Confieso que no soy objetivo. La gente que visita con cierta frecuencia esta imaginaria habitación del imaginario hotel de Cumhuriyet Caddesi en el que escribo, cerca de la Plaza Taksim, sabe que soy militante del Partido Libertario. Que he participado frecuentemente en sus listas electorales. Y que tomo parte activa en sus órganos de gobierno. Así que cuando hablo de elecciones, es muy probable que mi sesgo personal disuada a alguno de meditar mis palabras, desechándolas por lo que sin duda son, ideas de alguien comprometido con un partido político.
Sopeso el riesgo y lo asumo, pero no me resisto a compartir algunas líneas con el punto de mira puesto en las elecciones generales que se avecinan. Intentaré que el enfoque sea a la vez filosófico.
Una de las razones por las que entré a participar en este juego de la democracia partitocrática, no niego que sucio y tramposo, fue la necesidad de hacer algo, que desde mi punto de vista nadie estaba haciendo. Soy persona proactiva. Los dos partidos nacionales tradicionales, coleccionaban y coleccionan corruptelas, tantas como aquellos nacionalistas que tocando poder autonómico in eterno, trincan su 3%. O su 5%. Lo que sea. Además hoy, los posibles recambios manifiestan sin sonrojo que lo que era nuevo y chic no es más que otra dosis de lo que ya teníamos. Con traje y sonrisa. O con coleta. Sin anestesia. El bochornoso apoyo de Ciudadanos a Susana Díaz aquí o los mil y un despropósitos de las marcas blancas podemitas allá, quiebras y requiebros, no hacen más que glosar todos los parecidos de PP, PSOE, Ciudadanos o Podemos. Son padres e hijos del sistema del 78. Una suerte de perpetuación del poder en el poder para ejercer el poder. Con Montesquieu muerto y enterrado. Y los hijos del sistema pululan sin más pretensión que heredar el sistema. Y eternizarse en él, como sus padres.
Tenemos pues cuatro fuerzas aspirantes a marcar la pauta y que resultarán en un eterno retorno que haría vomitar a Nietzsche. Los nacionalistas también son de sobra conocidos. Los pulsos de PNV y la ya también enterrada CiU han sido guindas del amargo pastel del gobierno en España, en más de una ocasión. ¿Qué nos queda a los libertarios?
Es evidente que el panorama no es muy halagüeño. No obstante el sistema socialdemócrata imperante se resquebraja. Y acabará por romperse del todo. ¿Qué nos queda a los libertarios? Poco mas que la posibilidad de fragmentar el poder. De dejarlo en parcelas pequeñas. En manos de muchos, para que toquen a poco. Si algo tienen en común los gobiernos multipartitos, es su estrepitoso fracaso. Su acción atrofiada. Su poca actividad real. Y que el gobierno no se mueva, no es nada malo para sus gobernados. De fragmentarlo y de tratar de meter cabeza mostrando nuestras ideas.
Es momento pues de multiplicar las opciones. De crear una torre de babel congresual donde nadie pueda entenderse. Y teniendo en cuenta que existen opciones que defienden las ideas más libertarias, es momento de plantearlas ya como viables. Si el consenso socialdemócrata rompe, las dos vías posibles son más libertad o más totalitarismo mesiánico, por lo parece un buen momento para comenzar a plantear vías de futuro y prosperidad frente al terror y la violencia. Ciertamente hay que empezar en algún momento. Demostrar que estamos aquí y que tenemos buenas ideas. Y dejar que los demás discutan.
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