La muerte como atajo del relato de la vida

Por Jalonso

Por Juan Alonso

La muerte encierra un misterio que inquieta a la humanidad desde hace siglos. Muchos creen que se trata de un nuevo comienzo y para otros es simplemente el fin.

En su ensayo de 1912, Miguel de Unamuno reflexionó sobre la imposibilidad de aceptarla. En uno de sus párrafos, escribió: “Acaso la enfermedad misma sea la condición esencial de lo que llamamos progreso, y el progreso mismo una enfermedad.”
De ese “progreso”, entonces, hablamos en estas páginas los 365 días del año. Hechos trágicos que se desarrollan en ciudades gigantescas donde el hombre está habilitado sólo como un consumidor sin horizonte de futuro. Su existencia es pura distracción. Una máquina productiva que nace, se reproduce y muere, en la mayoría de los casos durante la ignominia del anonimato con la estela de una frase tallada sobre una piedra. Es así cómo algunos especímenes van forjando su carácter de lobos por la inercia de la anemia espiritual.
Por el deseo se nace y por el anhelo se vive y también se muere.
La paradoja del destino nos arrastra por estos días hasta hechos demasiados complejos. Lo que parece una serie es la vida real. Presuntos suicidios con mil pistas, testigos y versiones enfrentadas. La valoración de los datos duros depende del que escucha. Cuestión de fe. Aunque desde el punto de vista puramente criminológico, toda muerte tiene una explicación científica y hasta filosófica.
En cuanto más avanza la investigación penal, el hombre queda otra vez desnudo y sin máscara frente a sus pares. No hay héroes ni próceres. Somos seres pequeños ante el infinito del universo. Una mente brillante como René Favaloro eligió una bala de un Magnum 357 para estallarse el corazón. En el espejo del baño de su departamento dejó las notas dirigidas a sus familiares y amigos. ¿Y el móvil? La soledad y el infortunio para enfrentar las circunstancias de una economía caníbal. Esa gran máquina monstruosa que se alimenta de los hombres y se llama capitalismo. A quien los más esperanzados garantistas de la economía le ponen el mote falaz de “mercado” y de “progreso”.
Ante la promulgación de la idea de desguace que viene degollando esperanzas desde la hambreada Europa y el norte millonario, quizás pueda ser útil esta vieja idea de Unamuno. “Lo primitivo no es que pienso, sino que vivo porque también viven los que no piensan. Aunque ese vivir no sea un vivir verdadero.”
Es la época que nos tocó.

Columna publicada en el diario Tiempo Argentino el 1 de marzo de 2015