La Niña que fui…pero que vive en mi.

Por Perfumedecristo R. Elisabet

Recuerdos, anécdotas…descubrir las primeras luces del mundo que caminan sin apuro al compás de la aventura. Cuánta curiosidad por aprender, por crecer !… Los imposibles propios de la edad,  anhelos e ilusiones en lo atractivo de un encanto que no tiene límites y que juega a la ronda de las hadas y madrinas que acompañan a la rayuela inolvidable en la vereda del vecino Don Ramón…

Madreselvas encadenadas al tapial del vergel, donde primaban gran variedad de flores y árboles frutales. Haciendo del lugar la fantasía de estar recorriendo el País de las Maravillas.

Los manzanos y el almendro florecidos; para engalanar las tardes de lectura en los cuentos, que asomaban el despertar a la conciencia de un universo hasta ahora desconocido.  El Principito, Platero y Yo…Cuentos para Verónica y los infaltables amores de Corín Tellado…entre tanto, que mis pensamientos dibujaban las primeras sonrisas en el alma desvelada, descubriendo un tiempo que parecía no esfumarse.

Detenido es, ese mismo tiempo, en el canto y los colores de los pájaros, en las mariposas, cuyas alas desplegaban una hermosura frente a mis ojos convirtiendo mis iniciales temores en serpentinas de alegría…perfumando las horas de mis días; de ternura y los principales acordes de un corazón que late en arrullar los suspiros,  de las cosas simples de la vida.

En el Rincón secreto del corazón de niño que cada uno tenemos huele a inocencia, la travesía de ir creciendo sin darnos cuenta, que el conocimiento está en espacios de  tiempos; de profundizar el viaje; de vivir en el aquí y en el ahora. Dejando emanar el torrente del río que nos acompaña, con la sabiduría de encontramos en el sitio que debíamos estar y en la circunstancia correcta y no en otra…

Con el convencimiento y la confianza de que lo que sucede “ES”;  de lo que tenga que darse “Será”.
Que nuestro ser de adultos se encuentro vigilante en la cima del acontecer, para vivir la experiencia que se nos tiene preparada; con la magia y la mirada del niño que llevamos dentro. Elevemos los ojos al cielo, contemplando un tiempo no muy lejano que habita en las entrañas de nuestra propia naturaleza.