La Navidad en el cine (5): Las penalidades del viaje a Belén

Publicado el 21 diciembre 2010 por Amendiz @alfonso_mendiz
El filme Rey de Reyes (1961), de Nicholas Ray, incluye una breve secuencia sobre el duro viaje a Belén. Mientras vemos en pantalla las imágenes del trayecto (José tirando del asno sobre el que va María embarazada), la voz en off del narrador alude al sentido profético de ese viaje, recogiendo las palabras literales de S. Mateo: “Está escrito. En aquellos días Cesar Augusto publicó un decreto ordenando el empadronamiento general. Todos hubieron de marchar a sus ciudades a inscribirse”. La ulterior referencia a José –“pobre carpintero”– subraya la humildad de la Sagrada Familia, en contraste con la altivez de los personajes que hemos visto o vamos a ver de inmediato: el rey Herodes, los soldados, el posadero de Belén, etc.

En el guión de La Natividad (2006), Catherine Hardwick concedió una importante notable a las peripecias del viaje a Belén. Al principio, advertimos la cara amable y gozosa del trayecto; incluso vemos la hospitalidad de los pescadores con los que se cruzan en el camino. También se aprecia –levemente– la solidaridad entre los viajeros de la caravana, que ofrecen sus viandas a la joven pareja. Pero lo más interesante es el tono íntimo y sobrenatural de la conversación que fluye entre la Virgen y S. José. María introduce la conversación aludiendo a los movimientos del Niño en su seno, y al poco pregunta a su marido por las revelaciones del Ángel en sueños. De este modo, somos partícipes de una confidencia íntima, en la que salen a relucir sus miedos, pero también el gozo de la inminente venida de Dios al mundo.

Más avanzada la trama, la inicial bonanza que Hardwick retrata en los primeros compases se torna arisca, dura y agotadora. Primero les vemos abrirse paso en una tormenta de arena, y después les vemos caminar sobre las punzantes rocas de la montaña. Desde el punto de vista de la Virgen, montada en el asno, vemos en picado los talones heridos de José: la mirada atenta de María –como más tarde en Caná– advierte enseguida que su marido necesita cuidados. Y en la siguiente escena, su cariño maternal se vuelca en un afecto profundamente humano, sin dejar de ser divino. Su oración íntima a Jesús, en lo escondido, despierta en el espectador una profunda resonancia: “Hijo mío, tendrás a un hombre bueno y honesto para criarte; un hombre que renunciará a sí mismo y se dará a los demás”.