La mordida

Por Expatxcojones

Yo haciendo el idiota. Tánger, 2015. expatriadaxcojones.blogspot.com


En Marruecos puedes beber y coger el coche. No hay problema. Nunca te encontrarás con un control de alcoholemia, como aquí no beben… Pero con lo que sí te puedes tropezar es con un control de velocidad y, si eres extranjero, hay que estar preparado.
La primera vez que nos sucedió, hicimos el pringado. La segunda, ya íbamos algo más preparados. Ahora, después de tropecientas mil veces de pasar por lo mismo, estamos más que curtidos. Esto no es más que una representación teatral. El título de la obra: La mordida. Se trata de representar tu papel lo mejor que sepas. Y la práctica, como en todo, hace mucho.
Empieza la función: Tú vas por la carretera conduciendo tan ricamente y sí, quizás un poco más rápido de la cuenta, cuando te para una patrulla de policía. Te dicen que te han hecho una foto (que no te pueden enseñar porque el sistema que utilizan es de lo más anticuado) y que la multa sube a, pongamos por caso, cincuenta euros.
—¿Puedo ver la foto? —le pides al tipo porque intuyes de que va el rollo.—El sistema no lo permite. Pero si no se fía… nos quedamos con su carné. Y usted recibirá la multa con la fotografía correspondiente. En cuanto la pague, se lo devolveremos.—Vaya… ¿Cuánto tiempo puede tardar?—Eso nosotros no lo sabemos. Depende del trabajo que tengan en comisaría.—No puedo quedarme sin carné. Lo necesito para trabajar…—También puede pagarla ahorasi prefiere…
Como en España si te multan no hay tu tía de arreglarlo (las normas son las normas y todos las hemos de cumplir) pues tú, como extranjero e idiota que eres, bajas la cabeza y aceptas la sanción.Mea culpa. Te callas, apoquinas e intentas hacer el resto del trayecto respetando la limitación de velocidad en todo momento.
Pero luego hablas con un amigo, también español y te cuenta la misma historia aunque con un final algo distinto. En su caso, como salía de la zona franca, y allí todo son fábricas y muchas dedicadas al textil, el agente en cuestión le propone un trato.
   —¿Dónde trabajas? —le pregunta.   —En la empresa tal —responde él.   —Y ¿qué hacéis?   —Ropa de señora.   —Pues mira, como me has caído bien, tú tráeme un traje chaqueta de color negro en la talla 42 y asunto resuelto.
Esto es sólo un ejemplo. Uno de tantos. Historias como éstas las hay de todos los colores y para todos los gustos.Algunas divertidísimas. Pero cuando has oído demasiadas y aunque no te vaya el rollo, decides que a ti no te toman más el pelo. Y entras al trapo. Que suele estar roñoso y huele que echa para atrás.
Otro día. Otra carretera. El mismo acto. Tú conduciendo un poco más rápido de la cuenta. Un control de policía y un agente que levanta el brazo.
   —Iba usted a setenta y tres kilómetros por hora y en este tramo solo está permitido circular a sesenta. Esto es una infracción muy grave. Son cincuenta euros de multa.    —Pero yo no llevo ese dinero encima… —miente el Kalvo descaradamente.   —Pues me veré obligado a quedarme con su carné.
El policía se va, llevándose nuestros papeles con él. Se acerca al furgón e interpreta su papel de poli bueno. El compañero desempeña el papel de poli malo. Nos dejan en el coche un buen rato. Esperando y desesperando a partes iguales. El Kalvo aprovecha el momento para esconder los billetes grandes en la guantera. Es la táctica del desgaste y gana el que se cansa el último. Pero ellos juegan con ventaja. Normalmente no tienen nada qué hacer y tú sueles ir con prisa.
Pasado un buen rato, el agente enrollado vuelve hacia nuestro coche. El Kalvo está preparado. Es el momento de su actuación final. Estamos en el último acto y el público debe levantarse de su asiento con una ovación. Para conseguirlo, el Kalvo tiene que poner toda la carne en el asador. Llorar, suplicar, pedir perdón, poner excusas (a poder ser relacionadas con la familia, los niños o alguna enfermedad) y, sobretodo, no ceder.
   —Es que voy con prisa porque (mentira) y de verdad le digo que (mentira) tenga usted piedad señor agente (mentira) no volverá a suceder (mentira, mentira, mentira). Por favor ¿No hay otro modo de arreglarlo?   —Voy a hablar con mi compañero.
Está a punto de caer el telón. Es la última escena. Muy sutilmente y sin que se note demasiado, cuando el poli regresa el Kalvo le ofrece una cantidad menor. El poli pone cara de indignación. Le contesta que es imposible. El Kalvo pone cara de perro apaleado. Sube la cantidad. Enseña su cartera. No llevo nada más, le dice. El poli arruga la nariz. Vuelve al furgón para hablar con su compañero. Regresa al coche. El Kalvo, ya un poco harto de tanto numerito, se lanza al ataque final. Todo o nada. Desliza los billetes disimuladamente, y se los da al policía, que nos devuelve los papeles y nos deja ir como si aquí no hubiera pasado nada.
Lo más surrealista es que se trata de cantidades irrisorias. Porque el Kalvo, al que han parado tantas veces, ya está hasta las mismísimas narices y no suelta más que cuatro perras.Él es catalán de pura cepa. Y yo me pregunto: ¿Les vale la pena poner su cargo en peligro por, digamos, cinco míseros euros? Pues, por lo que parece, sí. Porque la mayoría lo hace. Creo que sólo hemos pagado un par de multas. De todos los guardias que nos han parado (y han sido un montón) sólo dos han sido honestos y se han negado a aceptar dinero.
Lo triste es que no sólo pasa en la carretera. Te sucede lo mismo en la Aduana cuando intentas entrar el coche y llevas cosas en el maletero. E incluso en alguna de las administraciones donde debes hacer trámites. Matricular el coche, obtener el carné de conducir marroquí, un certificado médico oficial,... Tengo la sensación que aquí todo se arregla con dinero. Te pasas el día soltando la pasta. Así que lo mejor que puedes hacer es tener dos carteras. Una, la verdadera, con el dinero para tus cosas. Y la otra, de attrezzo, con tan solo algunas monedas y billetes pequeños para lo que pueda pasar.