En literatura (y en televisión, y en el cine), las expresiones «niño con problemas», «niño especial» o «niño diferente» suelen ser sinónimo de sensiblería, clichés y trampas narrativas para conseguir la lágrima fácil. Por suerte, todavía quedan escritores serios que saben plantear el tema sin caer en el tópico, como la británica Margaret Drabble (Sheffield, 1939), hermana de A. S. Byatt. Drabble es una autora experimentada —ha publicado dieciocho novelas, además de trabajos de crítica literaria— que demuestra todo su potencial en La niña de oro puro(2013), su obra más reciente, en la que narra la historia de una joven madre con su, por citar las palabras que ella misma emplea, «niña eterna». Aun así, no es del todo exacto decir que se trata de una novela sobre una niña eterna, o, al menos, no solo va de eso. La protagonista, en realidad, es la madre, pero el libro no se limita a la relación entre ambas. Drabble siempre ha manifestado interés por las tensiones entre la maternidad y la carrera profesional de las mujeres de su generación —ya abordó estas cuestiones en uno de sus libros más aclamados, La piedra de moler (1965; Alba, 2013)—, de modo que en La niña de oro puro explora todas estas facetas, con un añadido que sus primeras obras no tenían: la perspectiva del paso del tiempo, la mirada hacia la juventud desde la madurez, desde (en este caso) el siglo XXI y todos los cambios que ha supuesto.
Margaret Drabble
Nellie, a propósito, se podría considerar una mujer «normal», con su marido «normal», su profesión «normal» y sus hijos «normales». Todo en orden. También las otras amigas de Jess son «normales». Y, no obstante, el punto de vista de esta historia, cargado de empatía, nace de una «normal» hacia una «diferente». Con el paso del tiempo, las diferencias aumentan, porque, con los hijos adultos, las mujeres recuperan su independencia. Menos Jess: Anna es una niña eterna. Aun así, la mirada de Nellie dista mucho de ser optimista: todas ellas, las amigas de toda la vida, han pasado sus particulares trances; nada está limpio, nada está tan ordenado como parece desde fuera. Su perspectiva destila pesimismo con la entrada en el siglo XXI: ellas fueron jóvenes en una época en la que querían comerse el mundo, pero ahora solo queda cierto desencanto y la asunción de que aquellos tiempos han quedado atrás, para bien y para mal —abundan las referencias a corrientes de pensamiento y costumbres que, como ella misma reconoce, han quedado obsoletas—. La niña de oro puro, por lo tanto, no se queda únicamente en la narración de una maternidad complicada (como si eso fuera poco, por otra parte). Drabble construye, con una voz portentosa, un logrado retrato generacional, un retrato de las tensiones que afrontaron las primeras mujeres con una profesión cualificada y, no menos importante, de cómo lo recuerdan esas mujeres ahora, en la vejez.