La niña, condenada por ser mujer

Por Mbbp
oct
12
2015 actualidad // Humanidades // Miguel Benavent de B. // Opinión // sociedad

LA NIÑA, CONDENADA POR SER MUJER

Escrito por Miguel Benavent de B.   Sin comentarios

Me acabo de enterar con sorpresa que el 11 de octubre se conmemora el Día Internacional de la Niña! Tengo serias dudas de si titular a este texto “La niña, condenada POR ser mujer” o “La niña, condenada A ser mujer”, perdona la ironía! Seguramente ya sabes que pienso que este mundo loco celebra todo aquello que habitualmente le importa poco o nada, como la mujer, el cáncer, los trastornos psíquicos, el sida o el alzheimer, entre otros. Algún día conmemoraremos el día del Ser Humano, en un mundo que lo desoye, ignora y lo supedita a los intereses de todo tipo, excepto los meramente humanos…

Nacer niña siempre ha sido -con perdón- un deporte de riesgo en este mundo. Es el anticipo de la condena perpétua de ser mujer, en un mundo que la ignora y usa y/o abusa de ella.  Algo ha cambiado desde el ya lejano medioevo, aunque muchas veces solo en la forma. Hasta hace relativamente poco en China se sacaban de encima las niñas recién nacidas, pues suponían un mero gasto, mientras los nacidos niños traían beneficios sociales del Estado. Nacer niña en países como India, Pakistán o muchos otros subsaharianos significa aún perder el derecho a la educación, a una vida digna e incluso a la propia vida -sin estar supeditada a un hombre-, de por vida. En España, la mujer no votó hasta los 80′s y hasta entonces no podía trabajar ni alquilar un piso, sin autorización de su marido o padre. Y es que, nos guste o no, una niña es aún moneda de cambio en transacciones de interés familiar, social, económico o de placer sexual. Ser niña es, lamentablemente, el ensayo general antes de ser mujer, habiendo nacido víctima ante un dominador, ya sea el hombre o el propio sistema creado por él a su imagen y semejanza… donde aún tiene que ser solo más guapa, más lo que se espera de ella y, sobre todo, sumisa!

Pero es antes de que llegue a ser mujer, esa niña -en cualquier parte del mundo- tiene derecho a ser niña -alegre, feliz y sana- y, por ello, persona, ni más ni menos. Seguramente eso pasará porque la dejemos ser y decidir por ella misma qué quiere ser de mayor, aunque para ello deberá ser educada como una persona en todos los sentidos, aceptando sus virtudes y defectos, con sus derechos y deberes humanos, sin más. Ella deberá aprender a decidir por sí misma qué quiere o no en su vida, como presuntamente hace cualquier ser humano. Deberá aprender a ser persona, ante cualquiera que intente privarle de ello, incluyendo a su madre, abuela, hermano, padre.. que muchas veces son los primeros que le condenan por ser niña, aunque su coartada sea el supuesto amor, protegerla del mundo o ayudarle a adaptarse a él, a cualquier precio. ¿Cuántas veces es una mujer -madre, abuela, maestra de clase, de geishas o “madamme”) la que le impone e inculca sutilmente -o no tanto- la sumisión, abnegación y/o obediencia incondicional al hombre, a la sociedad o al poder, ya sea su padre, hermano, marido u hombre siempre con supuesta autoridad sobre ella? Y eso es lamentablemente extensible a atrocidades como el matrimonio forzoso, la práctica de la prostitución o la misma ablación del clítoris, para negarle el propio placer.

Contra todo pronóstico, al nacer mi hija me sentí feliz y dichoso, no solo porque es lo mejor que -hasta ese momento- me ha sucedido en esta vida, sino porque me daba la oportunidad de quererla y educarla como lo que es, una “personita” en todos los sentidos… y a pesar de ser mujer. Y, aunque hoy se enfada si le llamo “niña”, tal vez mi hija será de las primeras “mujeres con autostima” de las muchas más que, ojalá, pueblen este mundo, pronto. Lo reconozco, siempre he tenido una especial admiración por las mujeres, tal vez porque crecí y fui educado por una madre sola, luchadora y valiente en su empeño, en una época en que resultaba difícil serlo y vivirlo así, sin renunciar a ser mujer o solo usando “sus armas de mujer”, como muchas hacen para triunfar. Eso me hizo ser un incansable defensor de la autoestima como única y eficaz forma para ser feliz y, a la vez, en el caso de la mujer, protegerse en este mundo machista y basado en el poder, únicamente. Autoestima necesaria para ser ella misma, estar orgullosa de ser una posible madre, abuela, pareja, profesional, líder política o empresarial, o lo que se proponga en su vida, con libertad. Y, sobre todo, gracias a esa libertad, que ame de verdad y sin miedo, es decir que no convierta el amor en una supuesta debilidad femenina más -como algunas creen-, sino en su fortaleza para aportarla a un mundo que falta le hace, así como a los hombres que tengamos el privilegio de cruzarnos en su vida. Esa y no otra es su verdadera misión en esta vida, como la de cualquier otra persona… y aunque nazca “solo” como una niña que algún día -gracias a ella misma, a creérselo y a actuar con coherencia- llegará a ser una gran mujer. Y, contra todo pronóstico, lo desea humildemente un “simple” hombre!