El Estado de Emergencia en Perú nos sitúa ante el reto de permanecer con nosotros mismos y observar qué tanto tiempo podemos permanecer “encerrados” sin alterarnos. En el cuento La molicie, Julio Ramón Riberyo imaginó un mundo ficticio que, dadas las circunstacias actuales, puede comenzar a confundirse con el mundo real.
¿Y si lo peor que nos puede pasar es habitar con nuestros propios simulacros diarios, desayunar con nuestras debilidades, lidiar con nosotros mismos hasta el punto de demostrarnos cuanto nos detestamos? En 1958 Julio Ramón Ribeyro publica La molicie, perteneciente al libro Cuentos de circunstancias. La molicie ha sido descrita como el tedio que habita en nosotros, y que está al acecho de cualquier debilidad. También podríamos pensar en ella como la depresión, si entendemos a esta no como esa tristeza otoñal de balada que nos venden los medios, sino como lo que le sucedió al poeta Juan Gonzalo Rose: la inapetencia ante la vida. En una entrevista que le realizó Hildebrandt, recuperada en Cambio de palabras, el poeta confiesa estar harto de la “monotonía en que se ha convertido mi vida, del estar encerrado en mi cuarto… Yo no sé qué hago con mi tiempo. Es totalmente un vacío…Todo me molesta, me repele…”.
La molicie, de Ribeyro, nos traslada a los intentos de un joven y su compañero por evitar este mal que parece apoderarse de ellos. Huyen de ella a través de los libros, las pinturas y los boleros. La lucha es por mantenerse activos. Para ello una taza de café puede ayudar, el descenso de la temperatura al atardecer es una tregua y una esperanza efímera. La molicie no es el ocio recreativo criticado por un sistema capitalista que privilegia la producción por la producción analizado por Weber. Tampoco es un descanso con el único objetivo del respiro, del viento fresco, de la cerveza pagada entre todos. Se trata de lo que bien conoció Juan Gonzalo Rose, quien una noche estuvo tan triste que, si alguien se le hubiera acercado, lo habría amado.
Los personajes de esta historia huyen de algo que al principio parece habitar afuera, queriendo irrumpir en el hogar y que luego está presente en todas partes:
“(...) como una enfermedad cósmica que atacaba hasta a los seres inorgánicos, que se infiltraba hasta en las entidades abstractas, dándoles una blanda apariencia de cosas vivas e inútiles”
En ellos hay una consciencia semidespierta que se rehúsa a ser parte del resto inconscientemente inerte, pero que aún no se han hallado a sí mismos. Los libros no constituyen quizás un placer original, en el sentido de honesto. Es una lucha por estar activos, la mente ocupada, alejada de sí misma.
Estar consigo mismo resulta insoportable y sólo puede serlo en la medida —siguiendo a Fromm— que las vidas que están viviendo no sean realmente las suyas, sino que constituyen el plan que todo joven debe realizar, según la sociedad: estudiar, trabajar, ir al cine…No se trata de individuos reales, sino de piezas de un engranaje que aún no se han descubierto a sí mismos. La molicie se ha apoderado del resto que parece no sufrir con ella, sin embargo, esto no es cierto. Son seres entregados al abandono, a la espera que algún suceso los despierte del letargo. Estar despiertos haría que sea insoportable la convivencia consigo mismos mientras no desarrollen su propia individuación, su apetito genuino.
El infierno puede estar ahí sino lo resolvemos, pero de él también se sale como nos lo recuerda Calvino al decirnos que este: “existe ya aquí y es el que habitamos todos los días, el que formamos estando juntos. Dos formas hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y convertirse en parte de él hasta el punto de dejar de verlo ya. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio".
Aquí te dejamos el cuento completo:
La molicie