Conté una vez en este blog que en ocasiones me sentía carne de publicidad, el pescado perfecto que pica en los anuncios y va a probar muchas de las cosas que nos venden y que puedo pagar, claro. Y lo decía con cierta lástima, porque consideraba que a veces dejaba de regirme el cerebro para actuar por impulsos borreguiles.
Superada la dura adolescencia en que todos y todas íbamos cual calcos vestidos al instituto, cuando si no llevabas unos All Stars no eras guay, cuando si siendo chica de 15 no te pintabas los labios de rojo chorizo para ir al cine no estabas en la onda, cuando si te ponías una camiseta ajustada eras poco menos que barriobajera (cielos, por qué tuve que vestirme con camisetas ocho tallas más grandes justo cuando podía lucir cuerpito)… hoy, tantos años después, con un poco más de personalidad, admito que no me atrevo a bajarme del tren de la moda.
Y aunque suela estar al tanto de algunas modas textiles, hay otras que no hay forma de que me entren: justo las más sanas y saludables y que no requieren casi inversión económica. Hablo de correr, esa fiebre que le ha entrado a tanta gente que hace apenas unos meses cogía el coche para comprar el pan a la vuelta de la esquina de su casa. Y lo digo con cierta envidia, porque ya que me siento cautiva del fenómeno de la moda, ya podía darme por una en que queme grasas, al menos.
vitonica.com
No tengo un espíritu muy deportivo, cierto, pero trato con cierta frecuencia (menos de la que debiera) hacer ejercicio. He probado mil gimnasios huyendo del aburrimiento, he luchado contra la terrible pereza comprobando que tras un ratito de saltos me siento mejor, pero no logro verle el entretenimiento al jogging, al footing o, como ahora se dice, al running.
Buscando en internet el porqué de este fenómeno, algunos especialistas dicen que correr está de moda porque es barato; otros dicen que es la mejor manera de disfrutar de la vida (¿no era comer?); y también los hay que piensan que el hecho de que puedas practicarlo en cualquier momento y lugar es lo que lo ha puesto de moda. Yo esto último no lo entiendo, la verdad, porque de toda la vida correr ha estado ahí y nunca tanto como hoy tiene tantos adeptos.
Mi padre, un tipo peculiar y al que admiro mucho, corre casi a diario desde que lo conozco, allá por 1980, cuando empecé a tener recuerdos de verlo salir a correr. Lo hacía muy temprano, casi de noche aún, y en más de una ocasión mi madre llegó a escuchar en el supermercado a gente del pueblo decir “hay un loco corriendo a las 6 de la mañana por ahí; un día de estos lo atropellan”.
Él siempre responde igual, que corre porque se siente bien y es lo que yo no he logrado hacer sin tener la sensación de que se me para el corazón cada dos por tres. Lo suyo sí que no es moda, es un correr en soledad: no le gustan las maratones ni los grandes eventos de running que en los últimos tiempos florecen con una facilidad pasmosa y hasta se han convertido en un negocio nada desdeñable. Ayer, sin ir más lejos, unas 2.500 personas participaron en la Maratón de Tenerife, celebrada en Santa Cruz con pruebas de 8, 21 y 42 kilómetros y con precios de entre 15 y 45 euros. Hagan cálculos.
En fin, que yo lo que quiero es que aquellos que se dedican a darle al tarro para inventar enganchar a la gente con nuevas modas introduzcan algún elemento en la carrera que me despierte la pasión por salir a correr, a ver si me engancho. No sé, algo así como una tarta de chocolate al final del recorrido.