Las redes sociales nos están transformando la vida en muchos sentidos. A los ya sabidos se suma también el llamado activismo de salón, es decir, mostrarse solidario con cualquier drama social y humanitario, muerte de famoso, accidente trágico o campaña social del tipo que sea para evidenciar que somos solidarios, que tenemos valores y que nos importan la mayor parte de todas las causas.
¿Pero de verdad nos importan o lo hacemos de cara a la galería? ¿En realidad creemos en ello, o lo hacemos por otras motivaciones derivadas de que ahora nuestra vida ya no es tan privada? ¿Es cierto que nos gusta todo lo que decimos en Facebook? Algunas ONG ya han advertido que este tipo de comportamiento de “solidaridad virtual” no sirve para nada, como UNICEF de Suecia, que cada vez cuenta con un mayor número de seguidores y menores ingresos.
El primero que entendió esta tendencia fue en 2008 Ethan Zuckerman, cofundador de la red de activistas Global Voices, y la bautizó como la teoría del Gato Adorable del Activismo Digital, que básicamente sostiene que la gente no está interesada en el activismo, sino en temas triviales, superficiales y mundanos, y que aunque la web fue desarrollada para el intercambio de información con fines educativos y científicos, la masificación del acceso nos ha entregado un espacio donde la constante es la trivialidad http://goo.gl/JW6RLZ
Los sociólogos y otros estudiosos de la red http://sociologiayredessociales.com comienzan a alertar de esta tendencia que hace que cualquiera de nosotros comparta en Facebook una foto de un niño que ha desaparecido, se solidarice con las víctimas del accidente aéreo de Malasia, del ciclón de cualquier país o de la hambruna de otro de más allá. Twitter todavía es más aplastante en este sentido dada su instantaneidad y sus famosos hashtag, donde el respetable se lava las manos de la conciencia de forma rápida, como ha sido evidente con la reciente muerte del expresidente del Gobierno Adolfo Suárez.
Las alabanzas y loas hacia su figura han sido de millones de comentarios, ¿pero cuántos de éstos han sido de activistas de salón?, de personas que opinan por imitación, repetición de otros comentarios, sin criterio o por quedar bien en su grupo social. Imposible de cuantificar, pero seguramente muchas, porque las redes sociales han traído una necesidad de falsa participación, de tal manera que si no lo haces es como si no existieras en tu círculo social virtual.
Participar exige criterio propio y eso ya es más difícil de poseer, por eso en este tipo de casos abundan las mismas fotos, los mismos mensajes de apoyo, solidaridad o condena, que una sociedad atontada por las redes sociales y el mal uso de las mismas repite sin parar, con buena voluntad, pero en el caso de las causas solidarias con poco éxito para lo que de verdad importa, que suele ser la recogida de dinero para poner en marcha campañas que ayuden de verdad a la acción que se promueve. Esto llevó por ejemplo al sindicalista francés Edouard Martín a criticar “a los revolucionarios de Facebook que nos dan lecciones para evitar el cierre de Acerlor Mittal desde los sillones de cuero de sus casas”. Martín lleva luchando desde 2009 para evitar el cierre de estos altos hornos de Francia.
Por otra parte, cabe también preguntarse cuánto vale un “me gusta” de Facebook en la medida de que nos sumamos a muchos de ellos por medio de la invitación de un amigo, y no tanto porque nos agrade de mutuo propio. Cada “me gusta” hecho como un favor se puede descontar del total de los que acumule la empresa, en nada beneficia a ésta y su eficacia es mínima como se puede comprobar con las herramientas de medición de Facebook.
Y una última pregunta para la reflexión. Mucho se ha hablado de la influencia de Twitter en las revoluciones de la Primavera Árabe y en levantamientos similares otros países. Muchas de estas naciones carecen de buenas redes de comunicación y de escasa penetración de smartphones entre la población. Entonces, ¿cómo se logra entonces una revuelta callejera? ¿Tal vez manipulando a las masas con el activismo de salón?