Por Jorge Garacotche
“Ricky está listo, listo del bocho, y encima le tocó marina, 937…” (o sea la colimba de mierda y para colmo dos años en la Marina, por número alto en la quiniela militar). Destino duro el de este pibe que trata de encontrarse en los flashes que le proporcionan las pastillas, mientras saca un pasaje en micro hacia Río. La situación en el país era de una crueldad tal que golpeaba muy fuerte en los débiles, en quienes no tenían un destino claro y deambulaban por un país desolado. Las pastillas eran una salida en el mientras tanto, por lo menos por un rato uno dejaba de ver un desfile de pesadillas, de escuchar música idiota o de mirar por la televisión al coro de chupamedias.
A nadie parece importarle que ella es detenida sistemáticamente por la policía, humillada en las infames comisarías donde seres repugnantes le prometen sufrimiento entre sonrisas, o que, estando pasada de anfetas, se coma alguna violación entre los suboficiales. Nadie escuchará gritos ni hablará del afamado inconsciente burgués, solo estará ella y su apocalipsis tirada en un calabozo hasta que cambie la guardia y le den la libertad hasta el próximo capítulo.
“El va con su caña, y con su portátil, y arma con el alba, no sé si habrá de enloquecerse, o es que así quedará…”. Durísima pregunta que en momentos de excesos nos hemos hecho y solo el miedo tuvo argumentaciones realistas.
“Aunque se disuelva el horizonte, pero la verdad es que da impresión, ver los blancos peces en un nylon, cuando en realidad es tan temprano…”. Siempre me pareció una extraordinaria frase eso de ver como se disuelve el horizonte, o, al menos, soñar que sucede. Cuántas veces caminando por la Costanera de Buenos Aires veía a los pescadores, sentados en sus sillas playeras, con la caña de matar apoyada en un sucio muro recorrido por cucarachas, y esas bolsitas de nylon en donde en un cachito de agua agonizan un par de peces.
En la exquisita pintura que ilustra la portada del álbum se lo ve a Luis Alberto, apoyado contra un muro, más atrás está Cacho, sentado con su caña perdido entre confusiones íntimas y aquel horizonte ajeno.
Luis Alberto fue uno de esos que nos relataba la tragedia, claro que lo hacía entre códigos. No era sencillo comprenderlo, es cierto, pero eran tiempos de censura y la autocensura también ayudaba a contar las cosas de otro modo, se establecía un juego entre el vocero y el lector, entonces uno deambulada por palabras y frases hasta encontrar una teoría, una visión propia, que nos explique eso que estábamos intuyendo.
El rock argentino, una vez más, hacía su tarea docente con melodías y sensaciones que no estaban en ninguna escuela. Traducía el atroz lenguaje de los tiempos pesados mientras nosotros/as tratábamos de que pasen los días, que parecían una tortura silenciosa y liviana para inofensivos. Mirábamos con dolor tratando de continuar, pero esa realidad nos tenía atados, nadie avanza cuando el terror dirige el tránsito.