Paolo Veronese
Y le rogó uno de los fariseos que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la mesa.
Y he aquí una mujer que había sido pecadora en la ciudad, cuando supo que Jesús estaba a la mesa en casa de aquel fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume, y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con los cabellos de su cabeza, y besaba sus pies y los ungía con el perfume.
Y cuando vio esto el fariseo que le había convidado, dijo para sí: Si este fuera profeta conocería quién y qué clase de mujer es la que lo toca, porque es pecadora.
Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Simón una cosa tengo que decirte. Y él dijo: Di, Maestro.
Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con que pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de estos le amará más?
Y respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado.
Entonces, mirando a la mujer, dijo a Simón: ¿ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para mis pies; pero ella ha regado mis pies con lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso, pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite, pero ella ha ungido mis pies con perfume.
Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero al que se le perdona poco, poco ama.
Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados.
En estos versículos, el fariseo Simón, dejándose llevar por las apariencias, desprecia a la mujer porque es pecadora y a su vez juzga a Jesús por dejarse tocar por ella. “Si este fuera profeta conocería quién y qué clase de mujer es la que lo toca, porque es pecadora”.
Sin embargo mientras el fariseo tan sólo ve a una mujer pecadora, Jesús lo que ve es a una mujer verdaderamente arrepentida que le adora.
Y Jesús contrasta la falta de cortesía de Simón hacia él con la devoción de esta mujer: “Entonces, mirando a la mujer, dijo a Simón: ¿ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para mis pies; pero ella ha regado mis pies con lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso, pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite, pero ella ha ungido mis pies con perfume”.
Por eso Jesús no rehúye de ella ni la desprecia, sino que la recibe con amor y le perdona los pecados. Porque a Él no le interesan las apariencias externas, sino lo que verdaderamente siente nuestro corazón y el de aquella mujer rebosaba de amor.
Fuentes: http://dle.rae.es/?id=HdFoYLchttps://sites.google.com/site/creandoconcienciaahora/adoracion/adora-a-jesus-con-todo-tu-coazonSanta Biblia - Nuevo Testamento