La reconciliación entre madre e hijaTanto en Un mal nombre como en Las deudas del cuerpo, cuando Lenù deja de ser una niña, su madre pasa a ocupar un papel secundario. Lenù se marcha de Nápoles, huye del barrio como de la peste porque cree que sus problemas están ahí. De su madre se sabe poco, salvo por la etapa en la que la ayudó durante su segundo embarazo (y ocurre algo parecido con Nunzia, la madre de Lila, a pesar de que Lila no se va de Nápoles). En La niña perdida, cuando las protagonistas rondan los cuarenta años, llega esa especie de reconciliación, de reencuentro. Con la edad y las experiencias, Lenù deja de renegar de su madre, se da cuenta de que comparte rasgos con ella y, aunque siempre ha intentado combatirlos —por eso confiaba en Adele Airota, a quien veía como la figura materna que hubiera querido tener—, esta vez los acepta e incluso los aprecia. No se produce una reconciliación sensiblera, claro: ya conocemos el carácter de la señora Greco y los problemas de comunicación con su hija (causados por las comparaciones con Lila, entre otros motivos). Con todo, entre gruñidos, renace el afecto, que queda simbolizado en el brazalete de Lenù.Este acercamiento entre madre e hija —que tiene su equivalente en Lila y Nunzia— contrasta con el papel secundario que Ferrante otorga a los hermanos a lo largo de toda la saga (quizá es una de las pocas críticas que se le pueden hacer, si bien el tema central es la amistad Lila-Lenù). El distanciamiento de Lenù con Elisa aumenta; y en cuanto a los chicos, siguen siendo personajes de fondo, sin personalidades tan definidas como las mujeres. Los hermanos pequeños de Lila, por su parte, no llegan siquiera a individualizarse, a tener una historia propia; y Rino, el mayor, tan importante en los primeros libros, pierde relevancia. En cierto modo, este aparente desinterés de la autora por las relaciones entre hermanos puede entenderse como la representación, en el caso de Lenù, de la mujer que abandona sus orígenes y, por ello, rompe los lazos familiares, deja de sentirse responsable de los suyos. También como una representación de que, en una determinada etapa vital, la vida familiar pasa de la casa de los padres y hermanos al hogar propio, con los hijos. Los hermanos Solara y Carmen Peluso, que no pierde el contacto con Pasquale ni en los peores momentos, son tal vez la excepción a esta regla.Lenù y Lila, unidas por la maternidad
La reconciliación entre madre e hijaTanto en Un mal nombre como en Las deudas del cuerpo, cuando Lenù deja de ser una niña, su madre pasa a ocupar un papel secundario. Lenù se marcha de Nápoles, huye del barrio como de la peste porque cree que sus problemas están ahí. De su madre se sabe poco, salvo por la etapa en la que la ayudó durante su segundo embarazo (y ocurre algo parecido con Nunzia, la madre de Lila, a pesar de que Lila no se va de Nápoles). En La niña perdida, cuando las protagonistas rondan los cuarenta años, llega esa especie de reconciliación, de reencuentro. Con la edad y las experiencias, Lenù deja de renegar de su madre, se da cuenta de que comparte rasgos con ella y, aunque siempre ha intentado combatirlos —por eso confiaba en Adele Airota, a quien veía como la figura materna que hubiera querido tener—, esta vez los acepta e incluso los aprecia. No se produce una reconciliación sensiblera, claro: ya conocemos el carácter de la señora Greco y los problemas de comunicación con su hija (causados por las comparaciones con Lila, entre otros motivos). Con todo, entre gruñidos, renace el afecto, que queda simbolizado en el brazalete de Lenù.Este acercamiento entre madre e hija —que tiene su equivalente en Lila y Nunzia— contrasta con el papel secundario que Ferrante otorga a los hermanos a lo largo de toda la saga (quizá es una de las pocas críticas que se le pueden hacer, si bien el tema central es la amistad Lila-Lenù). El distanciamiento de Lenù con Elisa aumenta; y en cuanto a los chicos, siguen siendo personajes de fondo, sin personalidades tan definidas como las mujeres. Los hermanos pequeños de Lila, por su parte, no llegan siquiera a individualizarse, a tener una historia propia; y Rino, el mayor, tan importante en los primeros libros, pierde relevancia. En cierto modo, este aparente desinterés de la autora por las relaciones entre hermanos puede entenderse como la representación, en el caso de Lenù, de la mujer que abandona sus orígenes y, por ello, rompe los lazos familiares, deja de sentirse responsable de los suyos. También como una representación de que, en una determinada etapa vital, la vida familiar pasa de la casa de los padres y hermanos al hogar propio, con los hijos. Los hermanos Solara y Carmen Peluso, que no pierde el contacto con Pasquale ni en los peores momentos, son tal vez la excepción a esta regla.Lenù y Lila, unidas por la maternidad