Había una vez una niña muy fea... era fea y se sentía fea, porque sus cabellos no eran dorados como los de las princesas, porque se sentía incómoda con los vestidos y prefería andar descalza que usar zapatos que le impedían correr carreras, trepar árboles y jugar en la arena. Un día la niña se cansó de ser fea, y comenzó a usar vestidos y zapatos, a dejar de correr y trepar y jugar en la arena. En vez, le pidió a mamá que le comprara las muñecas de las publicidades, altas y esbeltas, y empezó a jugar a vestirlas combinando colores, peinarlas con sus accesorios y sufrir porque no era, como ellas, tan alta y esbelta. Había una vez una joven muy fea... era fea y se sentía fea, porque no era lo suficientemente alta como las modelos, porque sus pechos no eran lo suficientemente grandes, su cintura lo suficientemente pequeña, ni sus piernas lo suficientemente largas. Un día la joven se cansó de ser fea, y decidió dejar de comer (o vomitar cuando la tentación fuera más fuerte que ella), operar sus pechos para que fueran del tamaño correcto, dedicar tres horas diarias al gimnasio y usar tacos muy altos, que alargaran sus piernas. Había una vez una mujer muy fea... era fea y se sentía fea, porque no tenía los labios tan carnosos, ni la piel tan tersa, porque no tenía las curvas ni las medidas perfectas. Un día la mujer se cansó de ser fea, y decidió ocultar su fealdad con intensos perfumes, caros accesorios y delicadas prendas. Un día la niña, la joven, la mujer, la misma que había sido, siempre, tan fea, se convirtió en madre, vio su cuerpo, que durante tanto tiempo y con tanto esfuerzo había intentado embellecer, derretirse, esfumarse, perdiendo nuevamente toda la poca belleza que había conseguido en tantos años. Sus firmes pechos, ahora gigantes, caídos y "goteantes", su vientre abultado y blando, estrías, colgajos... Ese mismo día la mujer fea miró a su hijo, a su bebé a los ojos, calmó, con su leche, su llanto; esa noche durmieron juntos y su cuerpo fue consuelo y cobijo, amor y canto. Esa noche la mujer fea comprendió que había sido siempre bella, porque su cuerpo guardaba la belleza y la sabiduría de la naturaleza, que era tanta, que podía ser capaz de generar y dar paso a una vida, de crear un nuevo ser humano.