Hablar desde el desconocimiento o, lo que es peor, desde la ignorancia, es muy peligroso. Lo sé y correré el peligro de hablar de hechos que no conozco de primera mano, pero es que la actualidad se me ha abalanzado sobre algunas ideas que desde hace algún tiempo me inquietan. Hoy ha sido el día en que un chico de trece años ha entrado en un instituto de Barcelona y, entre otras víctimas, ha matado a un profesor, además de herir a otros profesores y alumnos del centro. Vaya por delante mi solidaridad y condolencia con las víctimas. Soy profesor y ante estas circunstancias, quieras o no, uno se siente más cercano y sensible. Pero más allá de mis condolencias y mi horror por los hechos, no creo que haya que ir mucho más lejos ni que debamos comenzar a hacer cábalas para elevar a categoría un hecho que parece del todo circunstancial. Ya he oído a algún iluminado reclamando el estatuto de autoridad pública para los profesores, a otros vociferar por las maldades del sistema educativo y también sospecho a esos que están esperando saber si el chico era marroquí o sudamericano para amenazar con sus tanques racistas. En fin, sea por provecho propio o por pura ignorancia, más de uno ya está categorizando un hecho desde sus particulares intereses, hecho que por ahora no pasa de ser una anécdota protagonizada por un demente. Quizás me equivoque, es posible aunque no deseable, pero no creo que debamos sacar los bisturíes o los cañones de guerra para personalizar en un chico desquiciado todos los males sistémicos que creemos ver a nuestro alrededor.
Pero, de la misma manera que categorizamos a partir de una anécdota y en interés propio, también somos capaces de banalizar tragedias en las que miles de personas mueren sin que seamos capaces de girar nuestra vista hacia allí. Mueren muy cerca de nosotros, poco más allá de las vallas -naturales o edificadas- que protegen nuestro cómodo mundo occidental. Aún así, a pesar de que mueren muy cerca de nuestros hogares, no parece que nos aturdan en absoluto. Con nuestro desinterés banalizamos esas muertes. Y, ¿cómo es que somos capaces de banalizar la muerte y la tragedia de miles de seres humanos? Pues, creo, porque sencillamente nadie nos inculpa, porque nadie nos acusa de complicidad, porque no queremos aceptar la trágica evidencia de que vivimos en la parte del mundo opulenta, aquella que engorda día a día a costa de la desigualdad. El nuestro es, tal como ha explicado en un acertadísimo artículo Federico Mayor Zaragoza, un "silencio cómplice". Callamos, miramos hacia otro lugar, giramos la cara casi siempre hacia nuestro ombligo para no tener que ver cómo miles de niños mueren día a día, para callar ante los miles de africanos que mueren en el Mediterráneo, para no escuchar las guerras de Siria o del Líbano, para no enfrentarnos a las mafias que trafican con esos seres humanos, para no ver cómo occidente vende 3,000 millones de euros al día -repito, al día- en armamento, para destruir al dictado del mercado millones de toneladas de alimentos, para seguir aireando nuestras banderas y protegernos contra "los otros", contra los diferentes, contra los que "nos vienen a robar el pan". Así somos, capaces de elevar a categoría y ahogarnos en profundas discusiones a partir de una trágica anécdota local, al tiempo que callamos ante las tragedias que nos inculpan como los silenciosos cómplices de males mundiales.
Tenemos la suerte de vivir en la parte del mundo en que nuestros estómagos no sufren, nuestros hijos pueden soñar con un futuro y podemos planificar unas vacaciones a orillas del Mediterráneo. Con eso, quizás, han comprado nuestro silencio. Pero, más tarde o más temprano, nuestra conciencia deberá aceptar que somos nosotros los dueños de ese silencio y, como siempre ha ocurrido a lo largo de la historia, serán los mismos privilegiados los que sigan engordando con nuestro silencio y con la muerte de los desheredados. Es por ello que suscribo las palabras de Federico Mayor Zaragoza: "Clamor popular para hacer posible la transición de una cultura secular de imposición, dominio, violencia y guerra a una cultura de encuentro, diálogo, conciliación, alianza y paz... El tiempo del silencio ha concluido".