Hace ya algunos días que decidí dejar de escribir sobre el proceso independentista. No sólo eso, sino que poco a poco me voy desenganchando informativamente del tema, aunque reconozco que sigo visitando Twitter y leyendo algún que otro artículo. Lo que sí he conseguido es vencer a la tentación de entrar en debates estériles. Estoy muy harto, pero antes de desterrar definitivamente de este blog todo lo relacionado con el conflicto catalán tengo que escribir este artículo, porque si no, reviento.
Seguramente después de lo que voy a vomitar tampoco importará mucho sobre qué escriba en adelante, porque por aquí no quedarán más que cuatro gatos “equidistantes”.
El legado principal que deja el procés es la penosa infantilización de la sociedad o, al menos, de la parte de la sociedad que se expresa públicamente. Me parece inaudito que tanta gente adulta, aparentemente bien preparada, carezca por completo de la capacidad de analizar la realidad de forma crítica. El debate ha quedado reducido a buenos y malos, al nosotros tenemos la razón y ellos no, al conmigo o contra mí. Y me resulta especialmente chocante cuando durante estas semanas estamos asistiendo al repugnante ataque que la derecha reaccionaria está perpetrando contra la escuela pública catalana.
¿Por qué me choca? Pues porque buena parte de quienes se indignan con ese ataque injustificado, defienden la autonomía de la escuela y que los docentes difundan en las aulas un valor intrínseco a la libertad y la democracia, como es el pensamiento crítico, son incapaces de hacer autocrítica. Resulta inquietante que tanta gente aparentemente inteligente y preparada se entregue de forma tan maniquea a la causa.
Voy a ser muy claro: si la catalana fuera una sociedad adulta, ninguno de los políticos que llevan (en el menor de los casos) dos años mintiéndonos sin sonrojo, incluso vertiendo lágrimas de cocodrilo, podría presentarse a las elecciones autonómicas (recordémoslo, autonómicas y convocadas por el gobierno español en aplicación del artículo 155 de la Constitución) del 21 de diciembre. Han basado los últimos dos años de legislatura en una monumental mentira que les ha estallado en los morros, sin que, al parecer, a la parroquia independentista le importe demasiado. Han dedicado dos años a construir unas estructuras de estado inexistentes, que han consumido miles de horas de propaganda en todos los medios de comunicación. Nos han vendido una república de fantasía, cuyos únicos activos fueron el referéndum del 1 de octubre, organizado y sostenido por la sociedad civil; la represión policial y judicial; y el encarcelamiento de parte del gobierno legítimo.
Pero de las famosas estructuras de estado, nada. Todo humo. Una broma monumental que haría gracia si no fuera por sus consecuencias trágicas.
Voy a seguir hablando claro: de las personas injustamente encarceladas, las únicas que me generan un sentimiento de empatía fuera de toda duda son Jordi Sánchez, presidente de la ANC (bueno, ya no, ha renunciado para poder ir en la lista electoral de Puigdemont), y Jordi Cuixart, presidente de Òmnium Cultural. Probablemente, son los únicos que nadie pensó jamás que pudieran pagar con la cárcel su activismo. Los otros, los políticos, sabían a qué se exponían, por mucho que ahora todos pongan el grito en el cielo, por mucho que se hagan los ingenuos respecto a la capacidad coercitiva del estado español.
Del gobierno del PP y sus mascotas naranja y roja (desteñida) sólo cabía esperar represión y unidad en torno a la bandera española. Aquí las únicas que triunfan son las banderas, como siempre.
Siempre he advertido que la unilateralidad era una soberana estupidez condenada al fracaso. Dejando de lado razones, legitimidades y eslóganes más o menos épicos y lacrimógenos (que en eso el procés es insuperable), la cruda realidad, que es la misma hoy que hace cuarenta años, es que a un estado como el español sólo lo puedes desafiar si estás dispuesto a aceptar el precio de la afrenta y si cuentas con fuerzas suficientes para aguantar el pulso durante años. Pues no, las únicas bazas del procesismo eran bonitas frases y muchas fotos, miles de ellas, con montones de gente en las calles, para decorar Twitter y Facebook. Porque sus líderes, y soy del todo consciente que suena ruin decirlo estando varios de ellos en la cárcel, han demostrado una incapacidad lamentable.
Pienso en ello y me sigue pareciendo inaudito que no tuvieran más plan que el de declarar una república independiente con tantas posibilidades de ejercer como tal que el que el M. Rajoy de los papeles de Bárcenas no sea Mariano Rajoy. Después de esa declaración no declaración en el Parlament no había nada. De hecho, los políticos independentistas hicieron todo lo posible para que quedara muy claro que aquello sólo había sido apariencia, que la declaración de independencia no tenía efectos jurídicos. Y en eso basan su defensa ante la Torquemada Lamela.
El analista más torpe del país tenía claro que si había DUI, en cualquiera de sus modalidades, Catalunya quedaba intervenida ipso facto y sus dirigentes, empurados. Pero no, ellos no podían imaginar semejante nivel de represión.
Va, home, va, aneu a pastar fang (buscadlo en Google).
Por otro lado, estas semanitas entre rejas (injustas, desproporcionadas, lamentables, indignantes) o en el exilio les garantizan a todos los que quieran seguir en el ajo, eterna supervivencia política. La masa independentista ya los ha alzado a la categoría de héroes y mártires y, por tanto, quedan absueltos de todos sus pecados.
El problema es que a mí no me deja nada tranquilo saber que, pase lo que pase, en Catalunya van a gobernar (igual que en el resto de España), gane quien gane, mentirosos compulsivos; politicuchos cuyo único objetivo es perpetuarse en el cargo, recurriendo a la mentira como recurso principal. Mentiras más o menos adornadas, con apariencia más o menos inocente, contadas de forma más o menos épica y sentimentaloide, pero mentiras al fin y al cabo.
La campaña va a ser infumable, no pienso escuchar ni un solo debate, ni una sola entrevista, ni un solo mitin, aunque reconozco que siento curiosidad por saber qué van a prometer esta vez los partidos independentistas. ¿La consolidación de la república? ¿Otro referéndum pactado y si no la independencia unilateral? ¿La integración en la Confederación Galáctica? ¿Y cómo lo harán? Porque supongo que esta vez sus votantes les exigirán garantías de cumplimiento del programa, ¿no?
Es igual. La verdad es que no espero nada de nadie. Parecerá que soy un unionista furibundo, pero nada más lejos de la realidad. De los partidos españolistas (constitucionalistas se hacen llamar, aunque la mayor parte del tiempo se pasen la Constitución por el arco del triunfo) no espero nada; nunca lo he esperado. A mí la unidad de España, como decía el gran y añorado Pepe Rubianes… lo buscáis en Google, que está la cosa como para ir haciendo bromitas.
El otro día murió el Fiscal General del Estado, José Manuel Maza, reprobado por el Congreso de los Diputados, recordémoslo. Un tipo que se jactaba de, hablando en plata, joderle la vida a dos personas cuyo único delito fue defender un ideal político, la independencia de Catalunya, de un modo cívico y ejemplar. Me refiero a los Jordis, que llevan un mes largo en prisión preventiva. Un tipo para el que el concepto de justicia se parece poco al que yo tengo. No voy a decir que me alegre de su muerte, que no es el caso, pero tampoco la lamento.
El último palo que reparto hoy va para Podemos, el partido que se suponía que debía arrasar con todo, abrir puertas y ventanas, reventar el régimen del 78 y entregar el poder al pueblo. Lamentablemente, han envejecido a un ritmo prodigioso para acabar siendo, o pretendiendo ser, la imagen rejuvenecida de un PSOE fosilizado. La verdad es que no entiendo nada. Uno acaba llegando a la conclusión de que todos los que consiguen un papel en el escenario de la política española, se acaban acomodando. Ya les está bien ese papel de niños rebeldes. Mucho ruido y pocas nueces.
Los dirigentes de Podemos reaccionaban a la muerte de Maza con mensajes de condolencia y el partido iniciaba el trámite para expulsar a un militante catalán que publicó en Twitter la imagen de un brindis con cava. Todo muy rompedor, desde luego. Qué decepción, Pablo. No se puede ser la reencarnación de Lenin y a la vez el típico político moderado, pactista, respetuoso, hombre de estado capaz de entenderse con todos. La clase obrera de este país sigue esperando a quien la despierte del letargo.
La política se ha convertido en un espectáculo mediático y vacío para consumo de las masas. Los políticos actúan para su público a través de la televisión y, cada vez más, de las redes sociales. Twitter se ha convertido en un manicomio en el que todos compiten para ver quién la dice más gorda. Y sí, está claro que tenemos políticos muy ingeniosos, campeones del mundo en el reparto de zascas virtuales, pero incapaces (o carentes de voluntad) de cambiar las cosas.
Porque no, una república virtual que a la mínima vendemos por unas elecciones autonómicas no cambia nada.
La política ha muerto. Viva la propaganda.
Me vuelvo a la cueva.
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