La nave y el rumbo

Publicado el 25 septiembre 2011 por Eleconomistahumilde
Imaginemos una inmensa nave espacial, dotada de una fascinante autonomía energética que le permite un desplazamiento indefinido por el cosmos y satisfacer las necesidades biológicas de sus pasajeros. Para éstos, el destino del viaje constituye un absoluto misterio, y dedican su tiempo, generación tras generación, a tratar de vivir de la mejor manera posible. Para ello han dividido el espacio habitable en diferentes estancias. Cada una de ella cuenta con su propia organización política, económica y social. El movimiento físico de personas entre estancias, dejando a un lado desplazamientos temporales por motivos turísticos, está prohibido. Por el contrario, una tecnología que acaban de desarrollar facilita la telecomunicación entre todos los individuos, aunque se encuentren en los lugares más recónditos de la nave. De la misma forma, el dinero también discurre con total libertad a través de las estancias, flujo que se ha venido promoviendo por su efecto beneficioso sobre el comercio entre estancias. Sin embargo, esta libre movilidad de capitales ha tenido consecuencias devastadoras en la mayoría de economías en los últimos años debido a conductas especulativas.
Volviendo a la tecnología, hay que reconocer la ilimitada capacidad innovadora de los pasajeros. Cualquier cosa que sueñan o imaginan, logran hacerla realidad en poco tiempo. En el ámbito material, ello supone sucesivamente la multiplicación de su productividad hasta cotas impensables por la generación precedente. Lamentablemente, esa capacidad no se traduce en un menor esfuerzo para las personas, y se cumple el designio establecido por el libro sagrado de una de las principales religiones: “ganarás el pan con sudor de tu frente”. Precisamente en el terreno espiritual, las personas cada vez creen menos en las diferentes iglesias tradicionales.
No obstante, existen dos creencias que gozan de una amplia credibilidad, pese a su nulo soporte científico. En primer lugar, se considera que los gobiernos deben intervenir lo menos posible en las cuestiones de la sociedad, y sobre todo no deben interferir en la actividad económica. Porque se cree que si cada persona da rienda suelta a sus propios intereses egoístas, a través de un efecto conocido como “mano invisible” se logra alcanzar el bien común para toda la sociedad. La segunda creencia vigente, aún más alucinante si cabe, consiste en tratar a la nave cómo un espacio ilimitado y que puede absorber todos los excesos de los pasajeros. Cómo no podría ser de otra manera, ante las barbaridades acometidas la nave está empezando a dar síntomas inequívocos de un incipiente malfuncionamiento, pero las personas demuestran una extraordinaria capacidad para no darse por aludidos.
Pero el capítulo más vergonzante para los pasajeros de esta nave (no sé si os lo había dicho, pero por suerte o por desgracia yo soy uno de ellos), es la continua violencia imperante. Cuenta con múltiples expresiones y se da a todos los niveles (guerra, terrorismo, homicidio, maltrato, sucidio…). A escala global, diversas estancias disponen de armas que de utilizarlas harían estallar la nave, acabando con la vida de todos los seres humanos.
Como ya he comentado al principio, se desconoce hacia donde se dirige la nave, pero a tenor de las circunstancias expuestas, de mantenerse el rumbo actual el inexorable destino que le depara solo puede calificarse, siendo optimistas, de sombrío.
El símil de la nave espacial es originario de Kenneth Boulding, a través de su célebre ensayo de 1966 “La economía de la futura nave espacial Tierra”. El economista británico ya había dado muestras de una espléndida lucidez cuando dictaminó: “Cualquiera que crea que un crecimiento exponencial puede continuar para siempre en un mundo finito es o un loco o un economista”.
Transcurridas varías décadas desde su irrefutable sentencia, los retos y temores de Boulding no han perdido un ápice de actualidad. Y la búsqueda de soluciones antes de que traspasemos el punto de no retorno resulta más acuciante que nunca. Llegados a este punto, cualquier planteamiento que pretenda enderezar el rumbo de la nave, considero que tiene que construirse a partir de la recuperación un concepto clave: COOPERACIÓN.
El impulso de una cooperación internacional a fecha de hoy solo puede venir de la determinación del G-7, G-8, o G-“lo que sea”. Y la economía puede jugar un papel relevante en este sentido, convirtiéndose en un auténtico motor de transformación y progreso. Aunque de forma tímida, ya están tomando forma varias iniciativas en el terreno de la fiscalidad. Concretamente hay 2 impuestos cuya necesidad se ha puesto de manifiesto en los últimos meses: sobre el patrimonio y sobre las transacciones financieras especulativas. Su articulación a nivel internacional les dotaría de una eficacia sin precedentes, al eliminarse el riesgo (utilizado a menudo como excusa) de la deslocalización hacia países con menor presión fiscal. La recaudación de estos nuevos impuestos se podría distribuir por ejemplo según un patrón paretiano. Es decir, el 80% iría al país recaudador, y el 20% restante se distribuiría en función de la población de los países integrantes del acuerdo. Los países que decidiesen quedar al margen de la alianza serían penalizados a nivel comercial.
Pero el pacto podría ir más allá de cuestiones económicas, mediante el establecimiento de 3 compromisos de obligado cumplimiento por parte de los países firmantes:
1-Garantia de regirse mediante un sistema político democrático.2-Renuncia a emprender acciones bélicas contra el resto de países integrantes. Cualquier conflicto se trataría de resolver en primera instancia por la vía de la diplomacia bilateral. Y en caso de persistir el desacuerdo, se elevaría a un organismo conformado por los estados miembros, cuya resolución vinculante.3-Compromiso de aceptar los acuerdos en materia de medio ambiente alcanzados por la alianza internacional.
De entrada es probable que muchos gobiernos, guiados por los intereses de unos pocos, recelaran de esta iniciativa. Para superar el bloqueo sería determinante la presión de sus pueblos, que sin duda simpatizarían con el nuevo escenario. Porqué... ¿qué pueblo se opondría a la democracia, a la paz, o al bienestar de las futuras generaciones?
Ya lo sé, parafraseando al Imagine de John Lennon, más de uno estará pensando “You may say I'm a dreamer”. Pero para sueño, el que estamos sumidos ahora, y cuanto más tiempo sigamos adormecidos, más escalofriante será la pesadilla al despertar. Además, está claro que si queremos que nuestra nave espacial sea un buen lugar donde vivir (o como mínimo un lugar donde vivir), en ella no hay espacio para dictaduras, guerras ni agresiones al medio ambiente, y todos los pasajeros tenemos que empezar a cooperar.