Guión: Thea von Harbou y Fritz Lang
Reparto: Gerda Maurus, Willy Fritsch, Fritz Rasp, Gustav von Wangenheim, Klaus Pohl, Gustl Gstettenbaur, Tilla Durieux, Hermann Vallentin, Max Zilzer, Mahmud Terja Bey, Borwin Walth, Karl Platen, Margarete Kupfer, Alexa von Porembsky
SINOPSIS
Ante la sospecha de la existencia de oro en la superficie lunar, un grupo de industriales que ven peligrar su negocio hacen robar la documentación necesaria para emprender el viaje al espacio. Con ello, chantajean a los científicos que la elaboraron para que estos consientan en que les acompañe uno de sus hombres en el viaje a la luna y así defender sus intereses.
CRÍTICA
Para los enamorados del cine de ciencia-ficción, el estudio de la historia primitiva de estas películas se encuentra limitado a una escasa lista de “clásicos” y, si se es más ambicioso o completista, un puñado de rarezas dispersas de más difícil acceso. Naturalmente, de entre todos aquellos tempranos films mudos destacan “Viaje a la Luna” (1902), de Georges Mèliés y “Metrópolis” (1927) de Fritz Lang, dos títulos de obligado visionado.
¿Y después? Algunos incluyen “El Gabinete del Doctor Caligari” (1919), de Robert Wiene, si bien esta cinta expresionista responde más a las directrices del terror psicológico que a las de ciencia-ficción; “Aelita” (1924), una comedia soviética sobre una expedición a Marte; “El Mundo Perdido” (1925) con los magníficos efectos visuales de Willis O´Brien, algunas otras películas de menor entidad aquí y allá…y ya está. La mayoría de lo que sabemos sobre las películas de CF de la época muda proviene de textos sobre ellas más que de las propias cintas, y ello es en buena medida debido a que, sencillamente, muchas se han perdido. Las que han sobrevivido se guardan en archivos y raramente se exhiben públicamente. Los coleccionistas las elogian y tratan de hacerse con una copia pero el espectador corriente nunca las verá en las salas de cine o en los canales de televisión. Es una pena, pero también es inevitable y comprensible. Al fin y al cabo, los lectores de ciencia-ficción tampoco claman al cielo exigiendo la reedición de olvidados relatos publicados en las revistas pulp de los años veinte. Sin duda hay pequeñas joyas escondidas entre ellos, pero en su mayor parte es un material de mediocre calidad que a nadie interesa recuperar con excepción de los incondicionales, historiadores y críticos.
El realizador Fritz Lang estaba a finales de los años veinte en la cúspide de su carrera. Tras finalizar “Metrópolis” en 1927 y “Espías” en 1928 -siendo esta última la precursora cinematográfica de las películas de superagentes secretos como James Bond-, fundó su propia productora, la Fritz Lang Gesellschaft, bajo cuyo sello acometería su siguiente proyecto, de nuevo con guión de su esposa, Thea von Harbou: “La Mujer en la Luna”. Fue ésta su despedida del cine mudo porque su siguiente cinta ya pertenece a la época del sonoro: “M“, un thriller protagonizado por Peter Lorre en el papel de un pederasta perseguido tanto por la policía como por el hampa criminal.
Si se revisa la mayor parte de los textos que han comentado “La Mujer en la Luna”, la conclusión a la que se llega no anima precisamente a ver la película. Se la califica con adjetivos como “aburrida”, “tonta”, “larga” o “lenta”, portadora de sólo un puñado de elementos dignos de reseña y no particularmente recomendable. El film está disponible en DVD -se han hecho montajes que oscilan entre los 90 y los 150 minutos- pero con semejantes comentarios, ¿para qué molestarse?
La historia comienza con el profesor Georg Manfeldt (Klaus Pohl), un famoso astrónomo, presentando sus teorías ante un foro de académicos. Su tesis de que la Luna es rica en oro es recibida con risas y burlas. Manfeldt había esperado un debate, una discrepancia intelectual, pero no semejante humillación. “Caballeros, la risa es el argumento de los idiotas ante toda nueva idea”, les dice. Pero no sirve de nada. Su carrera está acabada.
Las críticas que la película ha recibido por su lentitud provienen principalmente de esta primera parte. Hora y media de prolijo melodrama e intrigas amorosas y empresariales que quizá en la época gozaran del aprecio del público, pero que hoy se resienten del paso del tiempo. Sin embargo, para los fans de las aventuras espaciales esta sección de la historia contiene pasajes fascinantes porque muchas de las cosas que nos muestran, hoy procedimientos bien conocidos en la astronáutica, supusieron auténticas novedades.
Sin embargo, el entusiasmo y energía de Goddard no provenía de los arcanos números y diagramas de la Ciencia. Al contrario, este pionero del vuelo espacial afirmó que su musa fue la ciencia-ficción. En una carta que envió a H.G.Wells escribió: “En 1898 leí “La Guerra de los Mundos”. Tenía dieciséis años y sus nuevos puntos de vista sobre las aplicaciones científicas así como su inspirador realismo me causaron una honda impresión. El hechizo se completó alrededor de un año más tarde y entonces decidí que lo que conservadoramente puede ser definido como “investigación de las grandes alturas” era el problema más fascinante de todos”.
Volviendo a nuestra película, “La Mujer en la Luna” sirvió de demostración de que la investigación en cohetes siempre ha causado víctimas. Como hemos dicho, Hermann Oberth y su entonces pupilo von Braun trabajaron como asesores técnicos para el film. Durante la construcción de un cohete real destinado a lanzarse como parte de la campaña publicitaria de la película, un accidente arrebató a Oberth la visión de su ojo izquierdo. El que tanto Oberth como von Braun tuvieran contactos con la industria cinematográfica no debe sorprendernos. El cine gozaba del mismo nivel de innovación y entusiasmo que el que ellos mismos volcaban en sus investigaciones científicas. Desde sus comienzos, las películas de ciencia ficción habían recurrido a la aplicación práctica de la ciencia para crear ilusiones y maravillas visuales que sorprendieran al público.
El traslado sobre orugas del cohete que aparece en la película hasta su lugar de lanzamiento sería una imagen que décadas más tarde se haría familiar para los telespectadores pendientes de las misiones Apolo -en cambio, su inmersión en una piscina debido, nos dicen, a los delicados materiales con los que está construido, resulta algo incomprensible-. Y entonces, antes del lanzamiento, llega uno de los momentos clave de la película. En “La Mujer en la Luna” podemos ver -no escuchar, puesto que es una cinta muda- la secuencia de cartelas que constituye la primera cuenta atrás en el lanzamiento de un cohete. Y aunque parezca sorprendente, no solamente la primera cuenta atrás cinematográfica, sino la primera cuenta atrás de la historia. Willy Ley recordaría años más tarde en su libro “Cohetes, Misiles y Hombres en el Espacio” lo mucho que se sorprendió al ver la secuencia. Llamó a Lang y le preguntó si había tomado la idea de los años que pasó como soldado en la Primera Guerra Mundial, pero el director le dijo que no, que era algo que había inventado con el único fin de añadir dramatismo y tensión a la escena. No podía imaginar el cineasta la influencia que tendría tal innovación no sólo en la astronáutica, sino en otros muchos ámbitos de la vida cotidiana actual. Y, sin embargo, habrían de pasar 21 años hasta que los espectadores contemplaran -esta vez ya con sonido- una cuenta atrás por segunda vez (en “Con Destino a la Luna” (1950)
Además de la cuenta atrás, el combustible líquido y el cohete por fases, “La Mujer en la Luna” contemplaba también la gravedad cero. ¡En cuántas películas y documentales hemos visto a los astronautas flotar ingrávidos en sus naves! Nos parece algo sorprendente, pero natural, incluso cotidiano en el ámbito de la vida de ese puñado de profesionales del espacio. Pero el espectador de los años veinte forzosamente debía de recibir una impresión muy diferente al ver, por ejemplo, cómo Gustav rebotaba hacia arriba atravesando una escotilla sin utilizar la escalera; o cómo Friede trataba de servirse algo de agua sin que saliera líquido de la botella; su prometido la agita para que algunos glóbulos de agua salgan flotando (efecto conseguido gracias a la animación) y él los pueda recoger en un vaso.
Una vez en la Luna, la película abandona totalmente su enfoque realista para pasar al campo de la fantasía con atrevidos toques de lirismo. Primero, Manfeldt comprueba la “atmósfera” lunar encendiendo cerillas para a continuación quitarse el casco y encontrar que el aire es respirable. Así que todos los tripulantes se ponen su ropa ordinaria y comienzan a pasearse por la superficie sin que la gravedad parezca diferir en absoluto de la terrestre.
El asunto del oro lunar pasa a ocupar el centro de la acción, con Turner tratando de eliminar a quienquiera que se interponga entre él y las riquezas que ha sido enviado a reclamar en nombre de sus amos. Para cuando el propio Turner muere víctima de su codicia, la nave ha perdido la mitad de sus reservas de oxígeno y ya no es capaz de regresar a la Tierra con los tripulantes supervivientes. Otra vez hemos de mencionar aquí a “Con Destino a la Luna” (1950), porque también en esa película se construía el clímax alrededor del insuficiente oxígeno en la nave. Ésta no puede llevar a todo el mundo de vuelta, así que alguien debe quedarse atrás. No voy a revelar aquí cómo se resuelve la situación, pero sí diré que la solución de Lang es bastante menos sentimental que la que adoptaría George Pal veinte años después.
Ciertamente, los guiones de Thea von Harbou contenían ideas y reflexiones interesantes, pero eran demasiado irregulares, cayendo a menudo en absurdos y contradicciones. Fue necesario el talento visual y nervio narrativo de su marido para extraer de ellos lo que con el tiempo se convertirían en clásicos. Aunque “Metrópolis” es sin duda una película mejor y más revolucionaria en su aspecto visual, también se ajusta más al modelo de parábola distópica con robot y científico loco incluidos.
Pero, de hecho, “La Mujer en la Luna” sí merece la pena. Y también un justo reconocimiento como la primera película de ciencia-ficción que abordó el viaje espacial de forma seria, adoptando ideas y soluciones que la auténtica exploración del espacio no aplicaría hasta muchos años después.
(Publicado originalmente en Un universo de ciencia ficción)
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Artículo original de Un universo de ciencia ficción