La nevada que nos pilló en pijama

Por Y, Además, Mamá @yademasmama

El fin de semana pasado cayó por estas tierras una de esas nevadas históricas que hacen que ames y odies la nieve en menos de 24 horas. La mayor nevada en los últimos cinco años, dicen. Medio metro de nieve en el norte de Navarra y unos veinte centímetros más o menos en nuestro barrio. Y la ola de frío vino a demostrar, de nuevo, que cuesta horrores desprenderse del título de novata.

Porque este año, mientras hacíamos cola en una tienda de deportes para pagar unas botas para el pequeño de la casa y un buzo de esquí, me asaltó mi yo ahorrador (ese que últimamente no está acertando mucho) para dar al traste con la operación nieve y abortar todo intento de ir bien equipados. Estaba claro que la inversión no merecería la pena. “Total, para un día”. Por el momento, habríamos usado el conjunto unos cinco días, lo que sale a un gasto de unos 10-12 euros diarios, una cantidad que habría pagado de mil amores.

A mi favor debo decir que las únicas botas que quedaba disponibles para el peque tenían una suela tan elevada que se tambaleaba como un Drag Queen con tripota desfilando en una discoteca. El pobre no se sentía cómodo en esas alturas y rápidamente empezó a señalar sus deportivas de correr por si teníamos dudas en qué calzado era mejor. El buzo no le quedaba mejor, porque ¿le coges la talla que le corresponde o aprovechas para comprar una talla más y que le valga para el próximo invierno, aunque éste dé pena verlo?

No hace falta decir que para cuando caímos en nuestro error y la ventisca siberiana nos dio en toda la cara, ya estaban agotados todos los buzos, petos, botas y katiuskas de nieve en Pamplona. Aunque tampoco lo hemos intentado con fuerza, debo decir, porque llega un momento en el que tu orgulloso yo ahorrador, que no se baja del burro fácilmente, vuelve a decir, “bah, si ya ha pasado lo peor, no aguanta un poco más”. Esta semana de gélidas temperaturas bajo cero se anuncia de nuevo nieves por estos lares. Y la marmota, la famosa marmota Phil, ha venido a corroborar que va a hacer un frío de o-va-rios

¿Y cómo nos hemos arreglado hasta la fecha? Con imaginación y capas y capas de ropa. El niño ha trineado debajo de casa con el pantalón del pijama debajo (porque ni para leotardos estábamos) y encima, uno de pana, por eso de que quizá absorba peor el agua que el algodón. Y en los pies, doble calcetín por encima del pantalón de pijama, y a rezar para que duren secos más de diez minutos.

Encima, unas botitas de Zara que aparentan aguantar más tiempo impermeables que las deportivas. La pena es que el grosor de nieve le llegaba por la pantorrilla, así que las matemáticas y la teoría de los vasos comunicantes mandan y ha sido inevitable que el peque terminara calado hasta las rodillas. Ilusa de mí, creía que el truco de los pantalones de pana y las botas elegantes que me había funcionado el año pasado iba a volver a ser un éxito. Pero claro, en aquel entonces no andaba.

Para compensar tanta torpeza, el nene ha pisado nieve con dos pares de guantes, que no se diga. Cada salida a la nieve, de menos de media hora, ha supuesto unas diez ropas tendidas en los radiadores de casa. El pobre niño, tan embutido, caía al mínimo roce del aire como una croqueta sobre la nieve, lo que complicaba más el tema.

Afortunadamente, un buen samaritano nos ha prestado unos pantalones de nieve con tirantes de su hijo que estamos deseando estrenar, pero no con las botas de Zara. Así que mientras busco por Internet las katiuskas del número 21 o 22 que me lleguen antes a casa, reniego de mi yo ahorrador y me doy el gusto de pensar en el derroche de ropa de abrigo que haré el año que viene para resarcir al pequeño de la novatada. Quizá sólo la usemos una vez, pero devolveremos el favor de ese padre prestando todo a nuestros sobrinos.