La nietecita

Por Juancarlos53

Hace tiempo que Genoveva no soporta a los viejóvenes. Y es raro porque ella siempre sintió que formaba parte de ese sector de la sociedad. Todo se ha precipitado últimamente de una manera un poco tonta, la verdad. También es cierto que los enfados más rotundos nacen de situaciones que para nada se presumía que acabarían de esa manera.

—Mamá, ¿qué tal andas?

—Pues bien, cariño, ¿cómo quieres que ande?

Respuesta normalizada de Genoveva al tiempo que para sí se decía: «Otra vez Pili llamándome. ¿Qué tripa se le habrá roto en esta ocasión? ¡Ah!, pues no, esta vez sí que no pienso ir a recoger a la niña. ¡Ya está bien!»

—No, si yo te lo digo porque como tenías que hacerte hoy unos análisis… Pero, claro, qué tendrá que ver. Llevas haciéndote analíticas sabe Dios el tiempo, ¿no es verdad?

—Bueno, Pili, hija, déjate ya de monsergas y vete al grano. ¿Qué ocurre?

—Quería pedirte un favor, mami. ¡Ay, mi mamá, pero qué guapa es! Martina…

«Uy, uy, uy, ya apareció la innombrable. Ya me lo sé: que Martina está un poquito enferma, que esta tarde no puede ir a la piscina por ese motivo y que si yo podría…»

—Martina no puede ir a la pisci esta tarde, mamá. Está con los dientes y le ha subido un poquito la fiebre. Sale a las cinco del cole y yo…

—Sí, ya lo sé —cortó Genoveva algo brusca a su hija— tú tienes mucho trabajo en el estudio y hasta las seis o las siete no podrás salir. Pero yo también tengo una vida, ¿no crees?

Pili no se esperaba esta reacción de su madre, si bien últimamente la notaba algo desubicada. Cuando hace seis años nació Martina, su madre se entregó en cuerpo y alma al cuidado de la nieta; pero ahora, desde hacía unos meses, Genoveva parecía haber renunciado a disfrutar de ser abuela.

—Oye, oye, mamá, no te enfades. Yo es que como tú no tienes nada que hacer y Martina te quiere tanto, pues pensé que te agradaría ocuparte esta tarde de ella. Pero si no —el tono de voz de Pili ya no era el meloso del principio—, pues nada. Porque sí, lo sé, yo soy la madre…

—Así es, Pili. Pero no estés molesta conmigo. Y no te preocupes, a las cinco de la tarde estaré en el colegio de Martina, la recogeré y la llevaré conmigo a merendar a alguna terraza.

—Vale, mami, gracias, eres un cielo. Es muy buena idea que con el buen tiempo que está haciendo este otoño vayáis las dos a merendar a una buena terraza. Así, al menos, viendo pasear a la gente no os aburriréis.

—Oye, niña, que yo no me aburro. Es más te diré que las reticencias que mostraba se deben a que he quedado con unas amigas. Será con ellas con quienes tu hija y yo nos sentaremos esta tarde a merendar. Y no, hija, yo no me aburro nada, ¡habrase visto!

A las cinco y media de la tarde Pili logró escapar del trabajo. Al final no hubo tantos problemas y la reunión con esos promotores fue como la seda. De bobilis bobilis se había encontrado con una tarde entera para ella, así que llamaría a Alfonso al que hacía dos semanas que no veía y que cada vez, lo tenía que reconocer, le gustaba más. Ser madre soltera es lo que tenía, que casi siempre estabas pillada de tiempo. Pero hoy, los astros se habían alineado a su favor. Lástima que a Alfonso los niños… y más los ajenos… Pero, en fin, lo iba a telefonear, un día era un día.

Cuando a eso de las once de la noche Pili dio señales de vida y llegó a la que hasta no hacía tanto había sido su casa, le sorprendió, ya desde la calle, el bullicio y las luces que había en el piso de su madre. Ya fuera del ascensor, se plantó ante la puerta del piso y escuchó voces, risas, música… Abrió con su llave y entró.

«¿Qué está pasando aquí?», pensó. ¿Sería posible que su madre, una señora de casi setenta años, se comportase como una jovenzuela? Genoveva y su hija Martina reían con las caras que las amigas de su madre ponían.

—Chicas, ¿estáis borrachas? —les dijo Pili un poquito más alto de lo normal y con la voz teñida de sorpresa y un pelín de enfado.

—Mamá, por fin, has llegado —le respondió muy contenta Martina—. No sabes lo bien que me lo he pasado con la abu. Tiene unas amigas divertidísimas. Me han invitado a helado mientras que ellas se tomaban no sé qué licores. Luego hemos venido hasta aquí y mientras ellas bebían coca cola a la que añadían un agua que me dijeron yo no podía tomar me han dejado ver los dibujos de la Patrulla Canina. Son muy amables y cada vez están más divertidas.

«Lo que están…», reflexionó Pili en voz baja para sí misma. Y luego, ya en voz alta, dirigiéndose con enfado a su madre:

—Lo que estáis es borrachas. Parece mentira que unas señoras ya jubiladas, no tengan conciencia de su edad y se pongan a beber y a pasar una tarde como si fueran mozalbetes. Y no, mamá, no sois jovencitas, sois mayores.

—Ay, chica, —intervino Genoveva— yo cada día me encuentro mejor. Y sí, te diría que estoy un poquito… como el tiempo. ¿Qué pasa? ¿Puede el verano prolongarse más de la cuenta y nosotras no podemos estirar el chicle de nuestra madurez? ¿Tenemos que ponernos a morir? Pues no, Pili, este veroño de nuestra madurez lo viviremos así mientras podamos. Ya vendrán las nieves y el sol se apagará y se ocultará tras la acerada frialdad de los días nublados. Pero mientras tanto a tu hija que es una preciosidad la educaremos en la alegría y no en la pena de lo que esté por venir.