La niña que nació de un guiso. (Versión prosa)

Por Quelacosanoquedeenpicada
- “Fijate cada veinte minutos si está listo.” Eso le había dicho Vero y eso recordaba con humor a cada hora que pasaba. Mira el calendario y no lo puede creer. Las primeras tres semanas se le pasaron sin darse cuenta. Como era invierno, con frío y lluvia, ni ganas de salir a la calle le daban. Además la novela se ponía interesante capítulo a capítulo. Y la novedad de las novelas enteras en DVD, le despertó una adicción absurdamente moderna. Sólo tenía que ocuparse de vez en cuando de revolver la preparación.
Martina no era buena cocinera, tampoco le interesaba serlo. Cuando se mudó con Javier, hizo un primer intento y probó suerte con un curso de cocina fácil, esos que arrancan desde “Para prender la ornalla…”, pero el sólo hecho de pasar una hora preparando algo que se come en diez minutos, le parecía extraño.
Martina siempre siguió los consejos de su amiga al pie de la letra, tanto los culinarios como los consejos de pareja. Después de todo, fue gracias a ese pollo a la barbacoa que conquistó el corazón de Javier.
- “Dale tiempo para que salga en su punto justo” Otra de las frases de su amiga. En su cabeza, cada minuto que pasaba, podía ser el último. Sin importar cuanto había pasado. O mejor dicho, sí, teniendo en cuenta todo el tiempo que había pasado, porque mientras más tiempo esperaba, menos tiempo iba a esperar. Eso la esperanzaba y no la dejaba ni siquiera poner sobre la mesa la hipótesis de abandonar la cocción a la mitad.
Mientras espiaba impaciente esa gran cacerola, Martina se enredaba con sus propios pensamientos. Veinte minutos. Ni uno mas, ni uno menos. ¿Cuántas veces en su vida se había sentido presa del tiempo? Muchas. Este era un ejemplo más de que finalmente, el tiempo termina definiendo el resultado.
A la semana número diecisiete Martina empezó a medir el tiempo en secciones de veinte minutos, cada vez que el reloj, marcaba los veinte minutos, Martina miraba el horno. “Pucha digo, todavía no está” y vuelta a poner el relojito.
Para esta altura, Martina se había mudado a la cocina. Tener la cama mas cerca del horno la hacía estar atenta y poder cada veinte minutos, revolver la preparación, poner el reloj otros veinte minutos y volver a dormir, sin salir de la cama.
Con el tiempo ella se empezó a notar un poco más gorda, pero pensó que era a causa del sedentarismo. Hacía semanas que no se separaba de al lado del horno.
- “Minutos más sale seco, minutos menos, crudo.”Enredada pensaba en como el tiempo iba resolviendo su vida. Por estos tiempos ya empezaba a sentir cosas diferentes, aparte de movimientos extraños en su cuerpo y dolores que no entendía de donde venían.
Había seguido todas las indicaciones de Vero, picó cebolla, morrón, puerro, champignones, hongos, reahogó todo en una cacerola, le agregó lentejas, caldo de verduras, puré de tomates, laurel y unas arvejas.
Constantes sentimientos encontrados.Por momentos se enojaba. Por momentos estaba feliz.Se encontró irritada, gritando barbaridades a un vecino que tenía la música fuerte, para minutos después pedirle que suba el volumen de ese tema de The Cure que tanto le gusta.
Muchos hubieran abandonado en la semana número treinta y dos, pero no Martina. Ella sentía para ese entonces, como un inexplicable sentimiento de protección empezaba a tomar buen porcentaje de su conciencia. Cosa rara en una típica sagitariana independiente.Sentía que esa preparación debía ser protegida, y quien mejor que quien la creó para protegerla.
A la semana número treinta y seis, sentía que algo grande venía. Algo adentro suyo se lo decía. Sonó la alarma del horno. Casi automáticamente se levanto para hacer una vez más el ritual de abrir levantar la tapa, revolver, poner el reloj y volver a la cama. Antes de entrar en la cama, se distrajo viendo algo en la ventana. No por la ventana, sino en la ventana. Su reflejo.Hacía meses que no se veía en un espejo.
El primer grito fue del susto, porque pensó que estaba viendo a una extraña. El segundo fue porque se dio cuenta que se estaba viendo a ella misma. La panza, la cara, las piernas, los brazos, los hombros, la cintura, todo hinchado. Al borde de la desfiguración. Increíblemente hinchado. El tercer grito fue de dolor. Una puntada gigante dobló a Martina al medio. Su respiración se agitó de golpe, sus pulsaciones superaban ampliamente lo normal. Transpiraban sus manos, su frente, su vientre. No pudo más que tirarse en la cama de piernas abiertas.El aire estaba enrarecido, el calor empaño todos los vidrios de la cocina. Otra puntada aún más fuerte que la primera y la mitad de una uña se le saltó, haciendo fuerza para aguantar el dolor. Martina no sabía que estaba pasando. El oxigeno en esa cocina no era suficiente para dejarla pensar. Con la tercera puntada sonó la alarma del horno. Se escuchó un nuevo grito en forma de llanto, que ya no era de ella, sino que venía del horno. La preparación estaba lista.