En el mismo lugar de siempre la sexta campanada entonó la melodía del atardecer y su sonido acompañó los nervios que nunca habían padecido. Era un día más de una historia corriente, pero las palomas ya sabían que todo cuento tiene un punto y aparte, y este era el suyo.
En realidad, no había cambiado nada en el firmamento. Los planetas no se habían alineado y los Dioses de todas las religiones no habían querido obrar un milagro. Simplemente ella reía como lo había hecho tantas veces, y él tropezaba aterrado por el cosquilleo de su estómago. Fue al darle la mano para ayudarle a levantarse cuando sintió que la risa se le transformaba en sonrisa, que los dedos le temblaban y que el aquel contacto estaba haciendo eterno en un instante.
Caminaron sin rumbo entre silencios agradables, pues se llenaban de preguntas en sus cabezas y de sueños en sus almas. Se contaron historias como si nunca se hubiesen conocido y repitieron los mismos chistes sin gracia que tanto les hacían reír.
Nadie supo hasta dónde les llevó su historia, lo último que vimos fue tras dos cervezas y la octava campanada, sus corazones latían al unísono al ritmo del anochecer.
Carmelo Beltrán@CarBel1994