La montaña palentina y España

Por Monpalentina @FFroi

Hay un libro que merece la pena ser tenido en cuenta por todos aquellos que arrivan por primera vez a nuestros lares. "Palencia Stop, de Antonio Álamo Salazar, cronista oficial que fuera de Palencia. A la entrada de ese mismo libro se cita una frase de Alcediano de Alcor: "Palencia, entre historiadores y cosmógrafos es tenida por muy noble y antigua, de quien muchos autores hacen memoria". He tenido la suerte de visitar Barcelona. Iba de camino hacia Italia y andaba con el tiempo contado para ver y admirar tanto contraste y tanta maravilla como ofrece esta ciudad mediterránea. Vi la Sagrada Familia, de "Gaudi", y quedé impresionado. Me gusta Santander. He llegado a Cantabria por todos los caminos; no en vano, Piedrasluengas -como atrás queda dicho- es una via importante de paso que nos mete de lleno por Polaciones hacia "La Laguna" (buena matanza en las Ventas del camino, bonita la yegüada de Pisueña...); y de otro lado, Liébana, bella tierra que conozco y que amo porque la he vivido en sus paisajes y en sus fiestas. Qué voy a decir de A Coruña; España, querido lector, tú ya lo sabes, es una fuente inagotable de belleza. Muchas veces, en dos años, "troté por  la calle de los vinos. Muchas anduve por la Plaza de María Pita; otros días los pasábamos en una tasca pequeña, camino del Faro, donde un hombre  provisto de mandiles preparaba "queimada" y,  después, hecho el silencio, apoyado en un bastón extraño, recitaba unos versos que, en alguna parte, no sé por qué motivo, nombraban a Palencia. Estuve en Don Benito (Badajoz) una semana. Tocando casi Andalucía (un viaje que tengo prometido y que hasta la fecha, por unas u otras razones, no he podido cunplir). En Don Benito tuve la suerte de asistir a una boda, acompañado por dos buenos amigos: Esteban y Francisco de Celis,  el cura que les casó. De todas formas, ¡pobres novios!; creo que aquella noche no encontraron acomodo ni descanso. Curiosos y solteros merodeaban por el lugar tratando de impedir que avanzara la noche, cuando menos, que se detuviera en algún punto, con ese encanto que requieren las emociones fuertes del primer día de casados. La última vez que vi algo parecido en nuestra montaña, fue en Polentinos. En este pueblo, hace ya algunos años, los mozos eran muy rigurosos con todos los forasteros que venían a pretender. Las mozas, primero, para las del pueblo. Sin duda, parece buena fórmula para que los pueblos no se desperdigaran por España, bien digo, porque España está llena de palentinos, a veces tan ilustres como Virgilio Zapatero, Guzmán Rubio o Claudio Prieto. Pero dejemos eso para otro día y prosigamos viaje. En la montaña palentina se habla del condado de Fernán González. Ramiro II, un guerrero muy avispado del reino astur-leonés, sofocó una rebelión de nuestro conde y le mandó encarcelar. Dicen que unos años después le dejó en libertad y se lo devolvió todo: iglesias, catedrales, sepulcros, conventos... (también intervino A. Gaudí en la Casa de los Botines). En León tuve tiempo para admirarlo todo. Desde la catedral a la Virgen del Camino, sin olvidar el convento de San Marcos. Otro tanto diré de Ávila; nevaba en aquel patio donde jugó Santa Teresa de Jesús. Buenas palabras que dedicó a Palencia: "... mas toda la gente de Palencia es de la mejor masa y nobleza que yo he visto". De todo ésto sabía mucho nuestro gran poeta Antonio Álamo. En fin, sería muy largo de detallar aquí las impresiones recibidas en cada una de las ciudades por las que he pasado: Salamanca, Segovia, Zaragoza, Pontevedra, Cáceres, Valladolid y Madrid, estas dos últimas donde pasé seis largos años de mi vida; primero, entre las nieblas de Laguna de Duero y Portillo; el último en Madrid, con la muerte de Franco. De mi paso por ellas tengo recuerdos gratos. Del primer agobio en tierra extraña, lejos del cariño de tus padres; de la primera morriña de una cárcel de pueblo -pongamos por caso- en Valladolid, a una libertad sin límites en la Capital de España. Sí, porque, cuando se ha vivido en un regimen severo como el que a nosotros nos tocó en Valladolid, sujetos a castigos que, al recordarlos hoy me da dolor; metidos de lleno en una vida sin buscarle sentido a nuestra vocación...; cuando, de la noche a la mañana, en otro lugar con el mismo vínculo, encuentras un camino de rosas o, por lo menos, un camino sin vigilantes obsesivos, entonces sientes eso que llaman libertad. No obstante, incluso en las pautas educativas más estrictas, en los regímenes más autoritarios, hay cosas agradables que recuerdas con gozo. Y, al final, cuando miras atrás, no te detienes en aquellas disciplinas tan dispares, vas más lejos, te encuentras con un nuevo paisaje, con los viejos camaradas , con aquel padre cojo que nos buscaba con panfletos. Son capítulos amargos, donde buscas lo mejor para llevarlo a este libro y meterlo en la casa de ustedes, que tantas y tan bellas experiencias podrían contarme. Soy un viajero sin escrúpulos que va donde le mandan, que no exige cuidados especiales, que se conforma con un poco de cada cosa, que no tiene pasiones desmedidas, que casi todo le agrada y le conmueve. Bilbao es otra historia. Del País Vasco sólo me ha mermado en otro tiempo tanta muerte, me he sentido mal por tanto grito como brotó infecundo; menos mal que el Arte, -como dijera en Pernía el poeta leonés Isidoro Álvarez- une los pensamientos más dispares, los radicalismos más absurdos. Por encima de todos esos artistas que las viven y las describen a diario, por encima de todas esas técnicas que nos delumbran, luce la belleza de la montaña palentina; con sus errores, con sus enigmas, a un paso de la muerte, desnutridos, con un grito de paz almibarado en las grutas de sus montes, entre el hielo y la sequía, abiertas de par en par las puertas de cristianos reñidos con la tierra, perdidas las voces juveniles, cansados los ancianos de ser viejos; a veces, metidas entre el bosque sus casitas, como nota de cuentos. Confieso que he nacido como soy por la montaña y a ella le debo todo lo que tengo. He visitado muchos lugares de España, la venero, guardo sus cosas en mi armario interior, pero mi razón, las experiencias que me han endurecido, están en la montaña palentina. La llevo dentro a todas partes, la reproduzco y la comparo. "No hay nada igual, me digo, y ya lo siento por Madrid, que es la capital de España, y por Barcelona, tan saturada de lo que aquí nos falta. Y ya lo siento por el mar, por las llanuras que nos tocan, por esos lugares tan hermosos a los que no he llegado; ya lo siento por todo y por todos, pero ella siempre viajará en esa cajón de la memoria, vaya donde vaya, viva donque quiera que viva. Ella primero, y luego, sin más orden que aquél que establezca el tiempo, el dinero y el momento, cualquier punto de España.
De la sección "La madeja"