Se encontraba en el comedor de un hogar rodeado de risas y alegría. Olía a comida, a manjares que le transportaban a épocas pasadas, cuando era su “yo” real, el verdadero, el que quería volver a ser.
Era Nochebuena pero para él esa palabra, y todo su significado, había desaparecido años atrás. Recordaba que le encantaba la Navidad, aunque ese recuerdo cada vez se desdibujaba más en su mente hasta el punto de parecer que la Navidad que añoraba sólo había sido un sueño. Un sueño de esos que recuerdas nítidamente al despertar y que conforme pasa el día va haciéndose más y más difuso hasta desaparecer por completo como si jamás hubiese existido.
Llegó la hora de la cena y la familia se sentó en la mesa. Tras ellos estaba el tradicional árbol de Navidad. La comida que compartieron hacía honor al embriagante olor que minutos antes la anunciaba. Canapés variados, mariscos y ternera rellena copaban la mesa. Se dio cuenta de que ni siquiera sabía de la existencia de algunos de esos alimentos y entonces recordó claramente el pollo, las nueces, los pastelitos y las naranjas de su verdadera Navidad. Comió un gran surtido de turrones y mazapanes. Esos dulces sí los conocía, y a pesar de que eran muy sabrosos, sabía que los que probó antaño, en otro lugar, los superaban con creces.Ya entrada la madrugada los miembros de la familia se despidieron hasta el día siguiente y en la casa tan sólo quedaron los padres y sus dos hijos, que se fueron a dormir, no sin antes desearle las buenas noches.De forma un tanto contradictoria, la oscuridad de la noche dio claridad a su mente y recordó una hoguera apagada, una vela que alguien portaba en la mano y a él, siendo un niño, leyendo alto y claro para todos los asistentes la historia de la Navidad. Las palabras “Milad Majid” se dibujaron lentamente en su cabeza y como un hecho lejano las oyó pronunciadas por mucha gente. “Feliz Navidad” se decían unos a otros, en un idioma que ya casi había olvidado. Y entonces la hoguera se encendió y la estancia se invadió de salmos. La hoguera se apagó al cabo de las horas y los asistentes a su Navidad, a la verdadera, saltaron varias veces por encima de las brasas aún candentes. Ahora sí podía sentir la alegría de la gente, de su gente…y la añoró.Un sueño profundo lo alcanzó en ese instante de evasión de la realidad y acudió a los brazos de Morfeo con una sonrisa dibujada en la cara.Los ruidos de la casa lo despertaron a media mañana. La familia se volvía a reunir, esta vez en el Día de Navidad. El árbol amaneció lleno de regalos y todos se afanaron en romper el papel que los envolvía. Cuando el ritual acabó, un paquete envuelto quedó debajo del árbol. “Aser”, ponía en él. Ese era su nombre, significaba “felicidad”. Qué cosas tenía a veces la vida…La familia le invitó a abrirlo y así lo hizo. Ante sus ojos apareció un jersey de vivos colores. Lo había tejido la madre de la familia meses atrás a escondidas, para que él, Aser, no se diera cuenta. Ese gesto lo conmovió y las lágrimas inundaron su rostro. Era un regalo lleno de amor, ese amor que tanto añoraba y que en ese instante sentía hasta casi poder tocarlo con las manos.Ese momento le devolvió todos los recuerdos que se había esforzado en olvidar para evitar el sufrimiento. Recordó a su verdadera familia en torno a la hoguera. Vio con claridad el rostro de sus padres y de sus dos hermanos, y vislumbró la querida ciudad que lo vio nacer y de la que ahora ya no quedaba nada, Alepo, en Siria.Qué feliz era en esa época. Era Aser, haciendo honor a su propio nombre. Y fue consciente de que la felicidad puede ser tan efímera… Cuando comenzó la guerra tuvieron que dejar de estudiar ante los continuos ataques, era peligroso. La ciudad fue cayendo. Por eso sus padres decidieron ayudar a sus hijos a escapar, querían una vida mejor para ellos. No, mejor no, sólo digna. Gastaron todos sus ahorros en un viaje que llevaba a sus hijos a ninguna parte, que los alejaba de allí, de los suyos, y que tenía como destino la más absoluta incertidumbre.Aser era un niño, tenía 12 años y mucho miedo. Subieron a una embarcación en la que estuvieron a la deriva soportando los vaivenes de las olas durante semanas. Viajaban hacinados y a pesar del gran número de pasajeros llamaba la atención el silencio reinante durante días y noches que se hacían eternas. Algunos no pudieron soportar las condiciones, y Aser estaba convencido de que tampoco la pena, y murieron en el camino. Ellos consiguieron llegar al campo de refugiados de Moria.Lo último que supo Aser de sus hermanos es que ellos iban rumbo a Alemania. A él, por ser menor, lo acogió una ONG y lo llevó como refugiado a España. Llevaba 2 años en España, primero en un centro de menores y desde hacía una año con la maravillosa familia que lo había acogido y que luchaba cada día por devolverle la felicidad que le habían robado. No sabía si sus padres seguían vivos y no había podido contactar con sus hermanos. Por eso, tras revivir su situación, se dirigió a su familia de acogida:- - No tengo ningún regalo para poder agradecer lo que habéis hecho por mí. Pero sí que sé lo que debería de ser para vosotros el mejor regalo. Disfrutad de vuestra compañía, de los buenos momentos, de las risas, besos y abrazos. Vivid como si fuera el último día de vuestra vida junto a los vuestros. Pensad ¿qué les diríais? y decídselo. Yo lucharé por recuperar a mi gente, por reunirlos para decirles lo mucho que los he echado de menos. Lucharé por ser feliz, lucharé por ser de nuevo ASER.