El problema que tenemos los pacifistas es que podemos caer en el buenismo. Llevamos más de 70 años de paz entre las democracias occidentales y casi 30 años de hegemonía absoluta del poder militar de estas y eso nos puede hacer creer que el mundo no necesita de ejércitos, que las democracias han establecido su hegemonía en el mundo y que un “mundo en paz” y sin armas es posible.
Es cierto que las democracias fomentan la paz, ninguna democracia estable ha declarado la guerra a ninguna otra democracia estable. Las democracias estables fomentan el statu quo y la estabilidad, tanto por motivos económicos como por motivos políticos. La extensión del comercio internacional genera incentivos negativos para declarar guerras (¿quién quiere comerse un bloqueo de su comercio internacional que no sea Corea del Norte?) y la existencia de instituciones internacionales permite limitar los conflictos locales para evitar que estos se extiendan, aún cuando estas instituciones puedan ser bastante ineficaces a la hora de evitar que existan esos conflictos locales.
Pero todo esto no sirve de nada sin una fuerza militar que lo respalde. La actual hegemonía militar global de las democracias occidentales y de su brazo armado, la OTAN, es tal que no hay potencia militar en el mundo que pueda iniciar un conflicto armado con un aliado de la OTAN sin que sea completa y totalmente derrotada.
China o Corea del Norte no pueden esperar derrotar a occidente, y la amenaza nuclear entra en la teoría de la disuasión más que en la capacidad real de lanzar guerras ofensivas.
Si una panda de piratas somalíes deciden bloquear el comercio mundial, la OTAN puede desplegar una flota que garantice la seguridad del comercio. Si un “rogue country” decide invadir un aliado de occidente este es machacado en una operación de pocos meses. Si un estado apoyado por Rusia decide atacar una región que se independiza, pueden simplemente dejarla sin capacidad ofensiva en pocas semanas.
Las democracias occidentales tienen tal hegemonía militar que quien quiere atacarlas ha de optar por formas de guerra asimétrica, ya que es imposible hoy por hoy que nadie pueda atacar una democracia occidental y pretender ganar por medios convencionales debido al tejido de alianzas y apoyo mutuo que existe y evidentemente a la hegemonía militar que hay detrás de ellas.
A todo esto, además, esa hegemonía militar de las democracias occidentales permite que el gasto militar se reduzca (si en conjunto eres tan absolutamente poderoso que la distancia entre tú y tus aliados y cualquier posible enemigo es tan absolutamente grande, puedes reducir el gasto militar).
La siguiente gráfica recoge la evolución del gasto militar como % del PIB en tres países europeos, uno de ellos Francia, uno de los más militarizados de Europa. El mismo gráfico puede extraerse para todas las democracias occidentales, incluso los USA, que en los 60 antes de la guerra de Vietnam destinaba casi el 10% del PIB en gasto militar y a día de hoy no llega al 5%.
Gasto militar como % del PIB, fuente, Banco Mundial. (http://datos.bancomundial.org/indicador/MS.MIL.XPND.GD.ZS/countries/1W?display=default)
El sueño de un mundo sin ejércitos aún está lejos. Los mecanismos políticos, económicos y diplomáticos para mantener la paz son muy efectivos, pero tienen agujeros y fallos como se ha visto a lo largo de los últimos 30 años. Hay estados fallidos que no pueden garantizar el monopolio de la violencia, hay estados gobernados por delincuentes y dictadores que sólo el miedo a las represalias les impiden no utilizar su propio poder militar con los vecinos. Hay incluso democracias no estables y de poca calidad, como la rusa que no tienen problemas en utilizar su hegemonía militar regional para limitar la capacidad de tomar decisiones democráticas de sus propios vecinos o imponer sus decisiones políticas por la fuerza de las armas.
Actualmente los intereses de esos estados delincuentes se encuentran limitados a su esfera regional y como occidentales podríamos llegar a ignorar lo que le ocurre a una depauperada república exsoviética a orillas del Mar Negro o los juegos navales de China por unas islas rocosas sin valor económico. Pero es evidente que esos intereses quedan restringidos a esa esfera regional por el mero hecho de que hay una esfera global que está dominada por el poder militar de las democracias occidentales estables.
Tampoco hay que ignorar la cantidad de estados fallidos que pueden producirse a la vuelta de la esquina (Libia está muy cerca) y que suponen una amenaza a la paz y a la seguridad que no puede ser atajada con “una fuerza policial”. Tampoco hay que olvidar que las democracias pueden degenerar también en estado belicistas, por ejemplo, la guerra de las Malvinas no se hubiera producido si en Argentina no hubiera habido una junta militar que antes casi inicia una guerra con Chile, también por unas islas. No hace falta retrotraernos a la década de 1930 a 1940 para ver cómo democracias dejan de serlo para transformarse en dictaduras.
En conclusión, aunque parezca contrario a las apariencias, la larga etapa de paz de los países occidentales (al menos en su territorio nacional) y la estabilidad internacional que evita conflictos regionales o de mayor escala, a la vez que se produce una reducción del gasto militar como % del PIB, es debido precisamente a que las democracias estables pueden sostener esa hegemonía militar sobre cualquier rival o amenaza potencial.
Por el momento, mientras no desarrollemos mejores mecanismos políticos, económicos e institucionales, las democracias estables deberán seguir gastando un porcentaje pequeño y decreciente, pero gasto de todas formas, en mantener sus fuerzas armadas para seguir manteniendo esa hegemonía. Si en algún momento esa hegemonía se perdiera, entonces los gastos militares en el mundo sí que se dispararán y la amenaza de guerra aumentaría. La máxima latina si vis pacem, para belum sigue vigente.
Refrito de un artículo presentado para el curso “Conditions of War and Peace” https://www.coursera.org/course/warandpeace