La moral de la deuda

Publicado el 08 abril 2015 por Vigilis @vigilis
Empecé a leer uno de esos libros que no debería leer titulado Debt: The First 5000 Years, de un tal David Graeber. La primera idea con que comienza el librito es que las deudas, en general, no hay por qué pagarlas. El argumento es el siguiente: si siempre se pagaran todas las deudas, no existiría el riesgo en las inversiones, desaparecería información en la transacción y toda la economía se iría a freir espárragos. Es enternecedor que a un autor marxista le duela que la gente que vende CDS se pueda quedar en el paro. Ah, los tiempos en que vivimos.

El cambista y su mujer (Quentin Massys, 1514).

Una de las consecuencias inesperadas de la crisis de deuda es que ha puesto de acuerdo a los radicales anticapitalistas con sus supuestos enemigos irreconciliables. Por un lado tenemos a la canciller alemana diciendo que las deudas se tienen que pagar sí o sí y por el otro a gente ofuscada por su pelo grasiento y el humo de la marihuana diciendo que solamente hay algo peor que no pagar la deuda: que pagarla sea peor que no pagarla. Unos y otros están de acuerdo en que las deudas hay que pagarlas porque hay que pagarlas.
Y aquí es cuando entra en juego una idea interesante: el asunto del pago de la deuda no es una cuestión económica, sino una cuestión moral. Es decir, el pago de la deuda no se mide en términos de cálculo económico ("¿cuáles son los costes de pagar o de no pagar?"), sino en términos morales ("es malo no pagar porque el grupo no acepta que un miembro no pague sus deudas"). Hay cierto placer morboso al comprobar que hasta los más supuestamente anticapitalistas se mueven en estas mismas coordenadas morales que hacen felices a los banqueros más gorditos de la City londinense.
Ya escribí alguna vez sobre el extraño mundo en que vivimos. Un mundo que ha normalizado que las noticias que tienen que ver con la economía financiera aparezcan en las portadas de la prensa generalista, como si fueran noticias de interés general. Este ha sido un lento cambio de paradigmas y referentes que nos ha traído al mundo de hoy. Un cambio lo bastante lento y lo bastante reciente como para que no seamos conscientes de él.

Una gráfica en la poirtada del Heraldo de Aragón. Bienvenidos al nuevo normal.

Debo enfatizar que quienes supuestamente quieren acabar con este sistema —si es que existe un sistema— asumen por completo estas coordenadas, estas reglas de juego. "Las deudas hay que pagarlas con la única limitación de que el no pagarlas sea peor". Para ser muy gráfico —y aun a riesgo de no hacerme entender— esto es como si todo el mundo está de acuerdo en que moralmente es deseable tomar veneno, y los que están supuestamente en contra del veneno sólo dicen que dejes de tomarlo en una cantidad que te mate. ¿No es maravilloso? Sólo veinte años de riesgo fiduciario y Libor en las portadas de los periódicos junto a las estrellas del fútbol y hasta los más revolucuionarios anticapitalistas asumen el lenguaje y la moral de los hijos de Gordon Gecko.
Una vez puestas sobre la mesa las contradicciones del enemigo podemos reflexionar sobre la deuda. Si tomamos la devolución del dinero prestado (más intereses) como lo que es, una mera transacción económica y no un imperativo moral, el cuento cambia. El imperativo moral en una transacción económica no sería ya la transacción económica en sí, sino el resultado de ésta (ver La Teoría de la Estupidez).

Vía

Tomemos por ejemplo los desahucios. Yo defiendo la inembargabilidad del hogar familiar porque me gusta el capitalismo y creo que el derecho a la propiedad privada relacionada con una necesidad básica es un bien jurídico superior que el derecho del acreedor a cobrar su deuda. Soy consciente de que alguien pierde, pero no es lo mismo lo que pierde uno que lo que pierde otro. ¿Que esto tiene consecuencias económicas? Sí. ¿Que hablo con ligereza de las consecuencias económicas que tiene para una de las partes? Sí. Pero es que yo no parto de la consideración de que la deuda sea una cuestión moral. Es una cuestión económica. Y si hablamos de deuda pública, de una cuestión política (pues afecta a la toma de decisiones de la comunidad política). La deuda pública requiere de otro tipo de consideraciones y no me voy a meter en eso, baste apuntar que la moralidad atribuída a la deuda privada se está extendiendo al ámbito de la deuda pública.
Yo entiendo que esto suene raro porque en el mundo al que nos acostumbraron a vivir en las últimas décadas las coordenadas morales han cambiado. Por eso, defender que en los poquísimos casos en que se puede producir el desahucio de una familia, no se produzca, parece hoy cosa de antisistemas y rojeras (nota: ¿por qué les hemos regalado eso?). Nada más lejos de la realidad. Se trata de ganancias y pérdidas y de valoraciones subjetivas. Lo que vale para un banco un hogar familiar y lo que vale para la familia no es lo que pone en los papeles del préstamo hipotecario. Creo que alguien llama a esto utilidad marginal.

Por favor, que alguien pregunte a esta gente para quién trabaja.

Tiene defensa el mecanismo contractual por el que dos partes se ponen de acuerdo voluntariamente, desde luego. El problema aparece cuando las dos partes no tienen el mismo poder de decisión ni manejan la misma cantidad de información. Este es un problema conocido: un banco vende préstamos hipotecarios con diferentes condiciones pero con lo que parece el mismo precio para la misma clientela. Aquellos créditos con mejores condiciones tienden a ser expulsados de la oferta con lo que baja la calidad —medida en garantías para el deudor— de las hipotecas que oferta el banco.
Llevar el imperativo moral de la deuda a sus últimas consecuencias nos llevaría a considerar moralmente deseable el pago de la deuda antes que cualquier otra cosa. Nadie hoy defiende que haya que pagar una deuda antes que tener algo para comer —salvo tal vez la mafia—, pero esa barrera se va estrechando. Defender el embargo del hogar familiar es considerar que el pago de la deuda va antes que el hogar. Sí, sé que estoy extremando el ejemplo, y que es una forma de argumentar no muy deseable, pero quiero que se entienda.

Un budista ve esta imagen y piensa que el señor vaca, el señor gallina y el señor eunuco están bailando la Macarena.

La pregunta a estas alturas es si defiendo que no se paguen las deudas. Es evidente que los mecanismos por los que se adelanta dinero para realizar una inversión son útiles. Tampoco requiere de muchas luces saber que el precio del dinero cambia a lo largo del tiempo. Y no se ignora por estos lares que un préstamo no deja de ser un servicio por el que se debe cobrar. Es decir, mi posición no es la del Levítico.
Es más, es que si después de lo dicho lo que preocupa al lector es si creo que se deben pagar o no las deudas, me temo que no ha entendido el punto que trato de transmitir. Un préstamo es como cualquier otro servicio, ni más ni menos. De lo que se trata es de dejar de considerarlo la brújula moral de nuestro tiempo. ¿Hay que pagar las deudas? Claro que hay que pagarlas, pero unas antes que otras. Es más, si nos ponemos puntillosos y sacamos el libro de agravios para resolver quién le debe qué a quién, la respuesta tal vez no nos guste.
Coda
El libro de Graeber se centra en la consideración moral de la deuda una vez cuantificada en dinero. Cuenta que eso deshumaniza el contrato de préstamo y luego hace un repaso a la historia de la deuda poniendo ejemplos históricos pintorescos. Si queréis libros sobre la imaginativa y fantasiosa lucha eterna entre explotadores y explotados los hay infinitamente mejores.