La formación es algo que está en nuestro día a día. Da para debatir mucho. Hace unos meses pude asistir a un estupendo debate que surgió sobre el tema de si la formación es coste o inversión para las organizaciones. Por supuesto ambas posiciones tienen argumentos para sostenerse.
En este post, quiero plantear las principales conclusiones a las que llegué para cada uno de vosotros pueda sacar sus propias conclusiones.
De una forma teórica y conceptual, nadie duda que la formación sea una inversión que se recuperará a corto plazo. Mediante la formación de todos los miembros de la compañía, se logrará la mejora competitiva global. La formación forma parte de la dirección estratégica para llegar a lo más alto en los niveles de calidad.
La formación, por otro lado, nos permite crecer y avanzar a todos como profesionales, abriéndonos las puertas a nuevos conocimientos que poder poner en práctica.
Sin embargo, no podemos olvidar que no hay cultura formativa arraigada en las empresas españolas y esto está pasando factura. Las empresas no cuentan con una estructura planificada y organizada de planes formativos. Lo más común es la improvisación, haciendo los cursos que surgen, sin tener en cuenta muchas veces si son realmente necesarios porque hay un dinero que se debe de aprovechar.
En España priman las pequeñas y medinas empresas, que no suelen destinar partidas propias para formar a sus plantillas sino que utilizan las subvenciones que les corresponden porque es un dinero que deben de aprovecharlo “de cualquier forma permitida”, porque lo ven como simplemente como una ayuda.
La desmotivación es una realidad entre las personas que reciben una formación por parte de sus empresas. En ocasiones las empresas no dan ningún tipo de facilidad para que sus trabajadores puedan recibir esas formaciones y en otras situaciones los trabajadores pretenden que el total del tiempo destinado a esas formaciones sea dentro del horario laboral. Creo que se debe llegar a un punto medio de equilibrio donde se produzca flexibilidad por ambas partes.
La falta de información de las diferentes acciones formativas disponibles suele ser otro de los grandes problemas. Las verdaderas necesidades, no se ponen encima de la mesa porque se desconocen o porque en muchas ocasiones no interesa.
Igualmente, la política de formación no suele afectar a todos los segmentos de las compañías, es decir, siempre suelen beneficiarse de las mismas la cúpula directiva o los mandos intermedios, quedando excluidos los trabajadores sin status sin razón objetiva. Todas las personas, ocupen el puesto que ocupen, tienen necesidades formativas necesarias para sus puesto que deben intentar satisfacerse de forma equitativa y justa. Habrá que asegurarse de que las personas que se benefician de recibir formaciones del tipo que sean, las aprovechan. Porque en muchas empresas se imparten clases de idiomas o se les concede la realización de un MBA a determinadas personas y no acuden a las clases y por lo tanto no le sacan rendimiento. Esto debería de estar penalizado, independientemente del puesto que se ocupe. Las personas no lo valoran muchas veces porque es gratis, sin darse cuenta de que sus organizaciones invierten un dinero en ellas y no en otros porque les dan prioridad ese año a sus necesidades formativas.
Otro escollo enorme es que la mayoría de las formaciones son subcontratadas con centros formativos externos que imparten las diversas acciones de una forma genérica, sin ceñirse a las particularidades de cada organización cuando es algo vital. El “café para todos” hace tiempo que no vale y en determinadas ocasiones es necesario establecer planes individualizados de formación. Por supuesto, no siempre es preciso esto pero sí en determinadas ocasiones.
Por otra parte, no hay un seguimiento ni control alguno por parte de las empresas de si los trabajadores que se benefician de esas formaciones aprovechan lo aprendido y le sacan partido en su puesto de trabajo. Se deben evaluar de forma objetiva los resultados.
No se puede negar tampoco que, en muchas ocasiones, las formaciones ofrecidas a las empresas no tienen nada que ver con las necesidades reales que éstas precisan porque no hay una comunicación fluida entre todos los actores en el ámbito formativo.
Ni que decir tiene que muchas de las acciones formativas que se imparten carecen de objetivos específicos que luego se puedan medir para ver el éxito o fracaso de las mismas y, en función de esto, poder rectificar para sucesivas acciones.
Las empresas y las personas tienen un evidente miedo al cambio y este sentimiento no es ajeno al ámbito formativo. Porque que las cosas siempre se hayan realizado de una forma no quiere decir que se deba seguir así toda la vida. Está claro que nadie dice que sea fácil evolucionar o cambiar, sin embargo, más vale intentarlo que quedarnos sin hacer nada.
La formación es un derecho que tienen los trabajadores y una obligación de comprometerse a realizarlas. Para las empresas es un derecho para que sigan avanzando porque invierten en su principal valor, sus personas y una obligación porque deben estar del lado del conocimiento y la evolución, a pesar de los riesgos que les pueda conllevar.
Se debe fomentar la formación de calidad y no la cantidad porque no es importante a cuantos cursos se asista sino cuánto nuevo conocimiento se adquiere. Mayor control de las materias formativas que existen en el mercado. Se debe apostar más por las formaciones eminentemente prácticas en detrimento de la teoría pura y dura.
Por supuesto, yo apuesto al 100% que la formación debe verse como una inversión porque es lo que debería ser, sin embargo en la actualidad esto no pasa en la gran mayoría de las empresas.
¿Qué opinas?