Aún estaba atándome la bata verde, sin estar preparado, la oí llorar. Estaba un poco azulada, se la llevaron pero tardaron escasos minutos en volverla a traer limpia y envuelta en una toquilla blanca. La dejaron en una camilla-cuna al fondo del quirófano, me pareció que estaba sola, nadie se quedó con ella, estaba a tres metros, sí, pero sola. Me acerqué a ella y agachándome un poco puse mi nariz junto a la suya y nos miramos fijamente, tenía los ojos completamente abiertos. No sé cuanto tardaron en terminar el parto, había más gente en el quirófano que en el autobús, uno de ellos nos preguntó si le autorizábamos a sacar una muestra del cordón umbilical, para investigación de la trisomía, dijo. Le autorizamos. Yo paseaba de la madre a la hija, de la hija a la madre, y en una de las veces, desde la mesa de operaciones, me quedé mirando a mi hija y palabra que la ví sonreír. Sé que no podía ver aún con claridad, no podía saber que yo la estaba mirando, pero ella me miró a mi y sonrió.
No hizo falta operarla de urgencia, a los pocos días el cirujano diagnosticó su dolencia. Ahora sí se podía ver, habló de "septum primus" , canal AV (atrioventricular) y no sé qué más. Básicamente consistía en que su corazón no tenía, durante la gestación, la pared que separa el ventrículo de la aurícula, así se mezclaba la sangre venosa con la arterial y podría provocar carencias de oxígeno o inundación de los pulmones. Pero lo importante ahora era que que no tenía la "trilogía de fallot", que complica lo anterior con una malformación en venas y arterias, bastante más complicado de resolver.
La satisfacción de haber nacido por segunda vez, la hizo sonreír y nunca más en su vida ha dejado de hacerlo. No sé si como recuerdo de su primer contacto con este mundo siempre sonríe cuando me quedo mirándola fijamente.