Y un claro ejemplo de lo que digo lo podemos encontrar en algunos (deleznables) artículos que cuestionan desde la raíz la terrible realidad que viven tantas mujeres. Podría compartir alguno de esos mezquinos textos, pero no quiero darles ninguna publicidad a quienes niegan, con argumentos falaces, estos horribles hechos.
Con estas actitudes y otros argumentos solo se busca una cosa; tratar de justificar a los agresores minimizando los daños y por tanto mantener el actual orden de las cosas, justificando a los maltratadotes e incluso a los asesinos y volviendo a culpabilizar a las mujeres de su propia situación.
Y entre la gente que justifica cualquier abuso y maltrato están los de las faldas largas y negras y todos sus correligionarios sean hombres como ellos e incluso mujeres. También entre las gentes de los “fru frús” hay buenos especimenes de esta calaña.
Pero esa estrategia seguida por este tipo de gente negacionista y que no se atreve a condenar abiertamente los actos de violencias machistas, es la estrategia de quien tiene los privilegios y no los quiere reconocer.
La vieja pretensión de negar nuestras verdades y nuestras voces de mujeres es algo que nació con la leyenda de Eva y la manzana y que se arrastra hasta hoy gracias, como siempre, a los de faldas largas y negras que ven la perversidad y la mentira que siempre van de la mano de las mujeres. Ese eterno cuestionamiento de nuestras verdades es algo que se arrastra socialmente y que sigue interesando, de forma clara, al más rancio patriarcado, Aún hoy, en los albores del siglo XXI, sigue ocurriendo, mal que nos pese. Y sus voceros lo intentan encubrir, pero se sigue notando mucho cuando tienes la “mirada violeta” un poco entrenada. Y lo siguen intentando cada día. Y lo que es peor, lo van consiguiendo en algunos ámbitos, con la ayuda inestimable de los “fru frús” y de alguna gente de la esfera política del PP.
Negar la evidencia, ponerse la venda en los ojos para no reconocer que las violencias que se ejercen contra las mujeres y las niñas lo son por el simple hecho de ser mujeres, es alimentar al patriarcado asesino.
Cada vez que se niega la desigualdad aún existente entre mujeres y hombres, se le está dando carta de naturaleza a una situación similar a la del esclavismo. Y, a pesar de que la comparación pueda parecer escandalosa es, esencialmente la misma: la dominación de un grupo con privilegios sobre otro grupo que no los tiene.
Y, aún hay otra coincidencia; los que defendían la esclavitud consideraban que esa situación era “natural”, desafiaban a quien lo cuestionara y, incluso negaban la posibilidad de liberar a la gente esclava a la que consideraron “naturalmente” inferior.
Ahora, los privilegios están en las mismas manos; las manos de los hombres. Hombres que se creen con el poder de disponer de los cuerpos y de las vidas de las mujeres a las que, seguramente, en algún momento dijeron que amaban y a las que maltratan, agreden y que incluso pueden llegar a asesinar.
Pero también hombres que callan y no condenan explícitamente las desigualdades y las violencias machistas mirando hacia otro lado ante cada asesinato o ante cada agresión a una mujer o a una criatura. Hombres que niegan que las violencias machistas sean un tipo explícito de violencias y siempre tratan de justificar que no existe o que no es para tanto, o en el caso de las desigualdades buscan el argumento de la valía personal justificada en los méritos para justificar demasiados asuntos sin tener en cuenta que la situación de partida nunca es la misma.
Hombres, pero también demasiadas mujeres que renuncian a ponerse al lado de otras mujeres que sufren con tal de mantener los pírricos privilegios que el patriarcado les concede a cambio de su silencio cómplice ante los asesinatos de otras congéneres. Mujeres que renuncian expresamente a la solidaridad con otras mujeres e incluso se erigen en puntas de lanza del patriarcado contra otras mujeres para contentar al sistema asesino.
Y esos hombres y esas mujeres están en todas partes. También en las instituciones gubernamentales. Es, precisamente esa gentuza la que impide el avance en las negociaciones por un Pacto de Estado contra las Violencias Machistas. Y están mayoritariamente en la derecha política, pero ni el centro ni la izquierda están exentos de tener gente de esta catadura moral entre sus filas.
Renunciar a los privilegios siempre es complicado. Pero esas renuncias nos reafirman para hacerle frente a un sistema opresor que no nos gusta. Y debería permitirnos practicar la solidaridad con personas que, en muchos casos, ni sabíamos que sufrían situaciones dolorosas como consecuencia de un patriarcado feroz que se camufla continuamente para sobrevivir.
Necesitamos muchas complicidades para desmontar ese sistema que oculta y justifica las desigualdades y las violencias machistas como el mayor exponente de esas desigualdades.
Y lo que tengo muy claro es que mientras a esas complicidades no se suman las voces masculinas para parar al patriarcado, no avanzaremos por el camino correcto para destruirlo. Y es que, aunque no se quiera admitir, el patriarcado también ejerce su poder opresor con los hombres.
Pese a los privilegios que me otorga mi condición de mujer europea, blanca, relativamente libre, con empleo y, por tanto con una cierta independencia económica he renunciado a algunos de ellos a lo largo de mi vida en aras a la coherencia. Y cuando se trata de los derechos humanos de las mujeres y las niñas, mi compromiso es claro.
Porque como expongo en el blog, las militancias no se predican, se practican. Al menos eso es lo que creo, pienso y por lo que me guío en caso de duda.
Be cordialment,
Teresa