Cada vez que veíamos al Dr.C, deseaba que llegara el final de la consulta, para conocer cómo iba el corazón de Betlem y para que nos preguntara por su felicidad. Me encantaba que me preguntara si mi niña era feliz, y me encantaba aún más decirle que sí, que si, que si...
Cuando llegamos a la consulta nos saludamos con el Dr, nos preguntó como iba todo y, en lugar de darle una lista de síntomas que en definitiva no sabíamos si lo eran de su dolencia, le dijimos únicamente : nos parece que la niña no es feliz. No hubo que decir nada más, el Dr C la pesó, la midió, le hizo su habitual ecografía, nos explico, como siempre, qué se veía en la pantalla y qué se oía por el altavoz. Y nos dió la tarjeta del Dr D, el prestigioso cirujano que estuvo pendiente de ella en el parto. Creía necesario ya operar a Betlem de su corazón, ya no podía con su vitalidad, no se estaba formando al mismo ritmo que el resto de sus tejidos, eso hacía insuficiente el esfuerzo del latido. Nos dijo que el cambio iba a ser espectacular.
Así que fuimos a ver al Dr D, que se entrevistó varias veces con nosotros y con el Dr C. Y fue visto y no visto. Se organizó la operación en un santiamén, sería en Montepríncipe, donde estaban todos los medios necesarios. Se fijó el día y la hora, y el día anterior estábamos allí como un reloj atómico.
Poco antes de la hora prevista para la intervención, el Dr D se reunió con nosotros. Nos contó lo que iba a hacer, anestesia general, abriría por el esternón, colocarían un sistema de circulación extracorpórea para garantizar la oxigenación de su cerebro, sacaría el corazón de su pecho, una vez fuera lo repararía, lo volvería a colocar y, si todo iba bien, funcionaría perfectamente. Uuufff!!! nos quedamos sin sangre en las venas, habíamos imaginado una intervención con modernos aparatos de microcirugía, algo casi inapreciable, pero abrir su pecho y quitarle el corazón era algo con lo que no habíamos contado. Seguramente vio nuestras caras de pánico por lo que sonriendo nos dijo: "tranquilos que lo hemos hecho muchas veces y suele salir bien si no hay complicaciones". Pero, pero ¿qué riesgo hay?. Hombre, comentó, teniendo en cuenta lo traumático de la operación, el riesgo no es pequeño, pero la mayoría de las veces todo sale bien.
"La mayoría de las veces", doy gracias a Dios por no dejarme pensar en ello en los últimos dos años. El miedo ahora no me dejaba casi ni respirar. Le dimos la mano, le deseé mentalmente suerte, y se fue. Se llevaron a Betlem con un suave sedante, medio dormida. Dijo papá mientras se alejaba la cama hacia el quirófano, y nos quedamos solos Olga y yo, ella agarrada a mi brazo dijo "todo va a salir bien".
Bajamos a la entrada principal, junto a la cafetería donde se encontraba la sala llena de gente que había venido a acompañarnos en lo que suponían un difícil momento. Estaban los que debían estar y los que no estarían si hubiéramos seguido su consejo, ¿por qué habían venido? ¿habían cambiado de idea respecto al derecho de Betlem de haber venido al mundo? ¿ya no se trataba de un ser imperfecto?¿ya no importaba su discapacidad?. Parece ser que ahora se trataba únicamente de "la hija de mis amigos" o "la hija de mis parientes", creo que aún no se han dado cuenta de que siempre ha sido la hija de sus amigos, o la hija de sus parientes, a pesar de que aún no hubiera nacido, y que seguirá siéndolo cuando esto acabe (DM). En cualquier caso, no estaba yo para darle vueltas a esto, solo cabía en mi cabeza, lo que estaba pasando un piso más abajo.
Estoy seguro que muchos de los que estáis leyendo esto habéis pasado por la misma situación, habéis experimentado los mismos sentimientos y seguramente tendréis mucho más que aportar en esta historia. Seguramente tanto los que lo habéis vivido como los que no, sabéis que la vida no es fácil, para casi nadie, y si surgen imprevistos (como tener un hijo down) o si hay problemas, debemos afrontarlos, confiar en los que saben más que nosotros, y buscar esa sonrisa que con toda seguridad aliviará ese dolor del alma que no se puede medir ni diagnosticar. Tal y como auguró el Dr. C, el cambio ha sido espectacular, engordó, aumentó su vitalidad, y solo queda un recuerdo que, como no podía ser de otra manera, conservará en el centro de su pecho, para recordarnos que lo que da la felicidad está ahí dentro, que el cariño que puede dar es como el agua del océano que, por muchos cubos que saquemos, por muchos tanques que llenemos, seguirá estando lleno para seguir repartiendo.