La Mesa Beatle: Superficies de placer

Publicado el 30 mayo 2024 por Moebius

Muy buenos días desde La Barra Beatles. Hoy voy a ir hacia los queridos 80´s, a 1987 más precisamente. Reconozco que este asunto de lo ochentoso divide aguas en La Barra. Hay quienes  acusan a esa década de ser puramente comercial y vacía de contenido; otros la recordamos como un tiempo de síntesis musical, buen gusto y prolijidad, pop de alta calidad y apertura auditiva y mental, por sobre todo.

Por Jorge Garacotche

La memoria se dirige hacia una noche en la que fuimos a bailar a un boliche ubicado frente al estadio de River. Decían que pasaban mucho rock argentino, con notable afluencia de gente del palo. Secreteaban que rondaba mucha locura y que estaba todo bien con la yuta, lo cual significaba bastante. Pero aquella noche no fue tan así.
Fue una salida de varios amigos y amigas, la mayoría pertenecían a la alocada barra de Atlanta de esos años. Una vez dentro del boliche Bolita encontró a una conocida, me la presentó y al toque apareció una amiga de ella que dijo conocerme porque el hermano tenía un disco mío, de ahí que me ubicaba. Una mina hermosísima que se movía en forma eléctrica y disfrutaba de todo lo que sonaba. Salimos a bailar de inmediato, eran muy sensuales cada uno de sus movimientos. Conocía todo lo nacional que se escuchó, mientras lo cantaba por lo bajo. Lo que más quedaba claro es que se trataba de una mujer simpática, conversadora, incluso trabajaba para que se note. Pasaron unos minutos cuando decidimos acercarnos a la barra para chupar vodka como refuerzo. Volvimos a vernos bajo las luces coloridas que dialogaban entre sí mientras seguíamos bailando. Dejamos pasar un tiempo prudencial para intercambiar teléfonos, aquellos antiguos de línea, los mismos que hoy son una mera pieza de museo.

De golpe sonó algo así como un llamado secreto y a la vez compartido, ambas se miraron, sonrieron, detuvieron la marcha para recomenzar un juego distinto, mientras nosotros pasábamos a ser ignotos espectadores. Sentí por primera vez en la noche que me quedaba afuera de algo. En cuestión de segundos nos enloquecieron porque demostraron tener armada una coreografía craneada, ahí había ensayo, no jodamos, así que demostraron ser brillantes en eso. Lo que escuchamos era Virus, una canción que me gusta, entre otras cosas, porque está excelentemente cantada por Federico Moura, “Superficies de placer”.
En una parte del tema se escucha un solo de teclado, suena con efecto de marimba, onda caribeña, y ahí las danzarinas la rompieron. Los hombros de Marisa distribuían ritmo hacia todo el resto del cuerpo. Los ojos ganaron vivacidad, entonces su mirada se cargó de picardía, como debe ser. Hay que reconocer que en ese instante la banda  contagia más alegría que nunca, cosa que a estos platenses no le costaba esfuerzo alguno. Y eso que venían de una historia trágica. Los músicos de Virus, hablo de los hermanos Moura,  conocían la cara del terror, uno recuerda que su hermano mayor, Jorge, es uno de los 30.000 desaparecidos de la última dictadura cívico-militar, fue secuestrado en 1977 cuando militaba en el ERP.

Recuerdo que por esos años los prejuiciosos de siempre se abrazaban a los fachos eternos, a conciencia o no, pero lo hacían. Se sumaban al coro acusador que disfruta tanto de meterse en vidas ajenas, creando reglamentos que no favorecen a nadie y les hacen un mal a muchos y muchas. Entonces Virus recibía ataques a diestra y siniestra, pero el asunto no era musical, en donde la banda hacía algo bastante más que lo correcto. Tampoco era ideológico, fue un de las bandas que se plantó negándose a tocar en el desafortunado Festival de Malvinas, y vaya si Virus tenía razones para no dar el presente, pero el tema es que los demás grupos también las tenían, pero se hicieron los giles, arrugaron o, lamentablemente, no les importó, priorizaron el dinero.
Los minutos se derramaban sobre mi ansiedad, de visita en aquel boliche, y todo era una maravilla envuelta para regalo, una noche soñada, diríamos en el barrio. Rock, vodka, locura, seducción, promesas, se reunían para festejarme, ya era como para empezar a sospechar.
En un momento la mina dijo que salía un rato, pero que la aguante porque al toque regresaba. Giré y vi a un chabón que le hizo una seña, pero más de eso no entendí. Minutos después un pibe del barrio se acerca y me dice al oído que en la calle había un operativo policial, con un gran despliegue, varios detenidos y un poco de circo. Nosotros estábamos cargados, aunque la mayoría ya habíamos consumido «la carga», no en su totalidad pero bastante, así que la preocupación fue in crescendo.
Se empezó a complicar el asunto entonces el Cuervo rumbeó hacia uno de los costados y mediante gestos en código tocó retirada. Fuimos en fila india hacia la puerta y allí vimos a dos de los nuestros detenidos contra la pared y con las manos atrás. Sabíamos que tenían unas bolsitas que seguramente no descartaron a tiempo. Los yutos rodeaban a todo aquel que amagaba con irse, no era un clima violento pero eso siempre a la larga sabemos que llega. Cuando me van a palpar escucho una voz femenina desde atrás que exige: «a ese dejalo, se va… está bendecido…». Miré con temor, y sí, se trataba de la susodicha con quien estuve bailando. Marisa, la reina de la noche mágica, resultaba ser una yuta, triste y lamentable realidad. El peor castigo para un tipo del palo, aquello de ilusionarse con una que después me entero que era rati, les aseguro que fue la peor de las pesadillas.
Una mujer cargada de encantos, que bailaba con maestría desparramando belleza hacia todos lados, ¿qué le pasó, cómo se confundió de tal modo? le gustaba la música, se presentó como fanática de Charly y del rock argentino, resultó que militaba para el bando de los repugnantes. ¿Cómo es posible que una mujer renuncie a su papel magistral en la vida para formar parte de la mierda? Recordé a mi viejo que siempre sentenciaba: «lo peor en la vida es hacerse cura o policía», y tenía razón.
Una vez que vimos que todos y todas estábamos a salvo decidimos reagrupamos para ir juntos a tomar el 42 con rumbo a Villa Crespo. Por los dos amigos detenidos no nos preocupamos porque siempre zafaban, es más, nos enteramos que salieron al rato, lo imaginábamos. Es que movían merca para un puntero radical de entonces, el famoso diputado Bello, que se ve que vendía bolsitas bellas con el aplique del escudo policial. Otro que estaba bendecido, pero por la putarraca virgen que se ve en todas las entradas de las comisarías.
Me fui silbando bajito, escuchando quejas y broncas, pero adentro mío retumbaba la marcha fúnebre, volvía al barrio con la peor de las derrotas. Quizá uno deba aprender a saber esperar, pero es tan difícil en casos como este. La belleza y la buena onda confunden tanto en manos de una mujer, uno es engatuzado a consciencia, no tiene escapatoria. Pero hace bien en ser iluso en estos casos, no hay nada más frustrante que la realidad careta, aunque a veces uno se trague estas paredes.
Cuando me senté en el bondi percibí el peso abrumador de la tristeza, abrí el papelito, sabía que nunca iba a llamar a ese número, así que lo hice un bollito y lo arrojé embroncado por la ventanilla. Seguramente fue a parar a una alcantarilla de Nuñez, no podía tirar algo semejante en Villa Crespo, Diego me hubiera dicho «el barrio no se mancha».
Ahora, más liviano de cargas dolientes, alejado de aquella decepción infectada, es momento de recordar la canción que las princesas del reino de Ramón Falcón bailaban de manera extraordinaria. Inolvidables esas dos vampiras azules que cuando sonaba una hermosa melodía cuasi caribeña en la marimba tecno supieron estafar.
Una gran época del pop argento, muy bien tocado, producido y repito que siempre me llamó la atención lo bien que está cantado, pero bueno, Federico era un enorme cantante, exquisito y rítmico. Aquí va «Superficies de placer», de Virus, un gran tema y creo que de un gran álbum. A divertirse un rato y a recordar alguna decepción de esta índole, aunque espero que no sea tan cruel.
Más tarde una voz interior se vistió de despiadada, fue hasta el borde del sadismo, se acomodó mientras yo me retorcía sobre la almohada, entonces preguntó haciéndose la boluda: ¿cómo vas a buscar una superficie de placer encima de algo azul…?

Jorge Garacotche