Las capitales italianas suelen tener cada una su símbolo: el Duomo en el caso de Florencia y Milán, la torre en el caso de Pisa… y en el caso de Turín, un curioso edificio que recibe el nombre de Mole Antonelliana.
El nombre rinde honor a su arquitecto, Alessandro Antonelli, quien logró un hito considerable al erigir semejante mole (de ahí también el nombre): debido a su altura, la estructura soportaba un peso tremendo, por lo que Antonelli tuvo que idear un sistema que combinaba cadenas, cables y arcos para sostenerla. Aunque el proyecto inicial tenía 47 metros, el arquitecto se fue animando hasta llegar a la altura actual (ahí se entiende que los judíos no lo viesen claro y prefiriesen irse a otro lugar antes que les cayera sobre la cabeza).
A medida que crecía, la Mole Antonelliana se convirtió en el símbolo de Turín, por sus espectaculares dimensiones y por su peculiar forma, que no puede definirse claramente con un estilo. En 1884 se inauguró en ocasión de la Exposición Universal (si bien quedaba aún por finalizar la punta) y un pequeño globo aerostático subía a los visitantes hasta la cima, desde donde se dominaba toda la ciudad.