Como es habitual en las leyes totalitarias, la de violencia de género clasifica a las víctimas de manera diferente, según el colectivo al que pertenecen. Unas (los hombres) son malas y merecen descrédito público, escarnio y castigos ejemplares, mientras que otras (las mujeres) merecen penas menores y el silencio mediático.
El principal resultado de esa ley no ha sido disminuir los crímenes en las parejas, sino disparar las denuncias falsas contra hombres.
También es habitual en los totalitarismos que un crimen tenga distinta interpretación, pena y tratamiento, en función de quien cometa el delito. Al totalitarismo no le avergüenza instaurar maltrato institucional, jurídico, político y social contra un determinado colectivo, una injusticia que suele provocar, como reacción, una espiral de odios y resentimientos que muchas veces agrava el problema y fomenta la violencia.
Otra consecuencia de esa ley abusiva es que no contabiliza la totalidad del fenómeno y de los daños que se ocasionan con la violencia de género, sino únicamente aquellas que benefician a la parte "buena", en este caso a la mujer. Ni siquiera se reconoce ni publica que los suicidios de hombres se han disparado como consecuencia del maltrato judicial y que las mismas muertes de mujeres no disminuyen, a pesar de la represión brutal al "macho maltratador". Tampoco se asume ni se debate sobre los daños que padecen los hijos de los padres separados y en los que el odio ha crecido por culpa de sentencias discriminatorias contra el esposo.
Es cierto que toda ideología totalitaria estigmatiza a un colectivo por el sólo hecho de serlo, pero el caso del feminismo en España ha superado todas las previsiones y abusos del totalitarismo de género en la Historia, pues por vez primera se estigmatiza y maltrata nada menos que a la mitad masculina de la Humanidad.
Los delitos de género son brutales y dolorosos y merecen duros castigos, pero deben ser castigos iguales, sin reservas ni privilegios, castigando el delito, lo cometa quien lo cometa, sea hombre o mujer.
Las mas perjudicadas por la discriminación contra el hombre es la misma mujer, que está logrando convertir muchas veces a su pareja natural en adversario. La mujer pudo haberse ganado al hombre para que le ayudara a conseguir el respeto y la igualdad a los que tiene derecho en la sociedad, pero por culpa de esta ley inicua que se ensaña con el hombre, el "macho" se siente tan aplastado que a veces se transforma en adversario del feminismo radical y de sus insaciables abusos.
Por todas estas razones, la denuncia hecha por Ciudadanos de que la discriminación debe terminar y el trato de los delitos de genero deben igualarse es de gran valor democrático y representa un avance, no un retroceso como se han precipitado en afirmar el feminismo radical y los partidos políticos que le apoyan, a pesar de la inconstitucionalidad del planteamiento, sólo porque aspiran a lograr los votos masivos de las mujeres.
La misma Doris Lessing, fundadora del movimiento feminista, no se cansaba de repetir que "Las feministas no han entendido nada" y que el movimiento que ella impulsó ha terminado viciándose y manipulado por el extremismo totalitario de unas feministas politizadas, desorientadas y peligrosas.
Es bastante probable que los hombres empiecen ya a reaccionar contra la desigualdad que les han impuesto desde el radicalismo "progre" y que abandonen la pasividad y el silencio cobarde que han exhibido, de manera vergonzosa, ante una ley arbitraria y contraria a los derechos humanos fundamentales, la democracia y a la misma Constitución española.