Jesús estaba hablando aquí a un pequeño grupo de creyentes, alrededor de 120 personas que se habían reunido en el aposento alto. ¡Y qué imposible tarea colocó ante ellos!
"Vayan a las naciones extranjeras, vivan con la gente y estudien sus idiomas. Pongan sus manos sobre los enfermos, echen fuera demonios, proclamen las buenas nuevas. Vayan al mismo asiento de Satanás y prediquen el poder y la victoria del Salvador resucitado."
Debemos darnos cuenta que Jesús estaba hablando a hombres y mujeres ordinarios, insignificantes y sin educación. Él estaba poniendo el mismísimo futuro de Su Iglesia en sus hombros. Deben haberse sentido abrumados.
¿Puedes imaginar la conversación que debió haber tenido lugar una vez que su Maestro ascendió al cielo?: "¿Lo escuché bien? ¿Cómo podríamos nosotros empezar una revolución mundial? No tenemos ni un centavo y los romanos nos están golpeando y matando. ¿Si somos tratados de esta manera aquí en Jerusalén, cómo vamos a ser tratados cuando lleguemos a Roma testificando y predicando?"
Otro podría haber dicho: "¿Cómo espera nuestro Señor que vayamos por todo el mundo con el evangelio, cuando ni siquiera tenemos suficiente dinero para ir a Jericó? ¿Cómo vamos a aprender otros idiomas cuando no hemos sido educados para ello? Todo esto es imposible."
Era verdaderamente una misión imposible. ¡Sin embargo, nuestro desafío hoy es igual de desalentador!
Si todos los que leen este mensaje permitieran que el Espíritu Santo haga esta palabra verdadera en ellos –buscarlo para obtener su carga y dirección- no sería posible expresar el tipo de cosecha que el Espíritu Santo podría traer. La verdad es que los trabajos más grandes para la eternidad no se hacen en cruzadas masivas, sino que con un santo que alcanza un alma perdida.
(David Wilkerson)