La mujer que no disecaba animales

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Algún día les contaré las muchas anécdotas que jalonan mi etapa de empollón en el colegio y el instituto. Merece más un libro que una entrada de blog o un artículo, pero no sé si sería cien por cien divertido... Admiro muchísimo a quienes ejercen la docencia, mucho más cuando me los imagino navegando entre las dificultades de meter algo en la cabeza a un alumnado no siempre por la labor de aprender, y la no menos complicada empresa de satisfacer los requisitos de unas normas educativas que están claramente al servicio del que gana unas elecciones.

Me voy a la crítica y la política como me descuide un poco... Lo que quería contarles es que entre mis profesores he tenido muy buenos y muy malos ejemplos, como pasa con todo. Con los segundos ya ajustaremos cuentas otro día, pero entre las mejores destaca Dulce, con quien me encontré dos veces en bachillerato, capaz de imprimir toda la pasión a sus clases de lengua castellana. Era una delicia escucharla hablar, con aquel respeto y categoría, dirigiéndose a su público con la paciencia propia de quien no sólo sabe, sino que tiene capacidad para enseñar. Detrás vino Ana Plata, probablemente la mejor profesora de Literatura que se podía desear, pero recuerdo nítidamente que Dulce fue la primera persona a la que escuché citar a María Moliner.

Me acordaba de aquel nombre porque la había visto entre las cien mujeres para la historia que la revista Muy Interesante lanzó en su momento, pero ignoraba que era ser "lexicógrafa". Yo suponía que era algo parecido a taxidermista, y que la doña era famosa por disecar bichos, lo cual no estaba nada mal. Gracias a Dulce supe que la señora se había embarcado en la empresa imposible de hacerse ella solita un diccionario. Tanto nos la nombraba y tal era la admiración que en ella despertaba, que muchos compañeros acabaron poniéndole María Moliner como mote. Todo un orgullo, que quieres que te diga.

Justo se han cumplido 121 años del nacimiento de tan insigne zaragozana. Solo una perseverante aries del 30 de marzo como ella sería capaz de sentarse durante horas en el poco tiempo libre que le dejaba su trabajo, a redactar a mano semejante obra. Dulce nos contó el proceso complejísimo que utilizó durante más de quince años para su elaboración.

Hija de un médico rural trasladado muy pronto a Madrid, tanto ella como sus hermanos estudiaron en la Institución Libre de Enseñanza, donde se despertó su interés por las letras. El padre termina abandonando a la familia, y la madre toma la decisión de volver a Aragón, donde la niña culmina su formación a la vez que sostiene a la familia dando clases particulares. Estuvo entre aquellas pioneras universitarias españolas, y en 1921 se licenció en Historia con Premio Extraordinario en la Universidad de Zaragoza, ciudad en la que colaboró con tan solo 17 años en la elaboración del Diccionario aragonés. Fue también la primera mujer docente en la Universidad de Murcia, e ingresó por oposición con solo 22 años en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueológos.

De convicciones fuertemente republicanas, llegó a dirigir la Biblioteca de la Universidad de Valencia e impulsó las bibliotecas rurales y las redes de bibliotecas en España, como parte de las Misiones Pedagógicas, uno de los proyectos que en la Segunda República contribuyó al fomento de la cultura en pueblos de la España el pasado siglo. Tanto ella como su marido padecieron las represalias del Franquismo, y fue degradada dieciocho niveles dentro del Cuerpo al que pertenecía. Tiempo después fue rehabilitada, llegó a dirigir hasta su jubilación la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de Madrid y fue condecorada en numerosas ocasiones.

Con todo, al inicio de la década de los cincuenta, cuando el tercero de sus hijos accede a la Universidad, se embarca en su ambicioso proyecto que, calculaba, debía llevarle "dos añitos". Terminaron siendo trece más. Dividía folios en cuartillas, cada una de las cuales era una ficha para una palabra, que escribía primero a mano y luego con una máquina de escribir. Después las organizaba alfabéticamente en cajitas. Todo aquello en la mesa del salón, hasta diez horas diarias. Quince años de trabajo después, en 1967, la Editorial Gredos publicaba su Diccionario de Uso del Español. Dos volúmenes a los que llegó a llamar su cuarto hijo. Menudo ejemplo de tesón para generaciones posteriores, tan conscientemente haraganas como la actual.

Afortunadamente no es el único ejemplo de diccionarios "no de autoridad" como ella gustaba decir, que se fija en las necesidades del usuario e incluye no solo a los hispanohablantes, con un lenguaje transparente y notas de uso. Huyó de las definiciones circulares y del estilo barroco para precisar los porqués de cada término. Aun hoy cuesta encontrar referencias en la Real Academia Española hacia esta lingüista única y peculiar, cuya candidatura como académica llegó en 1972, impulsada por Dámaso Alonso, casi nada. Derrotada por Emilio Alarcos Llorach por razones poco claras, ella despachó así el asunto: "Sí, mi biografía es muy escueta en cuanto a que mi único mérito es mi diccionario", si bien también afirmó que "si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre, alguien diría ¡Cómo es que ese hombre no está en la Academia!".

Por compensar la afrenta, supongo, la Real Academia Española le otorgó al año siguiente un premio por unanimidad que ella rechazó. Se cuenta que, bien consciente de las palabras que usaba, acertó a pronunciar un "Iros a tomar por culo". En 1979 fue Carmen Conde la primera mujer en ocupar el preciado sillón. En su intervención inicial en aquella institución que carecía de baños para señoras, supo manifestar: "Vuestra noble decisión pone fin a una tan injusta como vetusta discriminación literaria".

María Moliner fallecería dos años después, aquejada de una grave enfermedad que terminó sumiéndola en el silencio. De su Diccionario de Uso del Español existen hasta cuatro versiones, la última publicada en 2016, con casi 93.000 entradas.

A su muerte, el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez le dedicó el artículo "La mujer que escribió un diccionario", donde habló de "una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana [...] de casi 3.000 páginas en total, que pesan tres kilos y viene a ser, en consecuencia, más de dos veces más largo que el de la Real Academia y, a mi juicio, más de dos veces mejor".

"Estando yo solita en casa una tarde cogí un lápiz, una cuartilla y empecé a esbozar un diccionario que yo proyectaba breve y la cosa se ha convertido en quince años". Un diccionario y una red de bibliotecas públicas en pueblos de España. Gracias por no haber optado por la taxidermia, María Moliner.