Este libro de Armonía Somers (Pando, Uruguay, 1914 – Montevideo, 1994) me lo dejó el escrito Alejandro Morellón junto con el de Pájaros en la boca de Samanta Schweblin, que ya comenté en el blog hace unas semanas. Alejandro que decía que La mujer desnuda era uno de los libros que más le había gustado de los que había leído durante 2014, y tras estas palabras yo tenía bastante interés en leerlo. Además, esta novela cuenta con un prólogo de mi amigo cibernético Elvio E. Gandolfo y el nombre de Armonía Somers suele aparecer en las listas de escritores destacados uruguayos (los llamados “los raros”) junto con autores a los que admiro mucho como Mario Levrero o Felisberto Hernández.
Empecé a leer el prólogo de Gandolfo y a las pocas líneas me di cuenta de que contaba detalles del argumento, así que me lo dejé para el final.
La novela comienza el día en el que Rebeca Linke cumple treinta años. Simbólicamente se nos informa de que el día para ella ha comenzado con “la nada”, que es lo que había imaginado siempre. Rebeca llega en tren a una casa que ha comprado en el campo. La narradora nos informa de que durante ese trayecto ha ido desnuda debajo de un abrigo: “Rebeca Linke dejó deslizar al suelo el abrigo con que cubriera la desnudez en que había salido.” (pág. 17). La narración durante estas primeras páginas es un tanto distante, pese a la extrañeza creada se mantiene dentro de los parámetros del realismo. Sin embargo, en la página 18 Rebeca Linke se corta la cabeza a sí misma: “La cabeza rodó pesadamente como un fruto. Rebeca Linke vio caer aquello sin alegría ni pena.” (pág. 18). Unas pocas páginas después, Rebeca toma su cabeza del suelo y vuelve a colocársela sobre los hombros. En este proceso ha pasado de ser Rebeca Linke para la narradora a ser “la mujer desnuda”. Se entiende que estamos aquí ante una narración simbólica: Rebeca se transforma en otra y, dando rienda suelta a sus pulsiones irracionales, decide salir a pasear desnuda por el bosque adyacente a su casa de campo.
La visión de la mujer desnuda resulta perturbadora primero para un leñador y su esposa, que viven en una casa apartada del pueblo. El leñador y su esposa sienten aumentar en ellos las pulsiones sexuales por la presencia (intuida, soñada, presagiada… no queda claro en el libro) de la mujer desnuda. Ésta parece empezar a sentirse vulnerable cuando comienza a amanecer, momento en el que su desnudez será contemplada por dos mellizos que huyen espantados hacia el pueblo cercano. Allí dan la voz de alarma y la paz de pueblo se perturba. Una pulsión sexual irrefrenable parece invadir cada casa del pueblo: “Pero a poco que se vino la noche distinta tras las puertas entornadas, comenzaría también a suceder algo que los hombres no alcanzar a explicarse. Piden y exigen cosas, cosas tremendas según el canon y no se excusan. Prueban dormirse para ver si al despertar lograrán retomar sus pudores. Pero abren de nuevo los ojos, sacuden a las mujeres, y siguen exigiendo aún. Finalmente, en una nueva etapa, comienzan los fenómenos singulares. Sentirse hombres distintos, como si por haber emigrado de su piel estuviesen poblando otro ser más recio, menos comprometido. Es de ahí donde arranca el verdadero desasosiego, haber perdido el miedo codificado. El hombre que cada uno alumbra de su propio vientre no acusa más terrores.” Creo que en este párrafo, tomado de la página 52, reside gran parte del sentido narrativo de esta novela. Armonía Somers publicó La mujer desnuda en 1950, su primera novela bajo seudónimo, y averiguar quién estaba detrás del nombre falso (en la mayoría de los casos se pensó que era un hombre) fue parte de la recepción crítica de la novela, que supuso un escándalo burgués en su pequeño círculo de lectores de la sociedad montevideana.
Parte del pensamiento simbólico de la novela se traslada al cura del pueblo, que también se ha visto tentado en sueños por la promesa impúdica de la mujer desnuda, que más que como una amenaza se está paseando por los bosques del pueblo como una expresión de los deseos incontrolables de los hombres, como una manifestación de la ruptura de la paz social.
Como apuntaría el ensayista francés René Girard, a través de la articulación de la sociedad sobre su teoría de la violencia y el sacrificio: la sociedad del pueblo se ha visto violentada (cada persona en lo privada, pero también como colectivo) y sólo se podrá restaurar el orden perdido mediante el sacrificio de la mujer desnuda y quizás del hombre que pueda encontrarse con ella.
Si más de una teoría de la novela apunta que ésta debe basarse en la precisión, ya he comentado al principio que Armonía Somers juega más bien a la ambigüedad en su narración, a la imprecisión nebulosa. Más de una vez durante la lectura de esta novela que apenas sobrepasa las cien páginas me he encontrado retrocediendo en el texto para averiguar dónde y por qué me había perdido. La narración de Somers se mueve en la nebulosa de lo sugerido, de lo que está pasando pero a la vez no está pasando, porque se trata de un sueño o de una ensoñación o de la representación simbólica de pensamientos irracionales. Su escritura no deja de ser bella, con una potente carga metafórica muy personal. Me gusta en este sentido, por ejemplo, este párrafo: “Hacia delante, un campo extenso. De pronto éste se interrumpía por una oscura mole transversal que iba terminando en forma de animal marino. Sí, realmente, el bosque le parecía desde el principio un cetáceo varado.”
Lo cierto, es que a pesar del escaso número de páginas, y apreciando el nivel lingüístico de la novela, he de decir que me ha costado terminarla. No he entrado en su propuesta narrativa. Imagino que a mí me gusta más la precisión que la ambigüedad y entiendo también que esta historia pudo ser rompedora en 1950, pero yo no he conseguido sentir apego por sus personajes desdibujados y difusos, ni por su anécdota rompedora de costumbres. Una pena, porque me hubiera encantado compartir el entusiasmo con el que Alejandro Morellón me habló de este libro. Una vez más queda confirmado para mí que cada lector es un itinerario personal de lecturas y la confluencia en determinados nombres comunes no asegura el encuentro perpetuo. Con Samanta Schweblin estuvimos más de acuerdo.