar una vuelta por la new wave argenta de los 80’s de la mano de León Gieco, aunque suene raro. Corría el año 1981 cuando esta canción se publicó. El tema en cuestión se grabó en Sound Arts Recording Studio, en el mes de octubre de 1980, y la producción estuvo a cargo de Gustavo Santaolalla. Integró el quinto álbum editado por el santafesino, disco que compré ni bien salió. Venía leyendo en las revistas acerca de este trabajo y me interesaba saber en qué andaban estos dos tipos. El disco es ecléctico porque abarcan varios estilos: “La cultura es la sonrisa” y “Cumbia de la ciudad” van por el lado de los ritmos tropicales; “Aquí, allá, hoy o mañana” mantiene la línea folclórica tan afín a León, lo mismo que el gran tema que aportó Raúl Porchetto, hablo de la hermosa zamba “Bajaste del norte”, con el maestro Dino Saluzzi en bandoneón. También aparecen “Soy un pobre agujero” y “Chacarera de un atardecer”, temas siempre enfrascados en lo folclórico.

Por Jorge Garacotche
Cuando el tema comienza la guitarra hace un riff tan pegadizo como certero, es Santaolalla, riff que se guardó en la memoria de todos. El sonido de la viola en esos años sorprendía por su modernidad, no era extraño, sonaba casi limpia, pero algo tenía que lo hacía diferente de lo que se escuchaba. También hay un gran mérito en la manera en que se toca, cortada, seca, casi agresiva, como avisando que lo que se va a relatar será duro. Luego de cuatro riffs entra la banda con un ritmo pop que incita, el pie siente la provocación y se manda solo. La batería y el bajo empujan y le ponen sangre al asunto, van con peso rockero y uno bailaba sin culpa, no era la pedorra música disco que aburría y atontaba en los bailes. Son excelentes los fills (rellenos) que hace la guitarra a lo largo del tema, otro hallazgo de Santaolalla. Una mención especial para el solo de armónica que hace Gustavo, cuando todos pensábamos que lo hacía Gieco, con toda la historia rockera sobre los hombros.

“Pensar en nada” muestra un click en la carrera de León. A mí me sorprendió cuando puse el disco y arrancó este tema. En ese tiempo, Santaolalla estaba radicado en Los Angeles intentando dar un giro en su carrera abrazado a la corriente de ese momento: “la new wave”. Este era un género vendido como moderno, pero no era más que volver a ciertas cosas de los 60’s. Con una instrumentación simple, acentuando lo rítmico, arrimándose a lo bailable, trata de simplificar las cosas, pero creo que le hacía un guiño a las discográficas que se habían hartado del progresivo, lo consideraban como un género terminado, entonces había que volver a las discotecas, a las radios, al dinero fácil, y para eso nada más directo que canciones sencillas y de corta duración.

Yo, como rockero de esos años, vi con mirada positiva esta posibilidad de que el rock empiece a caminar por lugares donde no estaba, a captar otros públicos. Creía que el movimiento de rock se merecía crecer hacia varios sectores que desconocía, tratando de salir del ostracismo al que lo había condenado la Dictadura Cívico-Militar. En este tema había un aliado de lujo: la potencia de la letra, plagada de filosofía hipona, con un desfile de cuestionamientos.

“Justo ayer me di cuenta, que solo es cuestión de plata, mientras diez ventanillas cobran, una sola es la que paga…”

El dinero como impulsor de todas las acciones y decisiones de la gente. Una reflexión atemporal, una frase que podría ser escrita en cualquier tiempo y lugar, con aire discepoliano. Gieco siempre fue un artista comprometido con las grandes causas sociales, un tipo solidario; para ese entonces todas y todos lo sabían. Esta frase tan sencilla parece explicar todo lo que sucede dentro del mundo capitalista y cómo están planteadas las cosas de ambos lados del mostrador. Sobre todo el antiguo asunto de quiénes se enfrentan desde ambos lados, de cómo se dan las reglas de un juego perverso que nunca pasa de moda. Uno de esos juegos en donde se sabe quién va a ganar y quién va a perder. A uno cuando le preguntan cómo está tendría que contestar: “pagando, “gastando”.

Salir a la calle es ponerse a gastar dinero, hay muy pocas maneras para cobrar, pero para pagar hay un menú tan extenso como la ciudad. Todos y todas te proponen cosas, conocidas, desconocidas, triviales, espirituales, políticas, apolíticas, lindas o feas. Pero en algo van a coincidir: primero hay que pasar por caja, de eso no se salva nadie. Vos pagá y después vemos, es la consigna. Ingresamos a un negocio y el comerciante saluda, sonríe, habla con dulzura y educación, tiene fe en que va a vendernos algo, en cuanto compruebe que no será así, borrará todo de un plumazo y el asco irá tomando cada uno de sus gestos. Los comerciantes manejan la certeza de que más allá del materialismo no hay vida.

“Y qué me dicen de esa casa sola, que se ve desde un avión, quizá en la soledad no haya dolor, de pensar, de pensar en nada…”

La soledad, el aislamiento, la desesperación, la ansiedad enfermiza de perseguir algo que nunca se ve, que seguramente siempre desconoceremos, ese es el horizonte que nos acompaña en las grandes ciudades. Todo se fue transformando en un barato festival de desconexión con lo humano, donde se rifan los valores prometiendo un gran premio que significará el olvido de casi todo. Qué bueno sería estar un rato pensando en nada, me pregunto cómo será. Buscar la paz en la ausencia del pensamiento, ¿existirá? Habrá que buscar un curso que no cobre tan caro. No sé si alguna vez estuve en ese estado, supongo que no, siempre supe que si bajo la guardia, dejo caer el escudo y cierro los ojos, un machetazo feroz caerá sobre mi cabeza, y para cuando reaccione será tarde.

Hoy que vivimos una época compleja, con una secuencia abrumadora que no da respiro con sus malas noticias, quizá escuchemos esta canción y vayamos a la reflexión, ojalá que el resultado sea como un despertar. Hay que buscar un sentido más profundo, más nuestro, ojo, no quiero coincidir con Claudio María Domínguez y su kiosko, prefiero quedarme con Gieco.

“En la oficina del trabajo, llegando el año nuevo, todos se pelean por ese maldito ascenso. Con la cuota de frustración, algunos la viven de rosa, la ciudad se pone grande, y cada vez más peligrosa…”

Ah, el mundo de las oficinas y sus demonios, las promesas que invitan a pisar cabezas en busca de un ascenso, la sonrisa de la patronal que quiere oler sangre. León conoce muy bien ese sótano, durante sus primeros años en Buenos Aires trabajaba en una oficina de Entel, la empresa telefónica de aquellos años, y los vio de cerca. Esta es una de las razones por las que me acerqué al rock argentino, siempre percibí que me hablaba a mí, que hacía una crónica feroz de lo que veía, sufría y palpitaba. No hablo de una vida en la que solo se piensa en lo que amarga, en hacer de la puteada una patria, pero tampoco uno debe ser ese boludo que se cree todo lo que le dicen, o que lee una leyenda en un auto que dice “al servicio de la comunidad” y piensa que es cierto.

“De cómo piensa la gente, a veces la diferencia, es tan grande que parecen, seres de alguna otra tierra”.

Y sí, León, bien dicen que cada persona es un mundo, en esta canción hay una exploración al respecto. Hay gente tan distinta a nosotros, o con respecto a otras, que uno empieza a pensar que son infiltrados de otro planeta. En ese sentido el materialista se compró un terrenito en la eterna frustración y de ahí nunca se va a mudar. Me parece que antes de la Dictadura Militar no eran tan así, o, al menos, no tan marcado. Creo que Martínez de Hoz, aquel nefasto ministro de economía, diseñó algo más que un plan económico: reinventó el cálculo salvaje, la especulación tan incansable como inhumana, el “telos” entre las personas, cosas que fueron creciendo sin parar, a las cuales habrá que derrotar.

Ficha técnica:
León Gieco: guitarra acústica, voz; Laurie Buhne: bajo; Rob Brill, batería; Aníbal Kerpel, teclados; Gustavo Santaolalla: guitarra eléctrica, coros, armónica.


Habrá que escuchar esta vieja canción y darse una vuelta por sí mismo para recordarse. El viejo rock siempre nos traerá una carta que nos lleve a reflexionar, era una de sus funciones y con eso crecimos. Hace muchos años, en los bondis había un cartelito que decía: “Córrase al interior”, yo creo que los colectiveros nos quisieron dar una mano y no supimos escucharlos.

Jorge Garacotche - Músico, compositor, integrante del grupo Canturbe y Presidente de AMIBA (Asociación Músicas/os Independientes Buenos Aires).