La muerte y sus circunstancias
Por Enrique C. Rodríguez
Para redactar este artículo nos hemos valido del libro “Diario Intimo de un país “ publicado por La Nación, y de investigaciones realizadas en la Hemeroteca.
Procuraremos poner de manifiesto el profundo cambio operado en nuestro país, y por ende en Azul, en lo referente a las ceremonias que rodean a la muerte.
Hasta no hace muchos años, la muerte de un ser querido, además de la pena natural, implicaba para las familias el comienzo de un período diferente en las relaciones sociales, el denominado “luto “.
El luto estaba perfectamente reglamentado, existiendo inclusive publicaciones para regularlo, como por ejemplo, el libro “Reglas y consejos para conducirse en sociedad “, escrito por la baronesa de Staffe en 1893.
La etiqueta del sepelio exigía que seis o doce horas después de la defunción, el cuarto del muerto fuese transformado en capilla ardiente.
La sala era adornada con paños fúnebres, mientras que los niños eran retirados a casa de algún pariente.
Es que se exigía el más profundo silencio, se caminaba en puntas de pie, y se hablaba en voz baja.
A tal extremo llegaba la regla del silencio, que quienes estudiaban piano, debían agenciarse de lo que se llamaba el “piano de luto “.
Este era una caja de madera, relativamente pequeña, con un teclado que no sonaba, pero que permitía al pianista continuar con sus ejercitaciones.
Uno de estos pianos se conserva en el Museo de la Ciudad, en Buenos Aires.
Los melómanos no tenían que privarse de asistir al Teatro Colón, ya que en el mismo existen aun los palcos de luto, que están ubicados a la altura de la platea, cerrados con tupidas rejas que permiten ver y oír, sin ser vistos.
Los amigos y conocidos se enteraban del deceso, por medio de una invitación al funeral. De aquí la frase “El duelo se despedirá por tarjeta “.
Estas tarjetas de invitación solían estar ribeteadas con una línea negra en todo su contorno, y decoradas con cruces y otras ilustraciones de carácter religioso. En la Casa Ronco se guardan varios ejemplares muy bien conservados.
Las mismas debían ser redactadas a nombre del familiar de sexo masculino, estando excluidas del texto las mujeres, aun las viudas, hijas y hermanas.
Las reglas de urbanidad imponían que no se invitara al sepelio a personas que residieran en otra ciudad, ya que ello implicaría imponerles un viaje, a veces costoso, o incómodo.
Los convidados debían ser recibidos en la casa mortuoria por los parientes varones, con un apretón de manos. No correspondía entablar conversación con los presentes, ya que era considerado de muy mal gusto.
Los deudos debían estar vestidos con sus mejores galas.
En cuanto a la ornamentación de la capilla ardiente, las empresas fúnebres poseían un verdadero arsenal de candelabros, velones, crucifijos, telas, etc.
En algunos casos se armaba un fondo detrás del ataúd, presidido por un vitral religioso, especialmente iluminado desde atrás.
Para tener una idea de la imponencia que podía llegar a tener una capilla ardiente, podemos decir que algunos candelabros y velones, llegaban a tener una altura de dos metros y medio.
Hoy podríamos decir que más que imponente, era un espectáculo aterrador.
En cuanto a la vestimenta, el negro era de uso obligatorio para hombres y mujeres.
Un manual de urbanidad de 1930 aconsejaba a las viudas dos años de luto riguroso, seis meses de luto alivianado, para finalizar con otros seis meses de medio luto.
En los hombres, en la década del 40, el negro total fue reemplazado por una ancha banda negra, llamada brazal, que se colocaba en la manga izquierda del saco.
Las mujeres debieron soportar más tiempo el negro, aunque las colas de crespón en los sombreros se acortaron considerablemente, y el velo dejó de usarse.
En Azul, las cosas sucedían de manera no muy diferente a la Capital.
La publicidad más antigua que hemos encontrado en nuestros diarios, se publicó en el “Heraldo del Sud “en 1876.
Se trata de una propaganda de la Cajonería Fúnebre de A. Domenghini y Cía.
Su texto dice “De todas clases de cajones fúnebres. Grandes y chicos, de maderas finas, ordinarias y de zinc, a precios equitativos “.
Este negocio estaba ubicado en la calle Ancha y la Nº XXIX, es decir, en la esquina de Mitre y Moreno.
Y el primer aviso fúnebre que hemos podido ubicar data también del mismo diario y año. Se trata de un anuncio de una misa en la que se rezaría por el alma de Doña Dominga G. de Goyenetche, fallecida dos años atrás, en 1874.
Consultando las antiguas Guías de Azul, que conservamos en la Hemeroteca, hallamos estos datos:
En la correspondiente a 1884, figura el sr. José Massa con negocio de cajonería, en calle Comercio (hoy Mitre) Nº 86.
En 1892, tenemos las cajonerías de Máximo Gordón, en Colón 210, y la de Antonio Ruiz, en Burgos 294; las que a su vez tenían cochería fúnebre, junto con las de Abel Cahuepé, José y Lorenzo Dulbecco, y otros.
En 1900, en la Guía editada por José María Darhanpé, hallamos este interesante aviso, que sorprende por su agresividad publicitaria.
Dice así:
“En la gran cochería de Pedro Iribarne encontrará el público superioridad en todos los servicios concernientes al ramo, y desafío a todos los empresarios de esta ciudad a que presenten con más ventajas que yo, los siguientes servicios:
1) Carruajes mejores y de más lujo
2) Mejores y más libreas para cocheros
3) Guarniciones especiales para cada carruaje
4) Mejores y mayor cantidad de cajones fúnebres
5) Quién tenga más y mejores servicios para sala mortuoria
6) Quién tenga paños de más valor para el fúnebre
7) Por último, desafío en general a quien haga estos servicios con más seriedad y más baratos.
Azul, Calle Burgos Nº 294. NOTA: la casa vende a grandes plazos, sin cobrar interés “
Y una noticia que fue publicada en el Diario “El Imparcial “del 27 de marzo de 1909, pone de relieve la atención que la sociedad prestaba a la calidad de los servicios fúnebres.
El texto es el siguiente:
“FELICITACIONES MERECIDAS. Los empresarios Lionetto y Siciliano han recibido ayer efusivas felicitaciones por el notable servicio fúnebre a 6 caballos y 50 coches, efectuado con motivo del entierro del Sr. Juan Connolly. Pocas veces se ha visto en el Azul un entierro tan lujoso “
Una curiosa nota del vespertino La Enseña Liberal del día 27 de abril de 1886:
“ ENTIERRO CON MÚSICA: El malogrado Enrique Tagliani, al pedir antes de morirse que su entierro se hiciera con acompañamiento de música, ha puesto en moda, en los entierros de los muertos pertenecientes a la colonia italiana, esta otra manifestación de las pompas fúnebres.
Hoy, se ha enterrado el cadáver de otro súbdito italiano, fallecido ayer, siendo acompañado hasta el cementerio por la Banda Popular Azuleña, que ejecutaba piezas fúnebres “
ALGO SOBRE CEMENTERIOS
El día 3 de Marzo de 1886 un periódico azuleño publicaba lo siguiente:
“HUESOS HUMANOS: esta mañana, haciendo una excavación para construir un sótano en una pieza de la casa que ocupa el señor Cura, contigua a la Iglesia, halláronse a media vara de profundidad, dos esqueletos humanos, en un espacio de tres por cuatro varas.
Examinados los huesos por algunas personas, entre las cuales se hallaba el Dr. Pintos, es opinión de este último que los restos han sido enterrados allí de muchos años atrás.
Han pertenecido a cristianos, uno de ellos según opinión del mismo facultativo, como de 35 años, debiendo haber sido el otro una persona de mucho mayor edad “
Es que, como señala el historiador Alberto Sarramone, el primer camposanto estuvo ubicado junto a la Iglesia, por calle San Martín.
El dato mas antiguo que encuentra nuestro amigo Beto, es el entierro del Coronel Martiniano Rodríguez, guerrero de la Independencia y Comandante del Fuerte Argentino de la Bahía Blanca.
El padre Clemente Ramón de la Sota, al firmar el certificado de defunción de este jefe militar, el 18 de marzo de 1841, deja constancia que al lado de la Iglesia, en el camposanto,están enterrados los fundadores de Azul.
El segundo cementerio, que es el actual, ya funcionaba desde antes de 1854.
La bóveda más antigua que ha encontrado allí Sarramone es la de la familia de Marcelino Riviere, que data de 1860.
No se ha determinado aun la fecha exacta de la creación del Cementerio del Oeste, también llamado Cementerio de los Pobres.
Este estaba destinado a las personas que no podían pagar su sepultura.
Parece ser que este rasgo altamente discriminatorio no ha tenido otros antecedentes en el país.
El Cementerio de los Pobres estaba ubicado en la zona Oeste de la ciudad, donde hoy funciona un Corralón Municipal, en las inmediaciones del Regimiento.
Esta necrópolis, que ya existía a fines del siglo XIX, fue desactivada recién a partir de Enero de 1951, durante la Intendencia del Justicialista Ernesto María Malere.
Como consecuencia de esa desactivación, el Cementerio Central pasó a denominarse Cementerio Único.
Y para despedirnos recordaremos dos anécdotas que cuenta Angélica Waddell en su artículo “El oficio de morir “que publicara en el periódico “Carta Abierta “en 1998.
Ella nos recuerda, en primer lugar, que en unos carnavales de la década del 70, el conocido vecino “Pepe “Urraza se paseó por los corsos con un coche fúnebre pintado de color rosa, acompañado de una comparsa de amigos.
Y después, nos narra ese famoso velorio del Sr. Fittipaldi, un singular personaje que era propietario de un inquilinato en la entonces Avenida Humberto I°, frente al Palacio de Tribunales.
En el medio del velatorio, los asistentes se sorprendieron, y mucho, cuando de un grabador llevado por un amigo, comenzó a salir la voz del difunto, expresando sus últimos deseos.
NOTA: Este texto fue difundido en el programa " Ana y el espejo "de la Sra. Ana María Praiz en el año 2004, a través de la emisora FM del Pueblo de la ciudad de Azul ( 104.1 del dial ).El autor agradece el inestimable apoyo de la conductora, y del amigo y gran colaborador en la Hemeroteca, Sr. Mario Labaronnie.
En consonancia con el propósito de divulgación histórica que animara nuestra participación en la radio, se permite la reproducción total o parcial de este artículo, con el solo requisito de la mención de su fuente.
Creado: 2009-07-23 22:02:47 - Modificado: 2009-07-24 12:20:41