La música del azar, de Paul Auster

Publicado el 28 enero 2012 por Flenning

Cuando miramos en perspectiva todos los caminos por los que debimos transitar a lo largo de nuestra vida, nos acercamos, vagamente, a la representación cartográfica de nuestro destino. Digo vagamente, porque en ese discreto mapa no constan, por ejemplo, ni el dolor de muelas que nos motivó a torcer a la derecha en tal o cual encrucijada, ni la cobardía que nos retuvo en aquel otro camino, que ni siquiera nos parecía esencial.

Si usted fuese el lector de un mapa, no podría enterarse de gran cosa, pues solo podría leer lo que el mapa, como tal, es capaz de registrar: nació aquí o allá, no se sabe si nació a la sombra de un naranjo; estudió allá, no se sabe si fatigosamente; tocaba la balalaika y multiplicaba números de tres cifras de memoria, no se sabe cómo ni para qué; le cortó el cuello a tres gallinas, no se sabe si fue un ajuste de cuentas…

Todo parece indicar que, en nuestra vida, hay más vivencias de las que podemos representar o, quizás, no sean tantas, pero en cualquier caso, no parece fácil representarlas todas en un mapa. Pero… ¿y si el mapa, como tal, tan breve y discreto, sí representase su vida? Me refiero a que, si en su mapa apareciese la referencia “una noche, a finales de…, caminé en dirección al Oeste”, ese dato solo significaría ese dato y nada más que ese dato. Si el mapa representara exactamente lo vivido, entonces, al leer ese dato, no se necesitaría pensar si la elección de ese rumbo fue producto de un descuido o se eligió porque era la dirección más corta para encontrar pleitos.

Una vida circunscripta a un mapa es sospechosamente desapasionada, así que, si me lo permite, lo que le pregunto es: ¿Cómo debe ser de desapasionada su vida, para que toda ella quepa en un mapa?

Yo creo que, si no hay razones o pasiones que justifiquen tomar una decisión frente a cada encrucijada, entonces vivir seria comparable con un juego de dados, pero un juego sin estrategia.

Quizás usted se jacte de ser un lector práctico ─desapasionado, pero práctico─ y diga que la razón por la cual tomó el camino del Oeste fue para degollar tres gallinas, y que las gallinas fueron muertas para saciar el hambre: eran ellas o yo. Dirá, resumiendo, que cualquier individuo, por desapasionado que sea, debe procurar su subsistencia, y hasta es posible que tenga usted razón; sin embargo, la verdadera ventaja de tener dinero no es poder comprar cosas, sino el hecho de dejar de pensar en él.

En cualquier caso, tomo nota de su poderoso argumento de las “necesidades básicas” y rectifico mi propuesta: ¿Qué pasaría si le damos a usted una importante suma de dinero? Imagine que su subsistencia estuviese asegurada, tan asegurada que ya no tendría que trabajar, ni matar, ni robar para comer. No tendría que hacer nada apasionado para vivir sus días. Como en el paseo del ebrio, podría ir en cualquier dirección o en la dirección que indiquen sus dados, como una rosa de los vientos de seis direcciones.

Usted solamente conduce o camina, y su vida se parece cada vez más a un mapa. Sus días solo son puntos en el plano. En ellos no hay dudas, ni sospechas, ni caprichos, ni desesperación, ni causas. Solo hay azar.

Ahora que está cómodamente instalado en el mundo del Azar, y que no tiene pasiones que lo distraigan de su destino errante, es oportuno decirle que, vivir tanto tiempo bajo las leyes de ese reino, le ha dejado en la cara una falsa sensación de libertad. ¿Por qué falsa? Si puedo ir donde quiera y cuando quiera y, en cuanto a la dirección, la decide mi dado de la suerte...




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La música del azar
«… cultivamos otras cosas. Nuestros intereses, nuestras pasiones, el jardín de nuestras mentes. Da igual el dinero que tengas. Si no hay una pasión en tu vida, no vale la pena vivir […]».

Es que, no sé si se lo dije, las leyes del Azar son una falacia. El Azar no tiene leyes y, de hecho, usted no se ha dado cuenta, pero su dado lo ha hecho dar vueltas en círculos, y hace meses que está en el mismo punto. Su vida ha seguido adelante y, sin embargo, su representación en el mapa es siempre la misma. Quizás, esta paradoja haya provenido de suponer que el dinero y la libertad para deambular podrían ser la solución al planteo de la vida-mapa.

Ahora que lo pienso un poco mejor, un punto es un mapa, un mapa muy particular, pero un mapa al fin. En su vida azarosa, es como si su dado lo llevase a dar una vuelta muy cerrada, tan cerrada, que su sensación es la de no tener libertad. De todos modos, a usted la libertad no le importa, como no le importa ninguna otra pasión. Recuerde que usted no conoce ninguna cosa que valga la pena abrazar, y que su vida solo se limita a despl-azar-se por un mapa.

Sin libertad, sin pasiones, preso en su universo sin causas «… una noche de finales de noviembre, cogió un libro de William Faulkner (El ruido y la furia), lo abrió al azar, y tropezó con estas palabras en medio de una frase: «... hasta que un día, con mucha repugnancia, lo arriesga todo al ciego azar de una sola carta […]».