Recuerdo que, no hace mucho tiempo, Yahira, una niña de mi barrio, era chiquita y linda, como una muñeca de inmensos ojos negros que destacaban en su dulce y delicado rostro cuyo tono dorado me hizo recordar las aceitunas “de verdeo” de mi tierra extremeña que en el mes de octubre se recogen para ser aliñadas y que se comen durante el año.
Su pelo era negro y liso, brillaba como la seda cuando un pequeño rayo de sol se colaba por la ventana de mi colegio y, juguetón, se detenía sobre él.
Yahira, menudita y de movimientos armoniosos, era callada, dulce y cariñosa. Y entre las virtudes que la adornaban destacaba por encima de todo su elevado grado de responsabilidad. Siempre terminaba sus tareas. Y lo hacía alegre y convencida de que así debía ser, sin que le importara el que algunas otras compañeras corrieran demasiado para tener más tiempo libre y leer cuentos en el espacio que yo habilité en el aula como rincón de biblioteca o para jugar a disfrazarse de princesas.
Por eso las fichas de Yahira eran perfectas. Guardo aún, con cariño, algunos de sus dibujos. Parecían estar hechos por una personita mayor y por aquel tiempo mi pequeña alumna tenía tan solo cuatro años…
Le gustaba narrar historias hermosas y conseguía que las niñas la escuchasen embelesadas. Aquella niña tenía mucha suerte. Sus papás siempre estaban pendientes de ella y no digamos sus abuelitos y tíos. En verdad, sabía hacerse querer.
Le gustaba mucho producir sonidos con los instrumentos musicales y yo en broma le decía que podría tocar el piano o el violín… Eligió este instrumento y su profesora, Tina Riol, que también fue mi profesora de solfeo y coral, estaba encantada con aquella alumna tan responsable.
Pero las cosas cambiaron un día. Ella tomó una decisión equivocada y comenzó a dejar de quererse. ¿Cómo ocurrió? ¿Qué pudo pasar por la cabeza de mi mejor alumna? El espejo no le devolvía más que una imagen de niña adolescente hermosa y única, precisamente la que todos veíamos entonces. Pero ella se equivocó al verse en él reflejada. Nadie sabrá nunca por qué cerró sus ojos a la realidad y vio dentro de sí misma otra imagen totalmente distinta.
Dejó de comer. Enfermó y sus huesos, que debían fortalecerse para ser una joven plena de dones y belleza, se volvieron porosos y frágiles y su cutis perdió la delicada belleza que había acompañado su dulzura.
Los padres estaban preocupados y decidieron buscar apoyo médico. Tiene que curarse. Estoy segura, es una muchacha inteligente y descubrirá por sí misma que el camino elegido no es el acertado. Debe poner toda su fuerza de voluntad para dar marcha atrás y buscar la verdad de su vida. Ella es y será siempre capaz de discernir qué le conviene y qué hacer para evitar que sus padres sufran por esa estúpida enfermedad llamada anorexia que debería ser borrada del mapa porque no causa más que dolor y tristeza.
Cada noche vuelve a mi pensamiento y creo ver aquel violín que espera en silencio sus manos y su talento para producir bellos sonidos. Igual que cuando en mi escuela buscaba sonidos distintos y armoniosos.
Y nosotros, los seres que la amamos, sentimos en nuestro corazón una necesidad imperiosa de que ella vuelva a desear ser como antes. Puede conseguir cuanto se proponga. Y estoy segura de que mi niña del violín será capaz de alzarse de nuevo a la ternura de una vida en la que será protagonista y -como en la escuela- volverá a encandilarnos con su palabra mágica y su mirada tranquila. ¡Animo, tesoro! Si quieres, puedes. Eso esperamos de ti. Inténtalo.
Ya ves, quería contar un cuento y he acabado dándote consejo y ánimo. No desaproveches ninguno de los dos. Habla con tu madre. Ella sabe el modo de animarte a ser tú misma, y sobre todo, no olvides que quien más puede ayudarte a salir de este problema es aquella niña que yo conocí y quise tanto y que, sigue dentro de ti, llena de cualidades y perfecciones. Te mando un beso muy fuerte y deseo, que en tu decimoquinto cumpleaños, vuelvas a renacer, única e irrepetible, inolvidable alumna mía.
Con todo mi cariño, Carmina.
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SENTIR DE LA PALABRA para "Curiosón" de Carmen Arroyo.