En este fragmento Cronenberg descubre la verdad profunda de la transformación. Tal vez esta sea incomprensible, pero más allá de todo esto, quizá lo más importante es que al ocurrir puede desatar un proceso de (auto)conocimiento que de otra forma no se habría registrado.
Hace poco me desperté una mañana para descubrir que me había convertido en un hombre de 70 años. ¿Es esto distinto a lo que le sucede a Gregor Samsa en La metamorfosis? Gregor se despierta para descubrir que se ha convertido en un coleóptero (probablemente de la familia de los escarabajos, si debemos creer a su señora de la limpieza), y ni siquiera en un espécimen particularmente robusto. Nuestras reacciones, la mía y la de Gregor, son muy parecidas. Nos sentimos confusos y aturdidos, y pensamos que se trata de una ilusión momentánea que pronto se habrá disipado, dejando que nuestras vidas continúen como hasta ahora. ¿Cuál podría ser la fuente de estas transformaciones gemelas? Ciertamente, uno ve acercarse su cumpleaños con sobrada anticipación y no debería sentirse conmocionado ni sorprendido cuando llega el momento. Y como cualquier amigo bienintencionado podría decirnos, 70 sólo es un número. ¿Hasta qué punto podría tener dicho número un verdadero impacto sobre una vida humana física y real?
En el caso de Gregor, un joven viajante de telas que pernocta en el apartamento de su familia en Praga, despertar a una extraña existencia híbrida entre humano e insecto es, por subrayar lo obvio, una sorpresa completamente inesperada, y la reacción de aquellos que le rodean (su madre, su padre, su hermana, su doncella, su cocinera) es retroceder horrorizados, tal como podría uno esperar, y ni un solo miembro de su familia se siente impelido a consolar a la criatura; por ejemplo, señalando que un escarabajo también es una criatura viva y que convertirse en uno podría resultar, para un ser humano mediocre inmerso en una vida monótona, una experiencia embriagadora y enriquecedora, así que ¿dónde está el problema? Este consuelo imaginario no puede, en cualquier caso, tener cabida dentro de la estructura del relato, ya que Gregor es capaz de entender el habla humana, pero no consigue hacerse entender cuando intenta hablar, por lo que a su familia no se le ocurre en ningún momento acercarse a él como a una criatura en posesión de una inteligencia humana. (Debe subrayarse, sin embargo, que llevados por su banalidad burguesa aceptan de algún modo que dicha criatura es, por algún motivo innombrable, su Gregor. Nunca se les ocurre que, por ejemplo, un escarabajo gigante pudiera haberse comido a Gregor; no tienen imaginación para ello y el joven rápidamente pasa a ser poco más que una molestia casera). Su transformación lo encierra por completo en sí mismo con tanta eficacia como si hubiera sufrido una parálisis total. Estas dos situaciones, la mía y la de Gregor, parecen tan diferente que uno podría preguntarse por qué me he molestado siquiera en compararlas. Pero yo argumentaría que el origen de la transformación es el mismo: ambos nos hemos visto forzados a tomar conciencia al despertar de lo que verdaderamente somos, y esa toma de conciencia es profunda e irreversible; en ambos casos, la ilusión pronto habrá demostrado ser una nueva y preceptiva realidad, y la vida no va a seguir siendo como hasta ahora.
Cronenberg escribió este texto como prólogo a una traducción de la historia de Kafka realizada por Susan Bernofsky y publicada por la editorial neoyorquina W. W. Norton en 2014.