Cobertura de Espectadores.
Poco más de hora y media dura La mujer de los perros, y la mujer en cuestión no pronuncia una sola palabra. No dice nada, y sin embargo la actriz que la concibió e interpretó -la siempre sólida Verónica Llinás– nos la hace carne, es decir, visceralmente nuestra. Tanto es así que el personaje nos acompaña en el transcurso de nuestra cobertura baficiana y se mantiene firme en el primer lugar de nuestro ranking personal de largometrajes que queremos ver premiados, en este caso por el jurado de la competencia oficial internacional.
Llinás escribió la historia con su hermano Mariano y dirigió la película con Laura Citarella. En cambio, se montó sola su personaje al hombro. La secundaron permanentemente entre cinco y siete perros, y compartió apenas tres escenas -siempre sin hablar- con actores que sí tuvieron (escaso) parlamento: los también encomiables Germán de Silva, Juliana Muras y Juana Salazar.
La actriz se despoja de sí misma, de todos los personajes que alguna vez encarnó, y se convierte en una paria o marginal para el statu quo, en una loca para algunos de sus vecinos. La seguimos, ya no a Llinás, sino a esta mujer que vive con sus perros en una casilla que ella misma armó en un baldío del conurbano. La acompañamos a lo largo de todo un año, separado por estaciones (acaso esta película tenga ése y otros puntos en común con la impresionante Primavera, verano, otoño invierno y otra vez primavera de Kim Ki-duc).
En contra de lo que pueda parecer, La mujer de los perros dista de ser una aproximación sociológica a una porción de nuestro universo poblacional (los desheredados de la Argentina). Se trata de algo mucho más profundo, y libre de los prejuicios que a veces emanan de esos abordajes (pseudo)académicos.