La monja alférez, escrita a mediados de los años ochenta, no se había estrenado de manera profesional (sí lo hizo una compañía aficionada de la tierra del autor), y Caballero la ha elegido para incorporar a Miras al repertorio del CDN. Se basa en las memorias de Catalina de Erauso, una mujer donostiarra que vivió en el siglo XVII y que, tras huir del convento en el que era novicia, vivió el resto de su vida disfrazada de hombre y enredada en mil batallas hasta que, ya en sus años finales, confesó su condición femenina. La monja alférez fue el sobrenombre con el que se la conoció y es tambien el título de la obra de Miras, que recoge varios episodios de su vida en ella.
En el teatro de Miras hay muchas obras históricas; es un género en el que se encuentra cómodo. Especialmente, confiesa, en el Barroco, una etapa que le apasiona. La monja alférez posee el perfume de aquella época ya desde su lenguaje, y la historia de Catalina de Erauso es apasionante... pero el texto de Miras es tan bello como excesivamente discursivo y narrativo.
La labor de Juan Carlos Rubio, uno de nuestros más destacados dramaturgos y directores de hoy, no era fácil. Sin embargo, ha conseguido crear un espectáculo ágil y atractivo, lleno de movimiento. Rubio convierte el escenario en una pista de circo -a Catalina de Erauso le dolía ser considerada una mona de feria- y en ella presenta las escenas, algunas de ellas, como la de la pelea en la taberna, vibrante y muy bien resuelta. Hay alguna decisión poco comprensible, como darle un toque casi caricaturesco al personaje del obispo Carvajal y su ayudante Arteaga, pero el resto de la función está llena de detalles que demuestran la inteligencia y el talento de Rubio en una tarea nada sencilla.
La principal singularidad del montaje es la de dividir el personaje de la monja alférez, que es interpretado por ocho actores y actrices. Una decisión arriesgada, porque se corría el peligro de hacer incomprensible la trama. Pero Rubio logra con ello darle un sinfín de colores a un personaje complejo y poliédrico. Le ayuda la compacta interpretación de los ocho actores (que se desdoblan también en otros papeles), que le dan su personalidad a Catalina de Erauso, completando un retrato completo y colorido. Destacan el peso específico de Carmen Conesa, la intensidad de Cristina Marcos, el brío y luminosidad de Martiño Rivas, la nobleza de Daniel Muriel y la cómica composición de Ángel Ruiz.