Autor: Eduardo Goligorsky (a) “Roy Wilson”
Colección: Nueva Pandora nº 50
Edita: Malinca, Buenos Aires, 1959
Una de los pequeños placeres que trae hacer este blog es eso que yo llamo “arqueología literaria”. O sea, cuando uno descubre qué , quién y cómo salió este libro olvidado de la mano de Dios, descubrir la edición desconocida de una joyita de esas que se habla mucho peor se conoce poco, o encontrar a un autor famoso detrás de un seudónimo barato. Como pasa justamente en esta novela, escrita por uno del os pioneros de la ciencia ficción argentina escondiéndose en un seudónimo yanqui.
Eduardo Goligorsky había comenzado su carrera como traductor de historietas y novelas de la serie Rastros y para finales de la década de 1950 comenzaba a colaborar su carrera de escritor profesional escribiendo (bajo infinitos seudónimos anglosajones para que parecieran traducciones de novelas yanquis) novelas policiales a lo MIckey Spillane para la editorial Malinca. Sería años después que, con su “A la sombra de los Bárbaros”, quedaría convertido en uno de los autores señeros de la ciencia ficción argentina.
Esta novela es una de las que el joven Goligorsky escribía bajo seudónimo, cobrando unos 8.000 pesos de esos años por cada una. La idea era vender gato por liebre, haciendo que esta novela original fuera confundida por los lectores como la traducción de una novela norteamericana (de hecho en la contraportada se le inventa un título ficticio en inglés, “They`ll die laughing”). Porque, claro, el policial negro solo podía hacerse bien en Yanquilandia…
Bueno, ¿y que tal es la novela en si? ¿es un clásico del género escondido? Lamentablemente, no puedo decir eso. Eso sí, tiene todos los ingredientes que uno esperaría de una novela policial “negra” de esos años. Tenemos a Ralph Malone, antiguo periodista echado de su empleo por denunciar la corrupción policial y devenido en un pésimo detective privado. Y al que no le ayuda su costumbre de acosar a cuanta fémina tenga a mano (¡ah, aquellos tiempos donde el acoso sexual no era algo importante!). Lo contratan para fotografiar a una esposa infiel en un hotel y, al llegar, se encuentra con una mujer muerta antes de ser noqueado allí. Desde luego, al despertar resulta que él es el principal sospechoso del asesinato de la mujer, que era la amante de uno de los principales gangsters de la ciudad. La policía – que está feliz de vengarse de ese tipo que denunciaba la corrupción del cuerpo- considera que le caso cerrado y, al escaparse, lo persigue implacablemente… así como la pandilla del mafioso al que mató la amante y una pandilla rival. Y su único apoyo, la hermana de la muerta, también termina asesinada a mitad de la historia. Por supuesto, para demostrar su inocencia, Malone se mete hasta las cejas en una intriga de traiciones cruzadas, lucha de pandillas y gente con más caras que un poliedro.
Toda novela negra debe tener su dosis de sexo y violencia y Goligorsky cumple ampliamente. Los muertos caen por docenas, algunos muriendo de maneras que, dibujadas en un comic, hubieran enfurecido al doctor Wertham por lo “gore”, Malone recibe más golpes que Muhammed Ali, Monzón y Mike Tyson en todas sus carreras juntas y NO HAY MANERA de que las chicas que se cruzan con Malone no terminen desnudas y listas para recibirlo. Tal vez la escena más graciosa en ese sentido es cuando Malone, secándose por enésima vez, le pide ayuda a una chica. Ella le deja quedarse en el departamento… pero antes de irse decide darse el gusto con él. ¡Y no vuelve a aparecer más en la historia! Parece que a Goligorsky le quedaban unas páginas sin rellenar…
NO, no va a pasar a la historia del género. Es sólido, profesional y cumple con sus objetivos genéricos. Pero como documento para saber como un escritor conocido comenzó como un profesional de la máquina de escribir, escribiendo por kilo para sobrevivir, es un documento inigualable.