Revista Arte

La modernidad impresionista transformaría el naturalismo barroco sutilmente.

Por Artepoesia
La modernidad impresionista transformaría el naturalismo barroco sutilmente.
A Manet lo que le hubiese encantado era haber vivido en la época de Velázquez y pintar las escenas emotivas de un mundo marginal. Consiguió todo eso, sin embargo, en los albores de un Impresionismo que buscaba la fugacidad de un paisaje o de una escena costumbrista. Todavía no se había presentado esa tendencia innovadora cuando Manet compuso su obra El viejo músico. Es un Arte sorprendente el que consigue Manet con su lienzo... ¿realista?, ¿impresionista?, ¿costumbrista...?  Sorprendente, porque no hay unidad ni una composición coherente en su obra. Son personajes deslavazados, independientes, extrañamente relacionados para interactuar ahora en una misma escena emotiva. Porque lo que el pintor desea sobre todo es hacernos despertar ante esa extrañeza compositiva..., ya que ante la pobreza o la miseria no habría motivo aún para obtener ninguna atención artística. Son seres desharrapados y marginados los que, ante la música gratuita de un viejo artista, se encuentran ahora vaticinados para aparecer solemnes entre la vaga composición de un sutil escenario artístico. La calidad plástica de la obra es magistral: no se puede alcanzar mayor virtuosismo artístico con los colores, con las formas o con los contrastes. Está todo perfecta, barroca y genialmente pintado. Pero, sin embargo, no hay interactuación entre los personajes en una narrativa conjunta que consiga ahora relacionarlos con sentido. Pero es esto mismo, precisamente, lo que hace a la obra una creación impactante y sublime. Manet es un pintor que enlazaría siempre la tradición con la modernidad, y la modernidad no era por entonces ir formalmente contra la tradición sino sublimarla. 
Es la primera ocasión que el Arte tuvo para que los que observaran la obra se preguntaran, ¿qué es eso?, ¿qué nos quiere transmitir, aparte de belleza? Porque la belleza de las cosas representadas aun independientemente están ahí, sin embargo. Si aislamos cada uno de los personajes podremos hacer pequeñas obras maestras de ellos. Pero, ¿y juntos?, ¿qué conseguiremos hacer ahora sino sorprendernos al verlos? Hay como una apatía en cada gesto de los personajes que aparecen solícitos por escuchar o por haber escuchado. Están ahora ahí por algo más: no tienen otro sitio a donde ir. Y esta particularidad tan solo insinuada es una lección magistral del pintor sobre la terrible realidad social de aquellos años. Todos los personajes están definidos en su papel contingente o vago de un momento sin esplendor ni grandeza. Todos, salvo uno. El viejo músico es el único que mira ahora fijamente al espectador, al artista y a nosotros. Él es el que nos comunica con su gesto amable que hay algo que no puede ahora transmitir ya ni con la música. Por eso se detiene, se gira, y nos mira cómplice para compartir con nosotros esta sorpresa. Para ese momento histórico la modernidad artística era eso: componer algo sin sentido... El Realismo estaba entonces en su esplendor, eran esas escenas crudas o no que expresaban las cosas como eran en la realidad física o social. Pero Manet admiraba la pintura naturalista del barroco español, esas obras que aunaban belleza, fugacidad y extravío artístico. Perplejidad, más bien, podría ser la palabra para describir esas geniales escenas barrocas que chocaban entonces -siglo XVII- por su gran belleza y su sorpresa social. Los personajes de Velázquez, por ejemplo, no criticaban nada ni denunciaban nada, solo sorprendían al verse retratados tan lejos y tan cerca de la Belleza.
Aquí sucederá lo mismo con Manet y su obra El viejo músico. Ya no se podía ir más allá para alcanzar la belleza (el perfilamiento y la calidad técnica de Manet son muy elogiables) y tampoco se podría ir más allá para, con esa belleza, alcanzar a denunciar alguna miseria. Manet no desea abandonar la Belleza, la sutileza heroica de una belleza, para conseguir llegar a las conciencias de la gente. Tal como harían los pintores barrocos españoles, aunque por entonces no existiera la conciencia... Pero ahora, a mediados del siglo XIX, el mundo comenzaba a tener conciencia. Por eso Manet quiebra la composición aquí en aras de llegar a esas conciencias tan frágiles o pasivas de la gente. No hay relación entre los personajes retratados en la obra porque el pintor desea mejor expresar la incongruencia de una sociedad insolidaria, insensible, deslavazada y perversa. Por ejemplo, expresando ahora que nada puede hacer que la realidad social tenga un sentido diferente, ni siquiera con la música. Ni siquiera con la belleza. La soledad de los personajes retratados está resaltada en sus posiciones aisladas, inconexas, desorientadas o vagas de una composición artística sin sentido ni grandeza. Sólo la ternura artificiosa de uno de los niños representará la esperanza prometedora de un mundo diferente. Todos los demás, excepto el viejo músico, tienen la mirada perdida, abstraída o inexistente incluso en una iconografía ahora tan débil como diluida. Porque no hay fluidez aquí, no hay desgarro siquiera, no hay compulsividad ni desahogo, no hay suspiro ni vergüenza. Sólo tal vez la mera sensación vaga entre algunos rostros perdidos por escuchar ahora, solícitos, la tan aislada y bella melodía. 
(Óleo El viejo músico, 1862, del pintor francés Manet, Galería Nacional de Arte, Washington D.C.)


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