'La muerte de Iván Ilich' de Tolstoi por Carmen Garrido

Publicado el 01 junio 2011 por Carmen


Título: La muerte de Iván IlichAutor: León Tolstoi
Todo un Tratado de Anatomía sobre la Muerte y las miserias que le rodean. Eso es este Iván Ilich. Sinónimo de disección pulcra y meticulosa de todo lo que envuelve a la Negra Dama, en la piel de un personaje que se nos va haciendo más humano a medida que avanza el texto. Es diferente leer este diario de cómo afrontar lo inevitable en la adolescencia que cuando uno ha alanzado cierta madurez. Lejana e improbable aparece la Muerte en el primer caso, en el segundo es fácil ponerse en la piel de alguien parecido al lector, alguien como usted o como yo (o tal vez no…), alguien a quien ha sorprendido una enfermedad inesperada en medio de la tranquilidad de una vida ya hecha: Iván Ilich, juez de la Audiencia, 44 años, hombre recto y sin vicios, honorable, padre de familia que vive con inercia en un matrimonio que primitivamente fue por amor, profesional de las leyes que ha trabajado por labrarse una carrera en la Administración zarista, por subir escalones hasta llegar a lo más alto del escalafón.
Un buen ciudadano al que un mal golpe del viento lo ha lanzado por la borda. Antes, todo estaba perfectamente calculado: los rublos que ganar para decorar una nueva casa, las citas con los amigos del trabajo para jugar al whist, las discusiones con su mujer, Praskoia Fiódorovna – siempre abandonada a las preocupaciones y requerimientos burgueses-, la moralidad intachable en sus sentencias en la Audiencia, el provechoso futuro del pretendiente de Liza, su hija. Es la enfermedad la que rompe el puzzle orquestado en su mente. Y sólo en su mente, porque el rompecabezas cotidiano seguirá sin él, lo abandonará una vez se conozca lo mortal de su mal. Los familiares seguirán programando sus existencias al margen del marido, del padre o del compañero porque la vida debe seguir imponiéndose frente a todo lo ingrato que rodea al moribundo: sus quebraderos de cabeza, su malhumor, sus olores y medicinas, sus manías. En cierta forma, la agonía del recto Ilich ofende a los suyos, es inapropiada y tizna de pesadez una casa en la que se deberían celebrar reuniones sociales y bailes a propósito del casamiento de una hija. En medio de esa terrible soledad, Ilich pasa por todos los estadios que circundan a la certeza de que va a morir. Oscila entre la negación y la aceptación, se pregunta qué ha hecho para recibir el castigo de unos dolores terribles que no le dejan vivir ni día ni noche. Que Tolstoi es un maestro a la hora de aproximar algo tan lejano como la Muerte al lector, se refleja en el Capítulo VI, todo un prodigio de psicología narrativa, en el que desaparece el burgués ambicioso y aparece el hombre: Ilich, un hombre despojado de toda comprensión y amor, solo frente a la terribilitá de morir, acompañado tan por un mujik, Guesarim, un siervo de vida dura y mirada compasiva hacia su señor, al que nada oculta. Porque Ilich se ha convertido en un niño, al que todos regalan la piruleta de la mentira. Todos, incluidos los médicos, juegan con él al despiste, prometiéndole mejoras a las que se agarra y que nunca sucederán. Lo que más atormentaba a Iván Ilich era la mentira, esa mentira, por todos admitida, de que simplemente estaba enfermo, pero que no se moría, y de que lo único que necesitaba era estar tranquilo y tomar los medicamentos.El terrible y espantoso acto de su agonía se había reducido por todos los que le rodeaban a una simple molestia, a cierta falta de decoro (…). Nadie le compadecía porque nadie quería comprender su situación.Y es ante esa situación exasperante, cuando Tolstoi nos plantea la gran cuestión: Ya que voy a morir joven, ¿ha sido mi vida lo suficientemente buena? ¿he disfrutado de ella? ¿la he gozado como debería haberlo hecho? Ésa es la pregunta frente a la que, finalmente, se debate Ilich y en la que, a la vez, nos debatimos nosotros. Porque el gran mérito del escritor consiste en lograr que nos pongamos en la piel de un personaje que, al principio, se nos hace destestable, anodino, grisáceo. Sin embargo, es el lector el que, al final, acaba apiadándose de Ilich, porque conoce sus más íntimos pensamientos y porque comulga con ellos: con el desconcierto, la rabia, el dolor, la duda, la desesperación. Nadie debería agonizar con horribles sufrimientos… Pero… ¿debería hacerlo un hombre que ha sido ejemplo de rectitud y que ha vivido la vida como creía, de cara a los demás, cumpliendo las normas establecidas por su clase? ¿No debería todo este esfuerzo ser recompensado con una muerte tranquila? Si ha vivido de acuerdo a las convicciones, ¿por qué, en sus últimos días de vida, la conciencia de Ilich se retuerce y le grita y le daña aún más que el dolor mismo?Enfrentarse, pues, a una novela así es todo un reto vital. También las Parcas tienen su historia, Tolstoi la desgrana en los capítulos finales de la novela. Iván  Ilich se convierte en uno de nosotros y morimos con él. Y, al final, viene la ineludible reflexión: ¿hay que vivir como uno sueña o existir en virtud de los demás? Teniendo en cuenta que la Muerte no entiende de fechas, la respuesta, aunque no es sencilla sí es, por supuesto, obvia.