Parece que se ha perdido la mosca de mi infancia, cuyo viaje yo solía perseguir con ojos atentos. Regreso a mis primeros años y la veo posarse en el amplio cristal. Enseguida da saltitos zigzagueantes de un lado al otro de la ventana. Tengo la impresión de que disfruta del trayecto ciego propio de su vida errática.
No parece extraño que un ser minúsculo como ella, carente de domicilio y objetivos, motivara reflexiones profundas que atañen a la condición humana y al estilo de vida y a los afanes de los individuos. Pienso en la mosca de mi primera niñez y recuerdo el leve golpe que le propinó un hombre en una novela de Italo Svevo. El hombre sintió que la mosca lo atormentaba y, tras golpearla, consideró que ella no sabía de qué órgano procedía su dolor.
Pienso en Svevo y me acuerdo de Augusto Monterroso. Su mosca soñaba que era un águila. La de Macedonio Fernández se coló, según se cuenta, en su habitación de moribundo. Alguien quiso espantarla y se le oyó decir al escritor agonizante: "Que sea de la oposición".
Pienso también en Marguerite Duras y su mosca desahuciada. La descubrió en su casa y le siguió el rastro a través de la escritura hasta que acabó muriendo. El proceso hacia la muerte del insecto le hizo decir: "Se escribe para mirar morir una mosca". Emily Dickinson, en su imaginario lecho de muerte, le regaló a la suya un poema.
Pienso en todas las moscas del mundo y recuerdo la mosca de mi infancia. Entonces me pregunto si acaso la mataron los humanos para no tener que mirarse a sí mismos mientras la contemplan.
FUENTE: EL QUINQUÉ. LA PROVINCIA-DIARIO DE LAS PALMAS.